La memoria recobrada
El Museo del Prado ofrece un viaje en el tiempo a la España de la que venimos, a esa de la pobreza, la emigración y la dureza de la vida en el campo, la de las huelgas y la tuberculosis
Es la exposición que hay que ver este verano. Patrocinada por la Fundación BBVA y comisariada por Javier Barón, jefe de conservación del Área de Pintura del Siglo XIX, el Museo del Prado exhibe más de 300 obras maestras de la pintura, la escultura y la fotografía de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Con el título Arte y transformaciones sociales en España 1885-1910, hasta el 22 de septiembre se dan cita los grandes nombres del arte español del periodo. Empezando por Darío de Regoyos y hasta Julio Romero de Torres, aquí no falta nadie. Están Francisco Iturrino y Ricardo Baroja, Hermen Anglada-Camarasa e Isidre Nonell, Evaristo Valle y Joaquim Sunyer, Pablo Gargallo y Pablo Picasso, Juan Gris y José Gutiérrez Solana. Naturalmente, ha venido también —me pongo en pie para nombrarlo— el maestro Zuloaga.
Vengan con tiempo porque la exposición merece una visita pausada. Van a emprender ustedes un viaje en el tiempo a la España de la que venimos, a esa de la pobreza, la emigración y la dureza de la vida en el campo, la de las huelgas y la tuberculosis, la de las malcasadas y los huérfanos… La España, en fin, cuyas tensiones terminaron conduciendo al fin de la Restauración y, andando el tiempo, a la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y la Segunda República (1931-1939).
Estructurada en 14 áreas temáticas, la muestra recorre la vida cotidiana en aquella España convulsa y sacrificada: el trabajo en el campo, en el mar, en la industria, el trabajo de la mujer, la religión, enfermedad y medicina, accidentes laborales, la prostitución, la emigración, pobreza y marginación étnica y social, huelgas y reivindicaciones sociales, la educación, la muerte y el cine y las transformaciones sociales. Un recorrido con tiempo da una magnífica introducción a los grandes documentos de la doctrina social de la Iglesia, empezando por la Rerum novarum (1891). Veo un cuadro de Vicente Cutanda y Toraya que muestra un conflicto en los altos hornos —Una huelga de obreros en Vizcaya— y me viene a la memoria ese pasaje de advertencia a los patronos: «Quedan avisados los ricos de que las riquezas no aportan consigo la exención del dolor, ni aprovechan nada para la felicidad eterna, sino que más bien la obstaculizan; de que deben imponer temor a los ricos las tremendas amenazas de Jesucristo y de que pronto o tarde se habrá de dar cuenta severísima al divino juez del uso de las riquezas».
Hay unas cuantas obras como esta de Cutanda, que dan razón de nuestro tiempo y resumen una época. Frente a la mirada romántica y complaciente a la vida en el campo, se alza un óleo sobre lienzo de Martínez Cubells que muestra tres escenas de la realidad. Titulado Trabajo, descanso, familia, da cuenta de una dureza que explica la emigración a la ciudad en busca de mejores oportunidades y del progresivo abandono de la España del interior. Si lo miramos detenidamente —las manos, los hombres que horadaban la tierra— comprenderemos la profundidad y la urgencia de la cuestión agraria a comienzos del siglo XX.
Son obligadas unas palabras sobre Salus Infirmorum, de Luis Menéndez Pidal, en referencia a las obras de misericordia y a las letanías de la Virgen. Estos campesinos ponen ante la Virgen a su hijo enfermo. El sacerdote reza acompañado por un monaguillo. Todos hemos atravesado este momento de llevar ante María a quien amamos y está sufriendo. Todos pedimos por los enfermos de nuestras parroquias. Menéndez Pidal, pintor católico y naturalista, nos retrata a todos. Uno casi sentiría que se suma a la oración de estos padres que, como tanta gente, buscaban al Señor para que los curara.
También buscaban al Señor los pobres. O, mejor dicho, Él los buscaba a ellos para anunciarles que les pertenecía el Reino de los cielos. Antonio Fillol representa a Los amigos de Jesús en una barraca valenciana que refleja la dureza de las condiciones de vida. El Señor está de frente casi entrando por la puerta. Apenas vemos su rostro, pero sabemos que quien lo ve a Él ve al Padre. Un hombre está de espaldas y no se entera. Hay un niño jugando. Una mujer vuelve el rostro a la entrada por donde se está apareciendo el Resucitado. Esta escena es estremecedora si se mira con los ojos de la fe.
En estas salas vemos el dolor y la injusticia, pero también la esperanza y el agradecimiento; como en el óleo de Álvarez Sala La promesa, después del temporal, Asturias, en que un grupo de pescadores y sus familias cumplen una promesa después de un naufragio ante la ermita de Nuestra Señora de la Providencia. En realidad, toda la exposición nos conmueve y nos desgarra si volvemos la vista atrás. La fotografía titulada Embarque de emigrantes hacia América del Sur en el puerto de Barcelona, de Ballell Maymí, nos recuerda la época en que los españoles emigrábamos a Argentina, a Cuba… Hasta 400.000 dejaron su tierra. Se decía que Buenos Aires era la quinta provincia gallega. Uno sale de la exposición con la memoria recobrada.