Cunas frías para dar calidez a la muerte de los recién nacidos
Natalie tuvo que parir a su hijo fallecido pocos días antes. Ahora se dedica a regalar tiempo a las familias para que se puedan despedir con calma de sus bebés fallecidos antes o en torno al parto
La historia de Natalie Claytor, Manuel Moreno y Oliver Moreno Claytor desde luego es paradójica. El pequeño nació muerto y sus padres convirtieron su dolor en una asociación que ha terminado dando paz a muchas familias que han pasado por el mismo trance. Tener que alumbrar a un hijo cuyo corazón ha dejado de latir en el vientre materno no es fácil. Así lo refiere esta madre afincada en Chiclana de la Frontera (Cádiz), que perdió a su pequeño en 2020.
Todo comenzó hace más de una década. Natalie y Manuel fueron padres de una niña, a la que pusieron el nombre de Chloe. La felicidad —esa que se siente al tener a tu primer hijo en brazos— era total y, en medio de ella, Claytor se volvió a quedar embarazada. En esta ocasión, sin embargo, la experiencia fue diferente. «Después de Chloe tuvimos dos pérdidas, por lo que cuando me quedé embarazada de Oliver estábamos muy nerviosos», explica Natalie en conversación con Alfa y Omega. Los padres temían que pudieran perder al bebé, como había ocurrido en las dos ocasiones anteriores.
En España, no hay datos oficiales sobre el número de abortos naturales. Sin embargo, se estima que afectan a entre el 10 % y el 20 % de los embarazos. Solo se disponen cifras de los provocados. Desde que se despenalizara esta práctica hace 40 años —el 5 de julio de 1985—, se han producido casi tres millones.
En el caso de Oliver, cada semana el niño crecía más y Natalie y Manuel se fueron relajando hasta que llegó la semana 36. Tan solo le quedaban cuatro para nacer, pero entonces «dejé de notarle. No había movimientos. La matrona nos dijo que todo estaba bien, pero cuando en un control rutinario nos dijeron que había que ir al hospital, “que allí tenían máquinas mejores”, yo ya sabía que Oliver se había ido», reconoce Claytor, a la que todavía se le hace un nudo en la garganta recordando la experiencia.

Para Natalie fue «un momento muy difícil. No quería aceptarlo. Es como si te metieran en un túnel. No ves luz y ya te dejas guiar un poco por los médicos, porque no sabes qué hacer». De hecho, fue Manuel el que tuvo que avisar a la familia de que no había latido. A Natalie, mientras tanto, le indujeron el parto. «Es un niño tan grande que te dicen que lo mejor para la recuperación es que des a luz». Oxitocina. Empujar. Dolores. Pero sin el final feliz del llanto de una nueva criatura. Oliver no buscaría el pecho de su madre para alimentarse, ni los brazos recios de su padre para protegerse.
A cambio, Natalie y Manuel recibieron el cuerpo sin vida de su pequeño. «Fue horrible», sentencia ella, quien sin embargo asegura que se sintió arropada por el hospital. «El problema es la falta de información. Te dicen: “Tómate el tiempo que necesites”. Pero, ¿cómo se interpreta eso?». En su caso, recién cosida por el desgarro perineal, lo entendió como «vete despidiéndote del niño y me llamas cuando estés lista, que yo espero fuera». En total fueron unos 35 minutos. «Es que estás totalmente perdida. No sabes qué hacer. No sabes si puedas estar dos minutos con el niño u ocho horas. ¿Puedes llamar a la familia para que ellos también se despidan? No es solo el momento del parto: es toda una vida que empieza y termina en unos pocos minutos».
El duelo ante una pérdida es fundamental, refiere Claytor. Y más si se produce en unas circunstancias como estas, en medio de una alternación hormonal tan grande. «Lo que ocurre es que en nuestro caso nadie nos lo explicó y lo sufrimos a posteriori». Precisamente para que nadie tuviera que pasar por una experiencia similar, decidieron montar una asociación, llamada El Legado de Oliver, para ofrecer información y ayuda técnica a todas esas familias que estaban en una situación parecida a la suya.
Lista de espera
Lo que hace la asociación es recaudar fondos con los que comprar cuddle cots —cuya traducción literal es «cunas de abrazos» aunque también se conocen como «cunas frías»— y posteriormente las donan. «Se trata de una pequeña unidad de enfriamiento que se acopla a la cuna del bebé dándole a los padres y familias ese tiempo tan necesario antes de tener que despedirse de sus hijos para siempre», explica la madre de Oliver. La cuna mantiene el cuerpo a una temperatura idónea que ralentiza los cambios físicos que se producen con la muerte.
Cada cuna cuesta en torno a 2.500 euros. La asociación las encarga en Inglaterra y «tardan como una semana». Hasta el momento han entregado once y «tenemos a tres hospitales en lista de espera pendientes de recibirlas». La última la entregaron hace dos semanas en el hospital de la Macarena, de Sevilla. También «asesoramos a otras organizaciones con el tema de proveedores y papeleos para que puedan conseguir sus cunas».
El sistema permite mantener el cuerpo del bebé en buenas condiciones durante días, aunque no todos los hospitales permiten tanto tiempo. «Depende del protocolo de cada centro», explica Natalie, cuya última cuddle cot entregada permitió a un padre que se encontraba trabajando fuera de España llegar a tiempo para despedirse de su hijo. «Hay casos en los que la madre tiene que pasar por la UCI y no va a poder encontrarse con su bebé hasta más tarde», concluye Claytor, que se siente «feliz de poder regalar tiempo a las familias para que puedan vivir con paz el momento de la muerte de su hijo»; un tiempo del que ella no dispuso y que le dejó una herida en el alma.
Cuando Alana llegó al mundo a las 37 semanas, silenciosa y quieta, sentí todo el orgullo que siente cualquier madre tras dar a luz. La abracé, la bañé y la vestí con la ropa que le había comprado para llevarla a casa. Estaba en una burbuja de felicidad que me permitió cuidarla; y el hecho de que no estuviera viva no cambió eso.
Sin embargo, muy pronto la burbuja se rompió y la realidad me golpeó. No quería que esto terminara. Necesitaba quedarme con ella. No estaba lista para despedirme. Habían pasado unas horas desde que nació y la enfermera nos preguntó si queríamos la cuddle cot para que se acostara. No entendía bien qué era, pero recuerdo que me dijeron que la mantendría fresca y retrasaría cualquier cambio en su apariencia.
Acepté la cuna fría sin entender bien cómo funcionaba. Me sentía ansiosa al imaginarme que no querría poner a mi bebé en ella. Una vez lista, caminé nerviosa por el pasillo con Alana en brazos y entré en la habitación. Busqué la cuddle cot, pero lo que vi fue un precioso moisés de mimbre. De esos que se ven en la habitación de cualquier bebé. Acosté a Alana en ella y la puse cómoda, rodeada de sus peluches y mantas. Su padre y yo pudimos dormir un poco mientras ella yacía a nuestro lado.
La cuddle cot nos regaló el tiempo y, con él, creamos recuerdos. Nuestra familia pudo venir a ver a Alana en diferentes días sin agobiarnos todos a la vez. La cuna me permitió relajarme en un momento de caos. Me permitió tomar el control, ya que pude elegir cuándo era el momento adecuado para despedirnos.
Fue solo después de dicha despedida cuando comprendí plenamente lo importante que era la cuna fría para nosotros. Si no la hubiéramos tenido, no habríamos podido crear recuerdos tan preciados. Estoy eternamente agradecida y creo que es vital que todas las familias en duelo tengan acceso a una.