180 jóvenes de Madrid culminan su peregrinación a Taizé - Alfa y Omega

180 jóvenes de Madrid culminan su peregrinación a Taizé

El cardenal José Cobo les visitó y les animó a mirar a la Iglesia «con los ojos de Jesús»

Santiago Tedeschi
El grupo de jóvenes de Madrid que ha participado en el encuentro. Foto: Santiago Tedeschi

Perseverancia, Palabra de Dios, silencio, comunidad, salir de su zona de confort. Esto, y mucho más, han vivido durante 10 días el grupo de 180 jóvenes de la DELEJU que ha peregrinado desde Madrid hacia Taizé, comunidad monástica cristiana ecuménica, fundada en 1940 por el Hermano Roger. Allí han estado una semana intentando empaparse de esa comunidad que, «desde el respeto, tratan que los cristianos nos entendamos y que haya plena reconciliación».

Los primeros días, como suele ocurrir cuando llegas a un lugar nuevo y donde nunca has estado, no es fácil entender bien lo que pasa allí. De repente entras en una Iglesia donde todo el mundo se sienta en el suelo, reza principalmente a través de los cantos y el silencio y quizás, muchos de los que llegaron allí por primera vez, se habrán ido a dormir el domingo pensando, ¿dónde me han llevado?, ¿qué hago yo aquí?

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Pero la semana avanzaba y los jóvenes, poco a poco, iban entendiendo algo muy importante: es posible rezar juntos, siendo de confesiones cristianas distintas y que, en este mundo donde ‘polarización’ fue la palabra del año en 2023, se necesitan lugares como Taizé para entenderlo y vivirlo plenamente. Y, sin ninguna duda, ayudó mucho la llegada, justo a la mitad de la semana, del cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid. Cuanto tenía 17 años ya organizaba viajes a Taizé y, por eso, la presencia de los jóvenes de la diócesis de Madrid – su diócesis – en la colina francesa, para él «significa mucho y es motivo de profundo orgullo».

Desde el pasado viernes, un servidor se unió al viaje para intentar – entre bastidores – captar todo lo que habían experimentado los jóvenes de estos días en Taizé. Hay que subrayar que la comunidad de los hermanos de Taizé se entregó con extrema dedicación para que toda la Iglesia de Madrid se sintiese como en casa y, en este caso, hay que destacar el encuentro que tuvieron los responsables de la DELEJU con el prior de la comunidad, el Hermano Matthew: «Muchas gracias a todos por organizar este viaje, estoy seguro de que significa mucho para todos: laicos y laicas, seminaristas, sacerdotes. Todos tenemos un rol en esta Iglesia y escucharnos entre nosotros es lo más importante. Si nos olvidamos de eso perdemos mucho».

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El Hermano Matthew recordó además el Encuentro Europeo que se vivió en Madrid en el año 2018: «Fue algo muy bonito y me sorprendió el frío que hacía en la ciudad». Destacó además que, como en Taizé con su nombramiento como nuevo prior el pasado mes de diciembre, también en Madrid «es un tiempo de cambio. Pero esos cambios no nos pueden desestabilizar». En el diálogo con los jóvenes, el Hermano Matthew subrayó como en Taizé los jóvenes llegan con muchas preguntas, dudas y preocupaciones: «Luego entran en la Iglesia, empieza la oración y llega la armonía y la paz».

Tras vivir con mucha intensidad la oración en torno a la cruz el viernes por la noche, el sábado, justo al final de la semana, el cardenal José Cobo ofreció un taller para todos los jóvenes que estaban en Taizé. El tema era ‘El rol de los jóvenes en la Iglesia sinodal’. Empezó el taller narrándole un cuento sobre un barco que «llevaba toda la vida atracado en un puerto […] de repente el capitán decide ir mar adentro y para que el barco empezara a navegar». El arzobispo de Madrid comparó entonces el Sínodo a «una forma de navegar de la Iglesia. No es una teoría, sino una forma de navegar. Hace tiempo el Papa nos dijo de ponernos a navegar y en este momento estamos: queremos poner a la Iglesia a navegar entre todos».

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«En medio de grandes olas y tempestades, navegamos con el reto de saber también qué puesto tenemos en este barco», subrayó el cardenal José Cobo. Además, el cardenal remarcó que la sinodalidad tiene tres formas de mirar, «pero siempre con un horizonte mirando la misión a la que estamos llamados»: «No miremos a la Iglesia desde nuestras habitaciones, sino que mirémosla con los ojos de Jesús, los ojos de un enamorado. Así mira Jesús a su Iglesia».

