La cátedra del amor
Esta sencilla cátedra vacía encierra un profundo significado espiritual. Nos indica que, sea quien sea el que la ocupe, ahí se encuentra la sede del papado. Es Pedro, la piedra. «Y, sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia»
A mediados del siglo XVII, Bernini estaba enfrascado en la construcción de la plaza de San Pedro pero su mentor, el Papa Alejandro VII, llevaba tiempo dando vueltas a una idea que se convertiría en una de las creaciones más importantes del artista. El Pontífice quería dar relevancia a uno de los tesoros que custodiaba la basílica de San Pedro, esta silla de madera que ven en la foto y que, según la tradición de la época, fue utilizada por san Pedro y sus sucesores, por lo que generaba gran devoción. A la Iglesia le ha llevado muchos siglos fortalecer el cuantioso compendio de símbolos que articulan su historia y tradición, donde nada ha sido nunca porque sí. Alejandro VII marcó a Bernini unas reglas claras: tenía que diseñar un monumento que subrayara la trascendencia de esta antigua silla, para que el mundo entendiera su verdadero significado: la continuidad de la autoridad de Pedro a lo largo de los siglos, independientemente de quién se sentara en ella.
Poco importa que los estudios posteriores hayan demostrado que san Pedro no la utilizó nunca, porque fue un regalo de Carlos el Calvo para su coronación en Roma en el siglo IX. Eso sí, la reciente restauración deja sobre la mesa la posibilidad de que contenga alguna pieza de otra estructura anterior. De confirmarse demostraría que pudo ser usada por los sucesores de Pedro desde el siglo IV. En las preciosas placas de marfil que la adornan están representados los trabajos de Hércules, con frisos de época carolingia.
Hasta el próximo 8 de diciembre estará expuesta en la basílica de San Pedro para la devoción de todos los que se acerquen a contemplar este símbolo del primado. Una silla como centro de gravedad indispensable, que en algunas épocas también fue punto de contradicción. Los Pontífices, a pesar de estar hechos de barro, han aliviado heridas, convocado concilios e impulsado la misión evangélica. La Iglesia, soportada por travesaños de madera, ha cabalgado a hombros de gigantes. El pasado domingo, durante la Misa de clausura del Sínodo, el Papa, refiriéndose a esta misma silla, nos invitaba a contemplarla con el asombro de la fe: «Recordemos que esta es la cátedra del amor, de la unidad y de la misericordia, según aquella orden que Jesús le dio al apóstol Pedro, no de dominar a los demás, sino de servirlos en la caridad».
Para custodiarla, Bernini realizó un grandioso monumento de bronce dorado con el que quiso manifestar todo lo divino que se esconde tras una vieja silla vacía. Quien sostiene y levanta en alto esa silla es la Iglesia, simbolizada por dos obispos de Occidente (Ambrosio y Agustín) y dos de Oriente (Atanasio y Juan Crisóstomo). El artista eleva esta cátedra hacia una gloria dorada rodeada de ángeles, nubes y rayos, donde la vidriera con el Espíritu Santo ilumina toda la obra y protege la silla del Papa.
Esta sencilla cátedra vacía encierra un profundo significado espiritual. Nos indica que, sea quien sea el que la ocupe, ahí se encuentra la sede del papado. Es Pedro, la piedra: «Y, sobre esa piedra, edificaré mi Iglesia».