Domenico Scalpelli: «Muchos derechos básicos no están garantizados para los rohinyás»
Los rohinyás «viven en un estado en el que ningún ser humano debería estar», asegura el coordinador de proyectos del PMA en Bangladés
Domenico Scalpelli es uno de los responsables de actividades del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en Bangladés. Nos reunimos con él en el campo de refugiados.
¿Cuánto tiempo lleva trabajando en nombre de esta agencia de la ONU?
Llevo 30 años haciendo este trabajo para el Programa Mundial de Alimentos. Primero en África, sobre todo en Mozambique durante la guerra, y después en Angola, donde conocí a mi mujer. En 2017 tuvimos esta enorme tragedia de los rohinyás y desde entonces estoy aquí como coordinador de proyectos de la agencia.
¿Puede describirnos cuál es la situación de estas personas que viven encerradas tras una gran valla desde hace años?
Los rohinyás no tienen derecho a circular, no pueden manifestarse ni asociarse y carecen de certificado de nacimiento. Piense que ni siquiera tienen pasaporte ni nacionalidad, son apátridas de hecho. En resumen, muchos derechos que consideramos básicos ya no están garantizados para ellos. Es una verdadera tragedia.
¿Cuáles son las condiciones de vida dentro del campo?
Las condiciones son absolutamente miserables. Cada día, como agencias de la ONU (Unicef, Acnur, FAO y también nosotros en el Programa Mundial de Alimentos) intentamos restablecer unas condiciones de vida dignas, pero tenemos que admitir que estas personas viven en un estado en el que ningún ser humano debería estar.
¿Cómo afectan la presencia de mafias locales y la criminalidad a la vida cotidiana de la gente?
Muchos refugiados son explotados como mano de obra en el negocio de la droga, el tráfico de armas y también en la prostitución. Muchas mujeres, incluso menores, se ven obligadas a prostituirse para ganar algo de dinero para sobrevivir. Un trabajo que en cualquier caso está prohibido por el Gobierno bangladesí, que impide formalmente a los refugiados salir del campo; pero las mafias encuentran la manera de que los que quieran lleguen a las ciudades vecinas y ejerzan estas profesiones de riesgo sin ninguna protección. Es una situación verdaderamente
desesperada.
¿Y cómo es la situación al otro lado de la frontera, en Myanmar?
Allí, la guerra civil está en su peor momento. Recientemente ha habido ataques y bombardeos contra los pueblos rohinyás y muchos refugiados nos cuentan que han recibido noticias de sus familias sobre nuevas matanzas.
¿Por qué es importante la presencia del Programa Mundial de Alimentos?
Por los numerosos proyectos que hemos puesto en marcha en el campo y por la posibilidad de que muchos rohinyás aprendan un oficio mientras nuestro personal cuida de sus hijos en las guarderías que hemos creado. Y también por el vale mensual, aunque no es suficiente. ¿Qué son diez dólares? En algunos países ni siquiera es suficiente para comprar un bocadillo. Para mí, ayudar a los rohinyás es, ante todo, una cuestión de humanidad. Estas personas no tienen a nadie y si ni la ONU ni los países que los apoyan —entre ellos España— lo hicieran, ¿quién más podría ayudarlas? Debemos mantener viva la esperanza, al menos eso.
¿Por qué decidió unirse al Programa Mundial de Alimentos?
Para muchos, yo incluido, es una misión, por no decir casi una religión. Algunos pensamos que en una próxima vida, si lo hemos hecho bien aquí, quizá merezcamos algo muy bonito y gratificante.