El Papa da las gracias a la Cruz Roja por su labor en conflictos y desastres
Se ha reunido con voluntarios y trabajadores de esta organización que cumple 160 años en Italia y también con una fundación que atiende a personas con discapacidad: «Pidamos la gracia de llorar con el que llora»
Cerca de 6.000 voluntarios y trabajadores de la Cruz Roja italiana han teñido del característico rojo de esta organización el Aula Pablo VI con motivo de su encuentro con Francisco. Lo han recibido con la música de su banda y al grito de «¡viva el Papa!».
La Cruz Roja italiana cumple 160 años. Fue fundada un 15 de junio de 1864 en Milán. Se constituyó incluso dos meses antes de la firma de la Convención de Ginebra que protege a las organizaciones humanitarias. La labor de la Cruz Roja italiana se puso a prueba muy pronto, en 1866 con el estallido de la guerra de la Tercera guerra de independencia italiana. Desde entonces, la Cruz Roja ha estado presente en múltiples conflictos nacionales e internacionales y catástrofes, especialmente los terremotos que tanto padece Italia como el de L’Aquila del que este 6 de abril se cumplen 15 años.
Francisco ha entonado un sonoro «gracias, muchas gracias» dirigido a esta organización por «sus gestos y obras concretas de asistencia y cuidado, sin distinción de nacionalidad, clase social, religión u opiniones políticas».
«Esta corriente de amor no se ha detenido. Hoy como ayer la vuestra es una presencia eficaz y preciosa, especialmente en todos aquellos contextos en los que el fragor de las armas sofoca el grito de los pueblos, su anhelo de paz y su deseo de futuro», ha clamado el Pontífice, aunque en ocasiones no le acompañaba la voz.
Para el Papa, el trabajo de la Cruz Roja «es un signo visible de que la fraternidad es posible», así como es posible «trabajar juntos por el bien común, yendo más allá de las divisiones, abatiendo los muros de la enemistad, superando las lógicas del intereses y del poder que convierten al otro en enemigo». El Pontífice ha insistido en el valor supremo de la vida humana «y la necesidad de defender, sobre todo, a los más vulnerables». Ha dicho que los más vulnerables son los niños y, apartándose del texto preparado, ha recordado una vez más a los niños ucranianos que ha conocido en Roma: «Estos niños no ríen, han perdido la capacidad de sonreír».
«Os quiero animar a seguir con esta gran obra de caridad que abraza a Italia y al mundo», ha exclamado pidiendo a los trabajadores y voluntarios de la Cruz Roja que la organización «sea siempre un símbolo elocuente de un amor por los hermanos que no tiene fronteras ni geográficas, ni culturales, sociales, económicas o religiosas». Como reza su lema, «En todas partes y para todos». En todas partes porque —como ha dicho el Santo Padre— «ningún contexto puede decirse libre del sufrimiento, de las heridas del cuerpo y del alma».
«Globalizar la solidaridad»
De ahí que haya abogado por «globalizar la solidaridad» «para reconocer a cada ser humano como un hermano o hermana y buscar una amistad social que incluya a todos». La búsqueda de esta «caridad social» «no es una utopía», ha sentenciado. «Para ello, hacen falta normas que garanticen los derechos humanos en todas partes, prácticas que alimenten la cultura del encuentro y personas capaces de mirar al mundo con horizontes amplios», ha explicado.
El Papa también ha animado a los miembros de la Cruz Roja a seguir siendo quienes nunca dan la espalda a los necesitados «sobre todo, en un tiempo en el que crecen, como la cizaña, el racismo y el desprecio». Tras terminar su discurso, Francisco ha saludado a los responsables de la organización y a muchos de los voluntarios y trabajadores que llenaban el Aula Nervi con motivo de este aniversario.
La jornada del Papa había comenzado antes con la audiencia a la Fundación Santa Ángela de Merci, de la localidad de Siracusa. La organización cumple medio siglo de actividad cuidando de personas con discapacidad de distinto tipo. Algunas de ellas estaban presentes en el encuentro con Francisco. «El Señor quiere ablandar nuestros corazones que a veces se han secado en la indiferencia y endurecido en el egoísmo», ha lamentado el Pontífice en su discurso. Por ello, ha agradecido la labor de esta fundación pidiendo al Señor para ellos «una gracia, la más importante de todas: la de saberse conmover, de llorar con el que llora». Porque el Papa ha recordado que hay tres grandes males en la sociedad que nos impiden conmovernos: «La indiferencia, el individualismo que nos cierra a la suerte de quienes tenemos al lado y la anestesia del corazón que no nos hace conmovernos frente a los dramas de la vida cotidiana».