Alicia Puchalt: «En Fontilles los leprosos tenían banda de música, un teatro y un campo de fútbol» - Alfa y Omega

Alicia Puchalt: «En Fontilles los leprosos tenían banda de música, un teatro y un campo de fútbol»

La vicepresidenta de esta fundación de ayuda a los leprosos desciende de la familia del sacerdote jesuita que buscó «la felicidad» de estos enfermos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Puchalt en los jardines del sanatorio, que hoy tiene una unidad para pacientes con daño cerebral y un geriátrico
Puchalt en los jardines del sanatorio, que hoy tiene una unidad para pacientes con daño cerebral y un geriátrico. Foto: Fontilles.

Se cumplen ahora 100 años de la muerte del jesuita Carlos Ferrís, cofundador de Fontilles. ¿Qué huella ha dejado en su familia?
En casa le llamaban Carlets, e hizo de tutor de los hijos de mi tatarabuela cuando se quedó viuda. Los ayudó, animó a que estudiaran y a que fueran personas que se preocuparan por los demás, como él. Era un hombre de acción y muy pendiente de las personas más necesitadas y pobres de su entorno. «¿Qué puedo hacer por ellos?», se preguntaba constantemente.

¿Hay alguna anécdota que cuenten de él en las reuniones familiares?
Mi abuela me decía que acudía a la gente más adinerada y se presentaba en su casa con simpatía: «Buenos días, señores, les anuncio el gusto de que me inviten a comer», decía con gracejo. Con esas salidas tan ocurrentes le abrían las puertas y luego decía: «Vengo a proponerles un negocio y les aseguro que es una gran inversión: les quiero vender una parcela del cielo». Después les explicaba las diferentes causas en las que estaba metido en favor de los enfermos. Sabía cómo llegar a los corazones.

También fue un hombre de escucha, y eso se percibe al conocer la génesis de Fontilles.
Él había ido a Tormos (Alicante) a predicar una misión. Se hospedó en casa de un abogado, Joaquín Ballester, que luego sería cofundador de Fontilles. Era el 15 de diciembre de 1901; sentados ante la chimenea, de repente escucharon los lamentos de un vecino que tenía lepra. «¿Cómo lepra?», exclamó el padre Carlos, porque no creía que esa enfermedad existiera en su tiempo. Ballester le contó que todo el mundo rechazaba a ese hombre por miedo al contagio, que apenas salía de casa y que había muchos en la zona. Como Ferrís era tan avezado, dijo: «Esto no puede ser, hay que hacer algo». Escribió muchísimas cartas y puso en movimiento a una multitud de gente que se comprometió en crear un lugar para albergar a estos enfermos y que no fuera un lazareto.

¿A qué se refiere?
Antes, estas personas como mucho estaban recluidas en un gueto, pero él quería un sanatorio que les ofreciera cuidados médicos y una vida digna. Allí no estaban de cualquier manera: tenían 750.000 metros cuadrados en los que vivir bien y trabajar en diversos oficios. Tenían incluso una banda de música, un teatro y un campo de fútbol. Fue una microciudad. Ferrís quiso buscar su felicidad dentro de su drama. Eso incluía la asistencia espiritual.

En proceso

Desde que abrió sus puertas en 1909, han pasado por Fontilles más de 3.000 enfermos de lepra. Esta ingente obra ha hecho del jesuita Carlos Ferrís un referente histórico en la asistencia social y en la espiritualidad, cuya figura ha crecido este año al cumplirse el centenario de su muerte. «Era un santo como la copa de un pino», exclama Alicia Puchalt, que revela que su pueblo natal, Albal, junto con su parroquia, están impulsando el proceso de canonización del fundador del sanatorio.

¿Cuál es la realidad de la lepra hoy?
Empezó a curarse en 1982. Ha estado erradicada en España, pero por el flujo migratorio ha vuelto. Cada año se detectan entre 15 y 20 casos que nos remiten. Damos tratamiento ambulatorio y en seis meses está eliminado el bacilo de Hansen. En el recinto, realizamos formación e investigación a nivel internacional y hay pacientes con otras dolencias.

Usted ha vivido en Israel, Siria y el Golfo Pérsico. ¿Como ve la situación?
En los años 80 estudié lenguas semíticas y estuve practicando esos idiomas. La situación no era tan grave como ahora. Conocí a judíos y a musulmanes con buenas relaciones a pesar de las diferencias. Hoy hay una violencia extrema, se ha creado mucho odio en todas partes.

¿Ve alguna solución?
La de los dos Estados en una misma tierra es complicada. Quizá un Estado compartido… Los dos son pueblos semitas, han vivido ahí siempre. No es ni de unos ni de otros, es de ambos. Estoy en contra de la violencia: o la comunidad internacional se implica en esto o se extenderá la guerra. Hay que parar esto ya.

Usted es licenciada en teología. ¿Qué cree que piensa Dios de todo esto?
Dios debe de estar muy triste. Jesús está del lado sobre todo de las víctimas inocentes de esta guerra, que son muchas. Si el mundo mirara más al cielo, las cosas cambiarían.