Rocco Buttiglione: «Sin conciencia de pueblo no tenemos democracia»
Quien fue vicepresidente de la Cámara de Diputados de Italia invita a un diálogo desde la experiencia humana propia frente a las ideologías, que «pretenden tener respuesta para todo y olvidan la vida»
Viene para hablar de una nueva política para un mundo en cambio. ¿Qué propuestas nos hace?
No es fácil comprender el mundo de hoy; se necesita una cultura de la complejidad. Hay gente que la tiene, pero la utiliza al servicio del interés propio. El resultado es que el pueblo no tiene confianza en la clase dirigente y está listo para dársela al primer ladrón que pasa, que promete soluciones fáciles y equivocadas para problemas reales. Es necesario educar a una nueva clase dirigente que tenga cabeza de cultura de la complejidad y corazón de pueblo. Hay que ayudar a los populistas a transformarse y crecer y a los partidos de las élites a ponerse al servicio de la sociedad.
La educación lleva tiempo. ¿Qué hacemos con lo que hay ahora?
A los que ya están los invitamos a un diálogo. Hay gente buena y hay que favorecer una política que no sea el insulto sino que nazca de la consciencia de que todos somos parte del mismo pueblo —mi adversario también— y las soluciones deben ser unas donde sus angustias, problemas, deseos y valores sean escuchados. Tengo más esperanza en la próxima generación; hay que trabajar mucho con los jóvenes e ir a las raíces. ¿Qué constituye la identidad de un pueblo? Los españoles eran muchos pueblos y aprendieron a tener una identidad común descubriendo el Bautismo por medio de la fe cristiana. La raíz es la comunión, el hecho fundamental donde dos se hacen uno. La tarea de la política se encuentra con la de la Iglesia: esta debe hacer política, la de la constitución de una conciencia de pueblo, un patriotismo que nada tiene que ver con el nacionalismo, sino que ayuda a amar a la nación propia y al resto. Hay familias de naciones y la nuestra se llama Europa.
Una de sus tesis es que la crisis que sacude Europa nace de un uso equivocado de la libertad y de la tolerancia. ¿En qué sentido?
Imagine un joven que está solo y libre en una isla desierta. Es una amarga libertad. La verdadera libertad es el encuentro con el otro, que hace descubrir quién eres. Alguien que es libre pertenece en el amor a los otros, a su familia, a su parroquia, a su ciudad, a su nación, a toda la humanidad. Pero estamos educando una generación que no aprende la belleza de dicha pertenencia y por eso es narcisista, siempre tiene rabia y se junta con unos solo para ir contra otros, no para construir. Esa es la gran tarea de la educación: que la gente tenga conciencia de pueblo, que nace de la amistad. Sin esa conciencia tenemos masas, no democracia. Para tenerla hay que construir comunidades.
Tuvo dificultades en el Parlamento por sus convicciones sobre la familia. ¿Cómo se puede dialogar con personas con ideologías morales y antropológicas tan dispares?
Lo primero es hablar de la experiencia humana. En política la gente no habla de la vida, sino de ideologías. Estas pretenden tener respuesta para todo y olvidan la vida. Incluso de las cosas justas se puede hacer ideología cuando se pretenden imponer. Es cierto que a veces el diálogo funciona y otras fracasa, pero siempre hay que proponerlo. Una vez di un discurso en el Parlamento italiano sobre eutanasia. Todos empezaban diciendo: «Yo soy católico, pero». Yo nunca dije eso. Y, en aquella ocasión, conté que había tenido entre mis brazos a un ser humano que me pedía morir, pero lo que me quería decir era que no podía vivir así, que quería vivir de otra manera. Lo ayudamos y hoy vive y es feliz. Podemos tomar literalmente estas palabras o podemos mirar con profundidad su sufrimiento. En aquella ocasión conseguimos hablar de corazón a corazón a partir de la experiencia humana, no porque lo dice la Iglesia. Eso me lo dijo san Juan Pablo II: «Nunca debes decir “es así porque lo dice el Papa”, sino que “el Papa lo dice porque es así”» y demostrarlo a partir de la experiencia común.