La declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe Dignitas infinita busca superar la parcialidad de quienes se concentran exclusivamente en la defensa de la vida no nacida o terminal, olvidando otros ataques a la dignidad humana y, por otra parte, la de quienes se centran únicamente en la defensa de los pobres y los migrantes, olvidando que la vida debe ser defendida desde su concepción hasta su fin natural. Esta unidad de fondo entre las diferentes dimensiones de la dignidad humana ha sido siempre la posición del magisterio eclesial.
Pero este documento no ha traído la paz y el equilibrio a un debate desenfocado en su raíz. Muchos que proclamaban simpatía hacia Francisco han mostrado su rabia por el modo en que la declaración rechaza la ideología de género, la eutanasia o el aborto. Y otros, habituales en las batallas por la vida, se han quejado de que se coloquen en el mismo plano cuestiones como el rechazo a los migrantes, la pobreza o la violencia contra las mujeres. Ni unos ni otros captan la raíz de esa dignidad infinita que es el centro de la mirada de la Iglesia sobre lo humano, que necesitamos aprender siempre de nuevo fijándonos en el modo en que miraba Jesús a cada persona.
En lugar de dejarse corregir por esta declaración aprobada por el Papa, unos y otros parecen salir de su trinchera para abalanzarse sobre el texto y juzgarlo desde sus opiniones previas, que permanecen inalterables. La enseñanza de los apóstoles es la que juzga si nuestra mentalidad se ajusta a Cristo o solo refleja una ideología o nuestros prejuicios. Pero ahora parece que es la enseñanza del Papa y de los obispos la que primero debe ser sometida a juicio de cada blog, periódico o influencer de moda para conseguir o no luz verde, según los gustos de cada uno.
Es lógico que surjan dudas y preguntas frente a cualquier texto magisterial, pero un cristiano las plantea dentro del cauce de la unidad eclesial, con disposición de hijo, consciente de haberlo recibido todo en esta casa, como tantas veces han hecho los santos a lo largo de la historia. Esa es la libertad y la madurez cristiana que tantas veces se echa de menos en el vocerío actual.