Id a las ovejas descarriadas de Israel - Alfa y Omega

Id a las ovejas descarriadas de Israel

Miércoles de la 14ª semana de tiempo ordinario / Mateo 10, 1‐7

Carlos Pérez Laporta
'Cuatro apóstoles con Cristo'. Bernhard Strigel. Albertina, Austria
Cuatro apóstoles con Cristo. Bernhard Strigel. Albertina, Austria. Foto: www.europeana.eu.

Evangelio: Mateo 10, 1‐7

En aquel tiempo, Jesús, llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.

Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:

«No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.

Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos».

Comentario

Escoge Jesús a los doce para alcanzar a todo Israel. Doce apóstoles para las doce tribus de Israel: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel». Es un signo del Reino final de Dios en el mundo: «Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos».

Sin embargo, como dijo irónicamente el modernista Loisy, en lugar de llegar el Reino de Dios, con la muerte de Cristo lo que vino es la Iglesia. Se esperaba el final definitivo de Dios en la historia, pero sobrevino esa comunidad imperfecta que es la Iglesia. Nada parece quedar ya de aquella misión sobre Israel, y poco o nada podemos ver ya de aquella «autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia».

Esa luz crepuscular de la historia apunta a la Iglesia actual y la llena de sombras. ¿Fracasó Jesús? ¿Se equivocó en sus previsiones históricas? ¿Se equivocó con aquellos doce y hemos mantenido ese error en todos sus sucesores? Por eso, la Iglesia no puede sentirse autosatisfecha de su momento presente nunca.

Sin embargo, desde dentro de la Iglesia emerge otra luz, que es la luz de la fe en la palabra de Jesús. Esa fe debe transformar la consciencia de su fracaso como la espera de la conversión de las ovejas descarriadas de Israel. La falta de adecuación entre la pretensión de Jesús y su resultado histórico no debe sino disponer a la Iglesia a una constante expectación. Realmente «ha llegado el reino de los cielos», pero ese reino tiene aún que desplegarse como un grano de mostaza.