Roma venera por primera vez a los mártires coptos
«Su Dios es mi Dios», dijo el ghanés asesinado con 20 egipcios por el Dáesh en Libia en 2015. El Vaticano los ha conmemorado tras ser incluidos en el Martirologo Romano
La fe copta es heroica. Se aferra a los milagros, a las peregrinaciones siguiendo las huellas de la Sagrada Familia, pero, sobre todo, a la sangre de los mártires. Como la de los 21 jóvenes decapitados por el autoproclamado Estado Islámico (EI) en una playa de la costa libia en 2015. La grabación dantesca de los verdugos conduciéndolos hasta la muerte dio la vuelta al mundo.
20 de ellos eran egipcios y procedían de la provincia de Minia, situada al sur de El Cairo. Emigraron juntos a Libia huyendo de la miseria. Allí encontraron trabajo y conocieron al joven de Ghana, el único no cristiano. Cuando los terroristas le preguntaron a este último si renegaba de Cristo, respondió: «Su Dios es mi Dios». Su recuerdo sigue vivo nueve años después, también entre los católicos. La pasada semana el cardenal Kurt Koch presidió una emotiva ceremonia en la capilla del coro de la basílica de San Pedro, en la celebración de su primera fiesta marcada en rojo el Martirologio Romano. El Papa los incluyó en lista de mártires el pasado 11 de mayo en un gesto ecuménico que él mismo definió «como signo de la comunión espiritual» que une a las dos Iglesias cristianas, la católica y la copta, separadas hace 15 siglos en el Concilio de Calcedonia. No es la primera vez que la Iglesia católica incluye a no católicos en el Martirologio Romano. En 2001 se sumaron algunos santos de las Iglesias ortodoxa y ortodoxa oriental que vivieron después de la separación de las Iglesias, como los santos eslavos Teodosio y Antonio de Pecherska (siglo XI) o el santo armenio Gregorio de Narek (siglo X), proclamado doctor de la Iglesia por el Papa en 2015. No obstante, en este momento la canonización directa de figuras ortodoxas o protestantes está totalmente descartada en el Vaticano.
«Supuso un gran honor para todos los coptos que nuestros mártires fueran conmemorados en el Vaticano. Ellos son un modelo de coraje. Les dieron la alternativa de renegar de su fe, pero no la aceptaron. Prefirieron morir», asegura el padre Antonio Gabriel, de la diócesis copta de Roma, que reúne a unas 5.000 personas. Los lazos de plástico manchados de sangre que los terroristas usaron para atar las manos de estos jóvenes cuyos restos mortales se encontraron en una fosa común en febrero de 2018, con la cabeza separada del cuerpo, fueron venerados en la celebración. «Fue la primera vez que sacamos unas reliquias de nuestros mártires de Egipto y ahora la Iglesia católica las honra como la Iglesia copta», explica el sacerdote copto. Esta fe se considera una prolongación viva de la antigua Iglesia de Alejandría, ya que la tradición sitúa su nacimiento en el año 43, cuando el evangelista Marcos llegó a esta ciudad egipcia, donde murió dos décadas después.
Durante la celebración, un coro de jóvenes diáconos de esta Iglesia ofrecieron un repertorio de cantos litúrgicos y largas salmodias en lengua copta acompañadas de címbalos. «Ser copto hoy es una gran alegría. Tenemos muchos jóvenes testigos de la fe cristiana y mártires. No es solo en Egipto, porque nuestra fe está presente en el mundo entero», indica el padre Gabriel, que se mudó a Italia desde su Egipto natal en 1998, cuando fue ordenado sacerdote.
Durante la homilía, el cardenal Koch subrayó que en este momento «hay todavía más mártires que en la época de la persecución de los cristianos en los primeros siglos». Hoy, «el 80 % de todos los perseguidos a causa de su fe son cristianos», indicó. La opresión silenciosa en Egipto contra la Iglesia ortodoxa copta, que representa cerca de un 10 % de la población, es un ejemplo palmario. El mariscal Abdelfatá al Sisi ha tenido algunos gestos de favor con los coptos como enmendar la ley de la construcción de las iglesias, pero en no pocos aspectos son tratados como ciudadanos de segunda. Privados de tener cualquier cargo en la Administración pública, el trato empeora cuando se trata de profesar la propia fe abiertamente o de convertirse del islam al cristianismo. En Egipto es fácil convertirse del cristianismo al islam, pero casi imposible hacer lo contrario; sobre todo, por los problemas relacionados con el reconocimiento legal del cambio de religión, que muchos funcionarios obstaculizan, a pesar de ser obligatorio registrarlo.
Cuando se fueron a trabajar a Libia «sabían que podían convertirse en mártires», afirma con una entereza pasmosa Tageya, la esposa de Louka Nagaty, uno de los jóvenes asesinados hace nueve años. El cineasta de origen egipcio Samuel Armnius escarba en el dolor de sus familias y recompone el proceso de reconciliación que vivieron hasta conceder el perdón a los terroristas. El resultado es el conmovedor documental Los 21: El poder de la fe, proyectado en la Filmoteca Vaticana el mismo día en que se recordó su memoria. Armnius indaga en los orígenes de estos mártires modernos para tratar de comprender qué los llevó a aceptar su condena de muerte por no renegar de su fe. «Nos llaman la nación de la cruz», asegura con orgullo mirando a la cámara un niño de la Iglesia copta de Egipto, que ya ha hecho suya la importancia del testimonio de sangre.