Bautismo, conversión, comunidad, misión… y esperanza - Alfa y Omega

Bautismo, conversión, comunidad, misión… y esperanza

La carta pastoral del cardenal Cobo para este inicio de curso es una llamada especialmente a los laicos para dejar atrás los miedos y acoger el don de la esperanza

Begoña Aragoneses
José Cobo durante el Madrid Live Meeting
José Cobo durante el Madrid Live Meeting. Foto: Archimadrid David Mingo.

«No tengáis miedo a la noche, es la antesala de la esperanza». Se lo dijo el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, a los jóvenes en el Madrid Live Meeting y retoma ahora la centralidad de la esperanza a través de una carta pastoral con motivo del comienzo del curso pastoral, titulada Bautizados para ser peregrinos de esperanza. «Vivimos un momento histórico muy especial», reconoce en los primeros compases del texto. «Tiempo de cambio en el que se juega la cultura que se desarrollará, el pensamiento que nos animará, las claves que nos sostendrán». Para afrontar estos tiempos «con profundidad y serena entereza», acude a Evangelii gaudium y a las claves que aporta. La primera, «la actitud de continua conversión», un don que «hay que pedir a Dios», un proceso «largo y delicado» que implica un cambio de dirección de la mirada. Y la segunda, «promover y afianzar comunidades cristianas significativas» que vivan la comunión y que sean guías «para aprender a ser discípulos misioneros en medio del mundo». 

La conversión personal y comunitaria será una forma de hacer frente a actitudes ante las que el arzobispo alerta en su carta: «La falta de vivencia de lo teologal, el relativismo, la falta de sinodalidad, la frágil experiencia de la diocesaneidad, la fragmentación y la polarización o la falta de compromiso con la justicia social». Estas actitudes o tentaciones, señala, aparecen en tiempos de cambios o crisis, cuando se tiende al repliegue y a encerrarse en uno mismo, «en aquello que nos otorga seguridad». Esto, en el seno de la Iglesia, «nos hace autorreferenciales», advierte el cardenal Cobo, y «pendientes de justificarnos a nosotros mismos, a nuestras formas y estructuras»; una suerte de individualismo que lleva a «encerrarnos con los que piensan como nosotros» y no dejar «que entren en juego los demás y el discernimiento comunitario y eclesial». Esta actitud, subraya, «ahoga la acción del Espíritu Santo» y hace vivir «como jueces de todo». La autorreferencialidad, además, «puede llevar a que la Iglesia pierda el sentido de la misión».

Alerta también el arzobispo del pesimismo, esto es, el «no aprender a leer el paso de Dios por medio de su pueblo y de nuestra sociedad», o la falta de disponibilidad que, junto al miedo o el cansancio, «nos aleja de Jesús, que siempre estuvo a disposición de todos sin excepción». Frente a esto, «el discípulo verdaderamente comprometido con su fe bebe del Bautismo y está siempre disponible […] para responder a la voluntad de Dios sin excusas ni dilaciones». Una respuesta que ha de estar también abierta a las nuevas exigencias, a las «urgencias misioneras», a las «llamadas nuevas que Dios nos señala». Otra tentación es la de la superficialidad espiritual, «la de desplegar una práctica de la fe que es rutinaria, sin comunidad, sin profundidad, que no conduce a una verdadera conversión o crecimiento espiritual». El miedo al cambio y al mundo, por último, «implica desplegar una visión negativa y defensiva hacia la cultura moderna y los avances de la ciencia, la tecnología o los derechos humanos». Esto «aleja a la Iglesia de las personas que tendríamos que acoger y puede llevarnos a perder credibilidad justo en el contexto que estamos llamados a evangelizar».

El futuro, tiempo de Dios

En este panorama, el futuro, recuerda Cobo, «es tiempo de Dios», y de ahí la importancia de estar «abiertos y sensibles ante lo que el Señor nos presenta». «Dios nos sigue llamando desde el don de nuestro Bautismo». Volver a la fuente bautismal y a «mantener la mirada fija en Jesús» permite al hombre de hoy «encarar todos los desafíos de la evangelización». Así, el cardenal anima a poner al servicio de todos los dones recibidos por cada uno, a «poner a nuestra Iglesia diocesana al servicio del mundo actual» mediante el reto de sembrar, que solo se puede hacer «desde el testimonio personal y de comunidades que lo vivan». Se trata, en definitiva, «de dejarnos llevar por la urgencia de la misión» con el fin de que «puedan conocer a Jesucristo, tener un encuentro personal con Él y descubrir la dignidad que nos confiere». «No solo somos dispensadores de servicios o generadores de eventos», aclara.

Nada será posible, continúa el arzobispo, sin «experimentar con gozo la salvación de Dios que nos regala Jesucristo y que tenemos que vivir en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo a través del cultivo de la fe, la esperanza y la caridad». Y para todo ello, Cobo propone promover reflexiones serias sobre la identidad del laicado ayudándose de materiales que él mismo presenta en un anexo a la carta, sumarse al calendario de actividades diocesanas, revitalizar los consejos pastorales y escuchar juntos la llamada a la misión, para lo cual «acogeremos la Palabra de Dios y escrutaremos los signos de los tiempos de la realidad que nos toca vivir, especialmente la de los más necesitados».

En conclusión, ante la debilitación de la esperanza y la multiplicación de los miedos «hay que volver a lo esencial», Dios mismo. «Solo desde la experiencia de un Dios capaz de resucitar muertos y perdonar lo imperdonable se comprende la invitación a contemplar nuestro mundo con esperanza». «Creemos a pies juntillas que Él lo puede todo», resume Cobo. Termina poniendo a la diócesis bajo el manto de Nuestra Señora de la Almudena, la mujer «que creyó contra toda esperanza».

Claves
  • Cobo entrelaza este curso varios elementos: uno, acompañar el Sínodo.
  • Otro, vivir el año jubilar, participando «más intensamente en los sacramentos» y con «obras de misericordia».
  • Y, por último, continuar el camino pastoral iniciado «tomando conciencia de nuestro Bautismo» deteniéndose en «la vocación del laicado».