Y así la semana ya se iba acabando en la colina francesa de Taizé: la oración del sábado, con la entrada a la comunidad de Adam, un joven polaco, y la Misa del domingo presidida por el arzobispo de Madrid – según el sacerdote Luis Felipe Rodrigues «el momento más emcionante del viaje» –  cerraban una semana intensa de oración, silencio y amistad. Antes de subirse a los autocares faltaba un último encuentro del arzobispo de Madrid con sus jóvenes: «Espero que cuando lleguéis a casa os vais a acordar de esta experiencia. Aquí hay una comunidad que, desde el respeto, intentan que los cristianos nos entendamos y que haya reconciliación entre los hermanos. En nuestro mundo, cada vez vivimos más lejos los unos de los otros, y tiene que haber experiencias como Taizé para que nos unamos y entendamos que es posible rezar juntos»

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«Os agradezco porque habéis sido muy valientes al venir aquí, a un lugar que no conocíais […] ahora volvemos a nuestra ciudad, a nuestra diócesis. Esta experiencia es, como dijo Juan Pablo II, “beber agua de una fuente y seguir adelante”. Os agradezco, aunque sea un segundo de oración que hayáis hecho aquí», les dijo el arzobispo antes de despedirse de los jóvenes. 

Como sucedió en la ida, con paradas en Zaragoza, en el pueblo geronés de Llansá o Montpellier, también para la vuelta los responsables de la DELEJU habían preparado una parada antes de volver a Madrid. Tras una tarde libre en la ciudad de Lyon, los autocares viajaron hacia Aviñón donde, gracias a la extraordinaria acogida de la diócesis, los jóvenes pudieron alojarse en uno de los polideportivos de la ciudad.

Pudieron así, a pesar del mucho calor, conocer la ‘Ciudad de los Papas’ y celebrar Misa en la Iglesia de San Agrícola, patrón de la ciudad. Todo esto fue posible gracias a la colaboración entre la DELEJU y la Iglesia de Aviñón, en particular Francisco Esplugues, párroco de la Iglesia de San Agrícola, y Benoît Tartanson, Delegado de Juventud y de Vocaciones de la diócesis francesa. Los días en la ciudad se cerraron con una catequesis en el gimnasio donde se alojaban y donde el tema principal fue la reconciliación – un servidor se «infiltró» en una de ellas y pudo comprobar, de primera mano, como en muchos de los jóvenes el espíritu de la peregrinación había entrado en sus corazones -.

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Antes de viajar hacia Llansá, última parada antes de su vuelta Madrid, hubo tiempo para la Eucaristía: «Palabra de Dios, silencio y comunidad. Cuidar mucho estas cosas en vuestro grupo, sed una piña. Que nuestra vocación sea ser discípulos de Jesús, sembrar la buena semilla en este mundo», les dijo Antonio Secilla, director del Secretariado de Vocaciones y, nombrado justo en el día de ayer, nuevo rector del Seminario de Madrid, al final de la Misa.

Seguramente este reportaje no hubiera sido posible sin el cariño de todos los responsables de la DELEJU, que han preparado con esmero y atención esta peregrinación, sin el empeño del arzobispo de Madrid de despejar su intensa agenda para estar con los jóvenes, sin el trabajo, las 24 horas del día, de José Manuel Fernández y Míriam Blanco, director y secretaria pastoral del Secretariado de Infancia y Juventud, sin la acogida cariñosa de las diócesis de Girona y Aviñón. El viaje acaba, los jóvenes vuelven a Madrid y lo hacen con un corazón lleno de amistades y con una nueva experiencia a sus espaldas. 

«Se pasa por Taizé como se pasa junto a una fuente. El viajero se detiene, bebe y continúa su ruta. Los hermanos de la comunidad, ya lo sabéis, no quieren reteneros. Ellos quieren, en la oración y el silencio, permitiros beber el agua viva prometida por Cristo, conocer su alegría, discernir su presencia, responder a su llamada; después volver a partir para testimoniar su amor y servir a vuestros hermanos en vuestras parroquias, vuestras ciudades y vuestros pueblos, vuestras escuelas, vuestras universidades, y en todos vuestros lugares de trabajo» (Juan Pablo II, 5 de octubre de 1986).