Jesús no llevaba un cartel de neón - Alfa y Omega

Jesús no llevaba un cartel de neón

Domingo de la 14ª semana de tiempo ordinario / Marcos 6, 1‐6

Jesús Úbeda Moreno
'Jesús en la sinagoga'. Joakim Skovgaard. The David Collection Copenhague (Dinamarca).
Jesús en la sinagoga. Joakim Skovgaard. The David Collection Copenhague (Dinamarca). Foto: Pernille Klemp.

Evangelio: Marcos 6, 1‐6

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.

Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:

«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él. Les decía:

«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».

No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.

Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Comentario

Después de resucitar a la hija de Jairo en Cafarnaún, Jesús va a su pueblo, Nazaret. Ante la predicación de Jesús en la sinagoga sus conciudadanos pasan por varias fases. En primer lugar el asombro, lo que nos muestra el signo que conecta con la experiencia originaria de la relación entre el Creador y su criatura y que le mueve a la búsqueda de un significado. Por tanto, como fruto de ese primer momento de admiración, emerge la pregunta sobre el origen explicitándose así el dinamismo propio de la razón ante el asombro: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos?» (Mc 6, 2). En otras ocasiones la expresión es todavía más explícita: «¿Quién es este?» (Mc 4, 41) como veíamos hace dos semanas ante el milagro de la calma en la tempestad. Nadie queda indiferente ante las palabras y las obras de Jesús. Ahora le tocaría el turno a Él, porque a la pregunta sobre su origen solo puede responder Jesús, la razón humana por sí sola no consigue alcanzarlo. Pero no ocurre así. Al darse ellos mismos la respuesta aparece la desconfianza y la sospecha de sus paisanos. Este es uno de los elementos esenciales de la fe: la acogida de la palabra de Jesús como respuesta a la pregunta sobre su origen. Cuando queremos prescindir de este dato fundamental quedamos encerrados en nuestras medidas y esquemas. El texto usa el verbo «escandalizarse» que en griego significa literalmente «piedra de tropiezo». Al prevalecer su medida tropezaron y cayeron en el camino de la fe. Pero, en concreto, ¿qué les escandalizó? Su humanidad. «¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí?» (Mc 6, 3). Este pasaje siempre me ha ayudado a entender lo que significa que la humanidad ungida de la Iglesia es la contemporaneidad de Cristo para cada generación. Jesús no llevaba un cartel de neón que decía que era Dios. Para los coetáneos de Jesús su aspecto externo no le distinguía de los demás, no le hacía singular, como a veces el cine nos ha querido mostrar, un Jesús hierático o extraño al común de los mortales. Al contrario, en la serie The Chosen este quizá sea uno de los elementos que hace que sea seguida por millones de personas. Cada bautizado —evangelizado— es el nuevo templo de la presencia de Dios en el mundo, del que podemos conocer a sus padres, parientes, trabajo… toda su biografía, pero cuando acontece el encuentro con Cristo a través de su frágil humanidad, sigue suscitando la misma pregunta: «Pero, ¿quién es este?». La humanidad de la Iglesia, como la de Cristo, sigue siendo la «piedra de tropiezo» para muchos de nuestros contemporáneos. Y no me estoy refiriendo a nuestros pecados, que ojalá sean cada vez menos, sino al hecho objetivo de que el Señor haya elegido nuestra humanidad para manifestarse en el mundo. Si el problema fuera solamente una coherencia moral, no se entendería por qué fue rechazado Jesús, que no podía pecar y, por tanto, mostraba una coherencia moral intachable. Como dice san Pablo: «Llevamos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (2 Co 4, 7). Solamente dando crédito al testimonio del testigo se recibe el don de la fe. No se puede prescindir de la contemporaneidad de la presencia de Cristo resucitado que se manifiesta en la humanidad de la Iglesia para recibir el don de la fe. Al igual que los que se escandalizaron de la humanidad de Jesús se quedaron sin su divinidad, el que se escandaliza de las grietas de la vasija se queda sin el tesoro.