Luis Argüello: «¿Cuál es la alternativa, mandar a los migrantes a la frontera?» - Alfa y Omega

Luis Argüello: «¿Cuál es la alternativa, mandar a los migrantes a la frontera?»

Hablamos con el nuevo presidente de los obispos sobre la situación entre el Gobierno y la CEE por el plan de abusos, la fatiga sinodal en España, la regularización de migrantes y el cisma de las clarisas

Cristina Sánchez Aguilar
Argüello, arzobispo de Valladolid, fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española el 5 de marzo
Argüello, arzobispo de Valladolid, fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española el 5 de marzo. Foto: EFE / Chema Moya.

Llega como presidente de la CEE en un periodo de relevo generacional de los obispos. ¿Cuál es el perfil que viene?
Es difícil precisar un perfil, pero hay un deseo grande del Papa Francisco de obispos pastores que ayuden al giro apostólico y misionero que está dando la Iglesia en España.

Tras su última reunión con el ministro Bolaños, ¿en qué puntos hay sintonía con el Gobierno y en cuáles queda camino de entendimiento por recorrer?
En la relación global con el Gobierno y los gobiernos, pues también hay relación entre las diócesis y las comunidades autónomas y ayuntamientos, siempre hay un criterio de colaboración con el bien común. La conversación, esta vez, fue para la presentación del nuevo presidente y para dialogar sobre cómo puede articularse la relación. Además, se abordó la cuestión del plan del Ejecutivo relativo a los abusos sexuales, sobre el que, en líneas generales, estamos de acuerdo; asumimos nuestra responsabilidad y estamos en el camino en torno a la prevención y reparación, pero también mostramos nuestro desacuerdo ante la realidad de que el plan mira prácticamente en exclusiva a las víctimas de la Iglesia. Es manifiestamente injusto, ya que el Gobierno tiene que pensar en las posibles víctimas en todos los ambientes de la vida social.

Hay víctimas que creen que la postura de la CEE es echar balones fuera.
El Estado tiene que regirse por criterios de universalidad y no tratar de manera discriminatoria a unas víctimas y a otras. La lógica de poner a las víctimas en el centro hace que sea razonable pedirle que tenga en cuenta a todas. Por nuestra parte, seguimos en el camino. La Iglesia ya ha indemnizado y reparado, quiere abordar abusos prescritos desde el punto de vista civil, penal y canónico y asume su responsabilidad moral. Pero el Estado tiene que entrar desde el lugar que le corresponde a él, que es regular para todos. Lo peor de todo es que estas disputas institucionales y mediáticas nos despisten a unos y a otros del camino central.

Si miramos los planes de indemnizaciones de otras conferencias episcopales uno se pregunta si a la Iglesia en España le saldrán las cuentas.
La reparación es más que una cuestión económica. Tiene que ver con el reconocimiento, el acompañamiento, la atención; y sí, también hay una dimensión económica con una triple referencia. La primera es el victimario; la persona acusada tiene que responder. En segundo lugar, la institución, diócesis o congregación ha de abordar de manera subsidiaria lo que el primero no pueda hacer porque ha fallecido, por sus votos o por insuficiencia en sus posibilidades económicas. Y, en último caso, desde la CEE —y desde CONFER— por la comunión de bienes de la Iglesia, puede plantearse una ayuda. Ya hay diócesis realizando caminos de reparación con víctimas concretas.

Hace años, uno de los debates en la CEE era si la unidad de España era un bien moral sobre el que los obispos debían pronunciarse. En el movido contexto actual escasean los pronunciamientos, ¿es que ya se ha tirado la toalla?
La Iglesia es consciente de lo que ha supuesto en la historia de España su presencia como vínculo de unión entre los reinos y, ahora, de la nación. Esta nación tiene pueblos y diversidades culturales y lingüísticas que es necesario reconocer; pero este reconocimiento de las diferencias hemos de verlo desde la perspectiva de que enriquecen la comunión y no subrayarlo de manera que la cuestionen. La Iglesia, que tiene como santo y seña una llamada al bien común, a la dignidad de todos y cada uno, es lo que puede ofrecer, aunque luego las formas organizativas puedan ser discutibles y los ciudadanos las encaucen por un lado u otro.

¿Hay cierta fatiga sinodal en España?
Hay que distinguir la sinodalidad como tema, que tengo la impresión de que parece una carpeta ya trabajada, de la sinodalidad como estilo y espiritualidad. En esto hemos avanzado más de lo que parece. Se ha crecido en el deseo de promover la participación, la comunión y la misión de todos los bautizados, se han impulsado los consejos de pastoral, la propuesta de ministerios, la vida como vocación… el Congreso de Laicos Pueblo de Dios en salida, cuando empezaba la pandemia, supuso un impulso en las diócesis, revitalizó las delegaciones de laicos. Además, los cuatro itinerarios que surgieron fueron asumidos por la CEE, que en las orientaciones para el cuatrienio en el que estamos hizo una referencia explícita a los objetivos del itinerario sinodal. Tenemos que ver si en diócesis y parroquias se sigue creciendo en este camino.

Ha tomado partido, y le han criticado por ello, al defender la ILP sobre la regularización masiva de migrantes.
Las migraciones son un asunto piedra de toque. Y como todos los asuntos piedra de toque, hay riesgo de simplificar. La ILP pide regularizar a personas que están desde antes de 2021 en España. Su situación es irregular y eso provoca comportamientos no queridos. Pero los críticos entran en un círculo vicioso. Quieren mantener su ilegalidad, pero se quejan de comportamientos ilegales. ¿Cuál es la alternativa, mandarlos a la frontera?

Esta semana ha impactado la noticia del cisma de las clarisas en Burgos y Vitoria. ¿Cómo ha podido ocurrir?
Diría que se trata de un caso más de atención psicológica, porque no es posible hacer estas afirmaciones sobre los últimos Papas y pensar que se haya equivocado el Espíritu desde el Concilio Vaticano II. Lo preocupante también es que esto se utilice para decir que hasta las monjas de clausura piensan que la Iglesia está mal gobernada. Quiero hacer un llamamiento grande a confiar en la Iglesia y en el Espíritu Santo, en el regalo que han sido todos los Pontífices, y a salir al paso de la tentación de dejarse llevar por las diversas sensibilidades manipuladas ideológicamente. Todos somos del Señor y de la Iglesia que Él ha querido.