Europa no se estremece ante la dignidad infinita
Elizabeth y ese niño no nacido y sin nombre son quienes deben guiar el fin último de toda decisión política
Esta semana en Alfa y Omega confluyen en un amplio número de páginas dos realidades que están sobre la mesa informativa en las últimas semanas: migraciones y Europa, unidas por el reciente —y controvertido— pacto europeo en torno a la migración y el asilo. Sobre él, el obispo que preside la comisión de migraciones del episcopado italiano ha sido claro en este semanario: «El pacto no es fruto de una Europa unida, sino dividida, y no solo políticamente, sino también entre naciones». Además, sostiene, es el resultado de las prisas ante las elecciones europeas del próximo mes de junio. Por su parte, Íñigo Méndez de Vigo, quien como eurodiputado abogó durante años por una política migratoria común, asegura que «no todo se consigue de una sola vez, y como pasa en la vida, no se consigue el 100 % de lo que uno quiere. Hay que ver las cosas en su conjunto», asegura ante dicho pacto. Poner a 27 naciones a discutir sobre un tema común no es sencillo, reitera. Cierto es. Y cierto también es que, como nos recuerda el Papa Francisco desde el inicio de su pontificado, la persona debe estar en el centro de las decisiones políticas. La persona, en definitiva, debe ser el centro de cualquier sociedad, como hijos dignos de Dios que somos. Por tanto, se legisle o no con prisa, haya o no que poner a 27 culturas de acuerdo, es Elizabeth, esa joven con la que el periodista italiano Giammarco Sicuro embellece su reportaje desde el barco de la ONG Emergency, quien debe guiar el fin último de toda decisión. Y con ella —y su linterna— ese niño no nacido y sin nombre cuya muerte se define ahora en nuestro continente como un derecho fundamental. Se pregunta el jurista José Luis Bazán si Europa ha perdido su brújula moral tras el apoyo por mayoría de eurodiputados de semejante barbaridad. Unas semanas difíciles para el viejo continente, que no se estremece ante el recordatorio vaticano de que el ser humano tiene, desde su concepción hasta el final de la vida, una dignidad infinita.