En Lugros se sigue regando según una sentencia del siglo X - Alfa y Omega

En Lugros se sigue regando según una sentencia del siglo X

El Archivo Diocesano de Guadix custodia tesoros de la presencia musulmana como las actas de un sínodo del siglo XVI sobre la evangelización de los moriscos

María Martínez López
El director del archivo con la sentencia del cadí sobre el reparto de las aguas del río Alhama
El director del archivo con la sentencia del cadí sobre el reparto de las aguas del río Alhama. Foto: Manuel Amezcua.

Cada mañana y cada tarde en Camarate, un paraje de la cara norte de Sierra Nevada a unos siete kilómetros montaña arriba desde la localidad granadina de Lugros, un vecino designado por la comunidad local de regantes acude para abrir o cerrar una compuerta en medio de una finca de toros bravos, de forma que el agua del río Alhama cambia su curso de unas acequias a otras. Lo hace en virtud de una sentencia que se viene aplicando desde el siglo X, en plena dominación musulmana, y que se custodia en el Archivo Diocesano de Guadix.

Su director, Manuel Amezcua, explica que se trata de un texto escrito sobre «piel de cabra en caracteres árabes». Aunque no tiene fecha, se ha datado a comienzos del siglo XI, pero se refiere a una decisión del siglo anterior. En esa época hubo un pleito por el reparto del agua del río Alhama, que nace en este término municipal, y del Fardes, en el que desemboca, para el riego de las fincas de la zona. El cadí, juez civil en los reinos musulmanes, ordenó construir una compuerta y que el curso del agua se cambiara dos veces al día, «cuando nace y se oscurece el véspero» —Venus, lucero del alba y vespertino—, relata Amezcua. Se encargaba alguien de la zona «a cambio de un poco más de agua».

«Lo más curioso de esta sentencia es que todavía sigue en vigor», insiste Amezcua. En ningún momento se ha visto necesario cambiarla, aunque hay documentación de pleitos posteriores. «No es posible hacer algo mecanizado porque no llega la electricidad, al ser un terreno bastante alejado de Lugros, no habitado» y a más de 1.500 de altitud.

Volumen de las actas del sínodo de 1554, divididas en constituciones
Volumen de las actas del sínodo de 1554, divididas en constituciones. Foto: Manuel Amezcua.

El custodio del documento reconoce que no se sabe cómo terminó en el archivo diocesano, siendo 500 años anterior a la restauración de la presencia de la Iglesia en la zona. Podría explicarse por ser el más antiguo de la región, o bien porque siglos después la diócesis fue parte interesada al tener fincas y molinos de agua.

Otro de los tesoros del fondo diocesano accitano sobre la presencia musulmana es el que documenta el sínodo convocado en 1554 por el obispo Martín Pérez de Ayala para abordar la evangelización de los moriscos. Tras la reconquista de Guadix en 1487 mucha población musulmana se había bautizado. «Algunos de forma voluntaria», matiza Amezcua; pero gran parte «forzados. Y se sabía que seguían practicando» el islam en aspectos como la «circuncisión, las comidas, la educación o las fiestas y los matrimonios. Era una gran preocupación para los obispos, sobre todo para los mejores».

«En la Iglesia había dos grandes líneas, simplificando. Una buscaba la conversión por medio de la convicción», describe el director. La defendían sobre todo las órdenes religiosas. Por ejemplo, «tenemos algún» ejemplo de los resúmenes del catecismo que se editaban con este fin. La segunda era «la imposición», a la fuerza o prohibiendo que los moriscos practicaran sus costumbres.

Sínodo
  • Mandó que los sacerdotes que «supieren arábigo declaren el Santo Evangelio deteniéndose en un punto principal […] y [prediquen] la divinidad de Jesucristo».
  • «Estatuimos que […] ningún cirujano o médico dé licencia a los nuevos cristianos para cortar el prepucio de los recién nacidos. […] Mandamos a los curas tengan vigilancia de aquellos días» posteriores al nacimiento.
  • «Tan a escondidas y atan confusamente se conciertan los matrimonios […] porque muchas veces se juntan los padres y se dan las manos y prometen por sus hijos no sabiéndolo los hijos».
  • «Habiendo sido convertidos tantos años […] no hacen […] cosa alguna de lo que conviene […], así como es levantarse o hincarse de rodillas».

Pérez de Ayala había sido secretario del emperador Carlos I antes de que le nombraran obispo de Guadix. También participó en el Concilio de Trento. El sínodo de 1554 fue «una especie de gran programa misionero. Se intentó que hubiera más control parroquial sobre cómo se celebraban los bautizos, las bodas y los enterramientos; para que las celebraciones eucarísticas fueran más participativas y para que se viviera el domingo como festivo, en vez del viernes». También se proponía «buscar puntos de devoción común, que solían ser en torno a la Virgen María», como las romerías. Amezcua atribuye a esto, «entre otras causas», la gran devoción mariana «en toda Andalucía».

Todos esos esfuerzos «en parte dieron fruto», pues «surgieron grandes misioneros» dedicados a esta labor y «muy buenos sacerdotes moriscos». En las ciudades, con presencia de religiosos, «la misión era más fácil» que «en los pueblos y cortijos», donde la población estaba más aislada, había menos sacerdotes «y en ocasiones muy poco formados». Sin embargo, todo acabó abruptamente cuando las prohibiciones de Felipe II a los moriscos en la Pragmática Sanción de 1567 desencadenaron la violenta rebelión de las Alpujarras (1568-1571), que dejó numerosos mártires y fue duramente reprimida. Tras ello, la población morisca fue deportada y desperdigada por Castilla.