Santidad y martirio en una misma familia, la historia de los Osuna Gómez - Alfa y Omega

Santidad y martirio en una misma familia, la historia de los Osuna Gómez

Estela Gómez, a punto de cumplir 95 años, se siente «muy orgullosa» de la probabilidad de tener un padre mártir de la Guerra Civil y un hijo que pudiera ser santo

Ester Medina
Los hermanos Osuna junto a Rafaela, una empleada del hogar que les cuidaba. Ignacio, en proceso de canonización, es el primero por la derecha
Los hermanos Osuna junto a Rafaela, una empleada del hogar que les cuidaba. Ignacio, en proceso de canonización, es el primero por la derecha. Foto cedida por Fernando Osuna.

La historia de la familia de Fernando Osuna daría para escribir un libro. Su hermano Ignacio se encuentra actualmente en un proceso de canonización tramitado en el Obispado de Córdoba y su abuelo, Fernando Gómez, en un proceso de martirio de la Guerra Civil junto a otras 230 personas más en Málaga.

Emocionado, relata para Alfa y Omega cómo recuerda a su hermano, con el que se llevaba cuatro años de diferencia. «Era buenísimo, incapaz de hacerle daño a nadie. En Écija, donde nacimos y vivimos nuestra infancia, era conocido por ayudar y estar muy vinculado a los gitanos, por ejemplo». Cuando Ignacio tenía alrededor de 17 años, formó una pandilla de personas con discapacidad con los que salía al cine, a pasear y para los que organizaba excursiones. «Digamos que su objetivo de joven no era pasárselo muy bien, viajar al extranjero o ir de discotecas», continúa Fernando, «sino ayudar a la gente necesitada, tanto económicamente como de afecto, porque había muchos jóvenes con familias desestructuradas».

Las vacaciones eran otro momento especial, en el que Ignacio, «en vez de ir a la playa», se levantaba temprano, iba a Misa a las Hermanas de la Cruz de Écija y les pedía prestada una furgoneta para conseguir trigo de algunos labradores de alrededor y llevárselo. Las religiosas tenían un convenio con una empresa, de forma que transformaban ese trigo en harina, lo vendían y así conseguían algunos ingresos para los pobres y la gente necesitada.

Orgulloso de la labor de su hermano, Fernando, de 77 años y abogado, explica la gran pasión con la que Ignacio ejercía su vocación profesional como médico rural. «Los ancianos se volvían locos de alegría al verle, pero no descuidaba la parte social porque también organizaba charlas para drogadictos, sobre el aborto y ayudaba a los migrantes a través de Cruz Roja de Baena, que fue donde ejerció la mayor parte del tiempo».

Fernando Gómez, cuya causa por martirio sigue su curso en el obispado de Málaga, cuando tenía 32 años. A la derecha: Una característica de Ignacio Osuna era la alegría constante en su dedicación a los demás
Fernando Gómez cuando tenía 32 años. A la derecha, Ignacio Osuna, cuya alegría era constante. Fotos cedidas por Fernando Osuna.

Sin embargo, la mayor prueba de fe que soportó Ignacio fue a los 18 años, cuando se encontraba inmerso en sus estudios en la Universidad de Sevilla. «Cuando nos poníamos a estudiar juntos, él Medicina y yo Abogacía, lo veía con lágrimas en los ojos por la tremenda tensión que estaba soportando», porque sentía la llamada de Dios al sacerdocio y sufría porque tenía una novia «muy buena y a la que quería mucho». Aun así, y con ayuda de su director espiritual, Ignacio decidió ingresar en el seminario de Toledo. Un paso importante porque tuvo que dejar la relación con aquella chica, a su familia y una carrera profesional que amaba. «Me acuerdo perfectamente de aquel septiembre de 1975 cuando se marchó», rememora Fernando. Pero, una vez allí dentro, Dios le hizo ver que el sacerdocio no era para él. «Fue un impacto tremendo porque lo había dejado todo para eso, pero lo recibió con un grandísimo amor a Cristo».

Con esta decisión, Ignacio vio claramente que podía servir a los demás y a la sociedad siendo médico rural en los pueblos pequeños de Andalucía que carecían de asistencia sanitaria. Y efectivamente, allí desarrolló toda su labor pastoral, apostólica, cristiana y profesional. De hecho, en la actualidad, tanto el centro de salud de Baena como una calle en Écija llevan el nombre de este posible futuro beato.

«No le importaba morir»

Pero la historia de esta familia es más amplia porque, aparte de su hermano, su abuelo, Fernando Gómez, también se encuentra en un proceso de martirio durante la Guerra Civil en el Obispado de Málaga. Aunque no lo conoció porque fue fusilado «cuando mi madre tenía 7 años», su nieto rescata el testimonio de García Alonso, un jesuita que se salvó del fusilamiento y que se encontraba con todos los presos en aquella cárcel. «Hablaba estupendamente de mi abuelo, contaba que siempre estaba muy optimista y que rezaban mucho el rosario. Además, tenía una fe muy grande y no le importaba morir porque decía que para él llegar al cielo era lo máximo», recuerda emocionado.

El punto de unión es Estela Gómez, madre de Fernando e Ignacio Osuna e hija de Fernando Gómez. Una mujer que, con 95 años a punto de cumplir en unos días, dedica gran parte de su pensamiento a estas personas, cuyas vidas pueden ser elevadas a los altares. «Muy orgullosa», tiene además la satisfacción de posiblemente tener un padre mártir de la guerra y un hijo que pudiera ser santo. «Es que me voy a morir y no lo voy a ver», dice la mujer, a lo que su hijo le responde: «No pasa nada, mamá, desde el cielo seguramente lo verás mejor que nosotros».