La familia ante los retos de la cuestión del género - Alfa y Omega

En los últimos años, las categorías de género han ido permeando el vocabulario y la mentalidad de jóvenes, adolescentes y niños a una velocidad vertiginosa. Asumen sus términos y presupuestos con naturalidad, dejando boquiabiertos a sus padres que, con frecuencia, se sienten extranjeros en esta cultura e ignorantes de su idioma. La fractura generacional en cuestión de género es enorme. A los jóvenes les preocupa el tema, pero la inmensa mayoría no lo afronta con sus padres o educadores. Sienten que están en un canal muy distinto y que la posición de los adultos es dogmática, autoritaria e incluso violenta. 

Resulta evidente que si los educadores seguimos aplicando los mismos medios, obtendremos los mismos resultados. No podemos descargar nuestra conciencia culpabilizando de la confusión de los jóvenes solo a las redes sociales, leyes o programas educativos. Sin duda esos factores adversos están ahí y seguirán estando, pero quizás a nosotros también nos toca una parte y hay algo que podemos hacer para convertirnos en interlocutores más creíbles para los jóvenes. Considero que es posible ponernos en camino y que esto exige al menos tres cosas.

En primer lugar, entrar en el laberinto del género. Es un mundo desconocido para la mayoría de los adultos, que lo miran desde fuera o con superficialidad. Así, solemos referirnos a la «ideología de género» como si fuera una realidad monolítica, sin comprender que existen distintas teorías de género: todas con presupuestos distintos, puntos fuertes y frágiles. Algunas tienen raíces marxistas, otras psicoanalíticas, foucaultianas, existencialistas… esto significa que parten de nociones distintas de ser humano y sus conclusiones éticas son muy dispares. 

Otro factor que diferencia a unas teorías de otras es dónde colocan el elemento determinante en la identidad (de género): algunas consideran que es la cultura, otras ponen el peso en la libertad, en la psique o en la biología. Y, sin duda, todas estas teorías tienen parte de la verdad y al mismo tiempo ignoran elementos que son igualmente importantes y que no pueden ser puestos entre paréntesis. En definitiva: si queremos decir una palabra que oriente a nuestros jóvenes en este laberinto, tenemos que conocerlo un poco desde dentro. Si ignoramos su lógica, sus matices, sus verdades y contradicciones, no estaremos en condiciones de decirles una palabra con verdadera autoridad. 

En segundo lugar, es necesario iluminar este laberinto. No es necesario declarar la guerra al término «género»: es posible asumirlo críticamente. Sin duda, la antropología cristiana es capaz de responder a las preguntas planteadas por las teorías de género. El problema es que con frecuencia la utilizamos de manera reductiva y tendemos a dar respuestas de corte biologicista o naturalistas, que ignoran que la naturaleza humana es una naturaleza abierta, naturalmente cultural. Naturaleza y cultura son siempre coetáneas. La de los animales es una naturaleza cerrada, que los determina: todo viene dado. Por su parte, la persona humana posee su naturaleza y por eso tiene la tarea de comprender y abrazar la orientación que le ofrece con su libertad y tiene la responsabilidad de hacerse a sí mismo. En otras palabras: nada funciona en automático. La persona —lo decía san Juan Pablo II— se autodetermina (porque su naturaleza no lo hace).

Desde la antropología cristiana, el sexo es un dato originario y radical que permea todas las dimensiones de la persona: cuerpo y alma. Varón y mujer son formas distintas y complementarias de ser imagen y semejanza de Dios. Sin embargo, el sexo es don pero también tarea: necesita ser integrado en la identidad psicológica a lo largo de la propia historia. Podríamos decir que nazco mujer, pero al mismo tiempo me hago mujer y este hacerme mujer es una tarea nada sencilla. Entran en juego una serie de elementos que la persona tiene que integrar y personalizar: la experiencia de su cuerpo, su psique, cultura y libertad.

Finalmente, es preciso afrontar el tema con los jóvenes desde un lenguaje y una pedagogía que conecten con su sensibilidad y valores. En este sentido, el cambio de época ante el que nos encontramos pone a los educadores en jaque, porque no disponemos aún de la cultura adecuada para responder a sus desafíos (Veritatis gaudium, 3). No podemos afrontar el tema desde categorías universales que no apelan a su experiencia ni pretender dar respuestas cerradas que no ofrezcan espacio a sus preguntas y a su búsqueda. Es necesario crear espacios seguros donde los jóvenes puedan expresar lo que piensan y caminar con ellos dispuestos tanto a dar como a recibir. 

Conocimiento del mundo del género, asimilación de una antropología correcta y enfoque pedagógico y pastoral adecuados son condiciones necesarias para estar a la altura de los desafíos planteados por la cuestión del género. Los padres y educadores con frecuencia no poseen estas herramientas, pero no son inalcanzables. Es necesario abrir caminos para llenar estas lagunas y que el desafío no se resuelva en una dialéctica generacional, sino en un aprender a caminar juntos en la búsqueda de la verdad del varón y de la mujer, porque solo la verdad nos hace libres.

La autora fue la ponente principal de la XLII Jornada de Delegados de Pastoral de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española, celebrada a principios de noviembre.