Las palabras que ha elegido el Papa Francisco para el lema de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2025, Compartan con mansedumbre la esperanza que hay en sus corazones son, verdaderamente, una provocación. Y lo son porque nos invitan a abrirnos al otro, a salir al encuentro de los hombres y mujeres del siglo XXI que sufren tantos conflictos armados y tanta desconfianza en la posibilidad de un diálogo verdadero, y a compartir con ellos no cualquier cosa, sino la esperanza que hay en nuestro corazón. Son una provocación porque cada uno de nosotros está llamado a mirarse a sí mismo y reconocer si su corazón tiene esperanza. Ya que, si uno tiene esperanza, el modo de comunicarse con el otro está lleno de gusto, alegría y paz. Porque, para esperar (y compartir con mansedumbre) hace falta haber recibido una gran gracia, como decía el poeta Péguy. Una gran gracia que consiste en la experiencia de ser queridos y queridos de verdad. Necesitamos encontrar un amor que sea más determinante que nuestra pobreza y nuestra debilidad. Por eso, si no pasamos por alto estas palabras del lema, estamos llamados a mirarnos en acción y reconocer en ella qué esperanza tenemos para vivir la vida cotidiana, la vida de todos los días. Para responder a esta pregunta, el Papa nos indica un modo implícito, mirar cómo nos relacionamos. En efecto, en el modo de relacionarnos, podemos ver si tenemos o no esperanza, porque si uno tiene el corazón lleno de alegría, normalmente no pretende, comparte con mansedumbre, porque de lo que está lleno el corazón, habla la boca.
El mensaje que acompaña este lema llama la atención sobre el hecho de que hoy en día, con demasiada frecuencia, la comunicación es violenta, dirigida a golpear y no a establecer las condiciones para un diálogo. Por eso, invita a desarmar la comunicación, purificándola de agresividad. Continúa el mensaje haciendo alusión al hecho de que en «los programas de entrevistas» o en «las guerras verbales en las redes sociales, el paradigma que corre el riesgo de imponerse es el de la competición, de la oposición y de la voluntad de dominio».
Y, sin embargo, aunque esto suceda, y nos suceda a todos, nuestro corazón desea un cambio, desea que las relaciones, a nivel personal, familiar, laboral, nacional e internacional puedan desarrollarse de forma pacífica. Pavese escribía: «Qué grande es el pensamiento de que verdaderamente nada se nos debe. ¿Alguien nos ha prometido nunca nada? Y, entonces, ¿por qué esperamos?». El misterio de la vida del hombre es este, el de todos los hombres y el de los hombres de todos los tiempos. Podemos afirmar que la espera constituye la estructura misma de nuestro corazón, la esencia de nuestra alma. Esta espera es algo dado, no es el fruto de nuestra decisión. Nacemos con ella. La promesa de cumplimiento que nos constituye es algo dado. La promesa procede del origen mismo de nuestra hechura. Podemos decir que Quien ha hecho al hombre, lo ha hecho «promesa».
El mensaje del Papa continúa de la siguiente manera: «Para nosotros, los cristianos, la esperanza es una persona y es Cristo. Y siempre está ligada a un proyecto comunitario; cuando hablamos de esperanza cristiana no podemos prescindir de una comunidad que vive el mensaje de Jesús de forma tan creíble que deja entrever la esperanza que conlleva, y es capaz de comunicar la esperanza de Cristo con hechos y palabras aún hoy».
Cuento un hecho que me sucedió en la Facultad de Ciencias de la Información, donde trabajé doce años de capellán, por si ayuda a esta contribución de la Iglesia en medio del mundo. Una mañana llegué a la facultad para trabajar como cada día y cuando fui a entrar por la puerta, intentaron impedírmelo unos alumnos que, con palabras y gestos violentos, me decían que no se podía entrar porque había huelga. En ese momento, les dije: «Hombre, lo mismo que tú eres libre para hacer huelga, yo soy libre para venir a trabajar y no me lo puedes impedir». Y les pregunté: «¿Y por qué hacéis huelga?, ¿qué es lo que deseáis?, ¿qué es lo que pedís?» Me respondieron: «Hacemos huelga porque ha estallado la guerra; nosotros estamos en contra de la guerra». En ese momento les pregunté: «Si estáis en contra de la guerra, y eso pone de manifiesto lo bien que está hecho vuestro corazón, ¿por qué me tratáis con violencia? ¿No os dais cuenta de que estáis usando conmigo y con todo el que quiere entrar a trabajar la misma violencia que detestáis?». Yo vengo a la facultad a trabajar para poder encontrarme con la gente, con vosotros y entrar en el misterio de la vida del hombre, y les invité a desayunar. Allí empezó un diálogo que continúa con algunos dentro de la comunidad cristiana, el pueblo en el que podemos encontrar la respuesta al misterio de las guerras, al misterio del mal: el pecado del hombre. Y lo descubrimos gracias a la presencia del Resucitado que ha vencido el mal con su amor entregado.