Baja segregada o «gota fría», o depresión aislada en niveles altos (DANA) de la atmósfera son maneras de llamar a un fenómeno meteorológico natural y bien conocido en las latitudes subtropicales. Los vientos en altura soplan predominantemente del oeste, formando como autovías en donde alcanzan sus velocidades máximas, creando fuertes corrientes llamadas corrientes en chorro. Estas autovías de viento se ubican habitualmente en latitudes subpolares pero son muy sinuosas, por lo que muchas veces sus vientos llegan hasta nuestras latitudes. Su función es crucial: cuando curvan hacia el norte llevan aire cálido del sur y cuando curvan hacia el sur llevan aire frío del norte. A veces los fuertes vientos llegan hasta el norte de África y la curvatura se hace tan pronunciada que la autovía se quiebra y forma una rotonda de vientos fríos circulando en contra de las agujas del reloj. Se separa de la autovía principal y se forma una gota o bolsa de aire frío sobre alguna zona del Mediterráneo o del norte de África.
El aire frío en altura es denso y tenderá a bajar; pero en niveles más bajos está caliente y, en las zonas cercanas al mar, además, muy húmedo. Esto genera en la vertical una intensa inestabilidad, mucha energía potencial disponible para ser liberada. Esta situación organiza fuertes tormentas, una manera natural de la atmósfera de equilibrar fuerzas, mezclando aire cálido y húmedo con aire frío y seco. En consecuencia, siempre una DANA tiene asociada intensas tormentas con precipitaciones torrenciales.
Hay lugares, como la costa mediterránea de la península ibérica, que además tienen un mar que, principalmente en otoño, suele estar más cálido que el aire, lo cual contribuye aún más a la inestabilidad vertical, inyectando fuertes cantidades de humedad. Esta es la razón por la que el otoño es la temporada más habitual de lluvias torrenciales asociadas a la DANA sobre la región. Además, en el Levante español, cuando el viento en niveles bajos sopla del mar, transporta grandes volúmenes de aire húmedo y su interacción con la orografía y, más la DANA en altura, son el cóctel perfecto para generar unas lluvias torrenciales impresionantes. Es en estas condiciones cuando se han registrado históricamente los valores diarios de precipitación más altos de toda España —e incluso de Europa—, y razón por la que sus habitantes tienen experiencia de la severidad de la «gota fría».
Por otro lado, es bien sabido que las emisiones de dióxido de carbono resultantes de la quema de combustibles fósiles están llevando al clima global de la Tierra a condiciones similares a las de finales de la era mesozoica. En aquel tiempo, el planeta era extremadamente cálido, con una temperatura media global que superaba en más de 10 ºC la actual, y era también muy húmedo. Estas condiciones propiciaron una biosfera exuberante que, a través de la fotosíntesis, capturó el carbono en su materia orgánica y permitió que el planeta se enfriara gradualmente. Sin embargo, el uso intensivo de combustibles fósiles está revirtiendo este proceso en apenas unas décadas, provocando un calentamiento global acelerado que resulta en cambios climáticos regionales más intensos y devastadores.
Las investigaciones más recientes señalan que, a nivel global, en las últimas décadas las DANA son más frecuentes y que esta situación se acusará en las próximas. El calentamiento global hace que las autovías de vientos del oeste en altura se estén desplazando lentamente hacia el polo. A su vez, el calor excedente se está concentrando en los hielos polares, siendo la región más calentada. Las corrientes en chorro, en consecuencia, se intensifican, sobre todo en su curvatura, para profundizar el intercambio de parcelas de aire y restablecer el equilibrio. Así, el quiebre y generación de las DANA se hace más frecuente.
Por otra parte, el excedente de calor también se acumula en los mares y océanos. En los último años, los climatólogos miramos con atención el Mediterráneo, que está calentándose a un ritmo mayor que los océanos. En veranos recientes sus temperaturas superficiales han alcanzado calentamientos superiores a lo 4 ºC respecto a lo normal. Un mar más caliente inyecta mucho más vapor de agua en una atmósfera que a su vez está más caliente y es capaz de contener más humedad. Todo ello, cuando se genera una tormenta como la asociada a una DANA, provoca precipitaciones más severas. Esto ya se observa en la costa mediterránea de la península ibérica. Hay estudios que muestran que cuando ocurren lluvias torrenciales en alguna localidad cada vez llueve más en toda la región. El episodio catastrófico del 29 de octubre, que sorprendió por su severidad y extensión, nos dejó el récord de intensidad, no registrado anteriormente, de 180 litros por metro cuadrado en una hora en Turís. Además este episodio, que queda grabado en la memoria de todos, no es aislado, sino que forma parte de una sucesión de eventos similares en otras zonas del Mediterráneo.
Por eso, a la espera de estudios científicos sobre su atribución al cambio climático, lo anterior nos hace pensar que puede que no estemos ante una tremenda riada más, como tantas otras. Tal vez sea el momento de admitir que el riesgo asociado a las riadas es significativo en esta región, que su frecuencia aumentará en un futuro cercano y que muchas comunidades se encuentran en situación de vulnerabilidad si no se implementan medidas adecuadas de adaptación y prevención. Adoptar decisiones basadas en la mejor evidencia científica disponible, como sociedades organizadas en un Estado democrático, es sin duda la forma más eficaz de proteger a la población.