Premio Mundo Negro: «Unas malas elecciones no se corrigen con un golpe militar» - Alfa y Omega

Premio Mundo Negro: «Unas malas elecciones no se corrigen con un golpe militar»

Matthew Hassan Kukah, ganador del Premio Mundo Negro, acogerá en breve al presidente y a opositores en Nigeria para promover el buen gobierno y la confianza en los procesos electorales

María Martínez López
Kukah (centro) durante un acto para celebrar la firma de un acuerdo de paz entre los candidatos a las elecciones a gobernador de Ekiti, en 2022. Foto: Kukah Centre.

«Si gobernara nuestro país, nos iría mucho mejor», aseguró una vez un funcionario de Nigeria sobre el obispo de Sokoto, al norte del país. Su promoción del liderazgo, el diálogo y el buen gobierno en el Centro Kukah le ha valido el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2024.

La Navidad en Nigeria estuvo marcada por el asesinato de 300 cristianos. ¿Hasta qué punto esta violencia es religiosa? ¿Influyen la corrupción, la impunidad o la desertificación?
Creo que el mundo en cierto sentido ya está vacunado contra el shock por la ubicuidad de la crueldad humana. Nuestra situación en Nigeria se prolonga ya tanto tiempo que incluso dentro del país hemos perdido el sentido del shock. Los crímenes en el estado de Plateau persisten y lo más incomprensible es cómo y por qué las fuerzas de seguridad, con todos sus recursos, se han demostrado incapaces de acabar con esta tragedia; o incluso no dispuestas. El resultado es que nuestra gente se ha quedado tan indefensa y desesperada que solo lloramos, nos secamos las lágrimas y esperamos al siguiente incendio.

Es complicado. No podemos ignorar el componente religioso; especialmente cuando los asesinos declararon su identidad al masacrar mientras exclamaban «Allahu akbar». Es bien conocida la subordinación de la minoría cristiana en el norte islámico del país. El arte de gobernar bien lo habría resuelto, pero años de corrupción y política tóxica han generado un cóctel de violencia en el que entran la religión y los factores que menciona.

Su diócesis está en el noroeste del país, donde se aplica la sharía y los grupos yihadistas empezaron a actuar. ¿Cómo es la situación ahora?
El yihadismo se ha convertido en un paraguas popular para ocultar la criminalidad. No ayuda el hecho de que la financiación desde los países árabes a estos grupos en nombre de la yihad haya envalentonado más a los criminales. En Sokoto hemos continuado con la tradición de que la Iglesia católica ofrezca educación y servicios sanitarios; por ello, gozamos de algo de respeto y aprecio. En realidad, la mayor parte de la población está más golpeada por la pobreza que la minoría cristiana. Los padres musulmanes en general confían en la educación católica. La formación es el único vehículo que nos puede ayudar a acabar con este feo círculo de violencia, que se alimenta de millones de niños no escolarizados. Nuestro principal problema son los recursos.

¿Cómo empezó a implicarse en cuestiones políticas y sociales siendo sacerdote?
Estoy agradecido a Dios por todo lo que soy hoy. Ser sacerdote te hace perder la inocencia en lo que respecta a las cuestiones sociales, especialmente en África. La pobreza, la injusticia y la desigualdad son como una bota en el cuello de nuestra gente. Ningún sacerdote puede quedarse mirando.

Yo vengo de un contexto muy humilde. En el segundo año de seminario, me eligieron para editar su revista porque había empezado a escribir como forma de expresarme. Para cuando me ordené, había mejorado mis habilidades en este sentido. Apenas cinco años después ya estaba escribiendo en periódicos importantes y obtuve cierta visibilidad. Mi arzobispo me animaba a ello. También tuve la suerte de estudiar en universidades seculares. Luego fui secretario general de la Conferencia Episcopal Nigeriana, y eso me puso en el escenario nacional. La gente apreciaba lo que decía y da la impresión de que representaba bien a la Iglesia. Siempre que un presidente me elegía para algo, insistía en que antes necesitaba permiso de mis obispos. He intentado ser político sin ser un político. Pienso por ejemplo que los sacerdotes de América Latina que se metieron en política cometieron errores terribles porque el partidismo enturbia la pureza del mensaje del Evangelio.

Ha participado en numerosas entidades oficiales a favor de la democracia y la justicia. ¿Por qué a pesar de tantas iniciativas la situación solo empeora?
En parte estoy de acuerdo. Por otra parte, se podría decir «¿qué habría pasado si no tuviéramos todos estos comités?». Por sí mismos, estos grupos son herramientas de diagnóstico. Luego hay que estar dispuesto a pagar el tratamiento. Mi experiencia es que en África los presidentes suelen crearlos para ganar tiempo. Es responsabilidad de los ciudadanos hacer suyas las iniciativas que brotan de esos diagnósticos. Las cosas no se ponen en marcha solas. Aquí es donde la sociedad civil, la Iglesia y otros actores no estatales necesitan intervenir y obligar al Gobierno. En este sentido mis experiencias han sido gratificantes.

Uno de los comités en los que ha intervenido fue el que buscaba la reconciliación entre la filial nigeriana de Shell (SPDC) y el pueblo ogoni, en el delta del río Níger, un conflicto que se prolonga desde hace más de 50 años. No parece responder a un simple derrame de petróleo accidental.
Sí, esta cuestión representa la explotación de los recursos del país como resultado del cruel matrimonio entre corporaciones multinacionales explotadoras y el Estado, liderado por personas avariciosas interesadas en recoger y repartirse las rentas en vez de en gobernar por el bien de nuestro pueblo. El Movimiento por la Supervivencia del Pueblo Ogoni (MOSOP, por sus siglas en inglés) ganó visibilidad a través de las agresivas campañas lideradas por uno de sus miembros, Ken Saro-Wiwa, un escritor y guionista de extraordinario talento. Junto con varios compañeros fue brutalmente asesinado por el Estado en 1995. En 2005 me nombraron para buscar poner fin a la disputa.

Tuve éxito en el sentido de que conseguí que el Gobierno federal y estatal se comprometieran a satisfacer las necesidades ambientales, sociales y económicas de este pueblo. Sin embargo no puedo considerarlo un éxito porque no ha habido una mejora cuantificable ni se siente la urgencia de revertir los círculos de pobreza en que vive nuestra gente. Hace poco Shell anunció que va a desinvertir en esa región. Imagino que Wiwa podrá decir «no morí en vano».

Basándose en esta y otras experiencias, ¿las empresas del primer mundo promueven o dificultan el desarrollo de África?
La tragedia de África es incomprensible. Por eso ahora se escucha la expresión «la maldición de los recursos». Los bienes del continente han sido transformados en un arma contra la gente por medio de la complicidad entre la elite que tiene una avaricia insaciable y las multinacionales. Por eso las guerras no terminan y el continente sigue en una situación tan volátil, pasando de un conflicto a otro por recursos sobre los que la gente no tiene control y que han convertido su medio ambiente en inhabitable. El comercio es una parte de la existencia humana, pero no todos los comercios son nobles. Si estas compañías y los gobiernos se centran en el bienestar y en infraestructuras que cambien vidas, promoverán el desarrollo. Pero la descomunal fuga de capital del continente es un drama.

Muchos africanos están hartos de los sermones condescendientes desde el primer mundo: «¿Cómo podemos ayudar?». La gente dice que «es como si un hombre se te sube a la espalda y te pregunta cómo te puede ayudar. Primero bájese de mi espalda y entonces hablaremos». Aún existes alianzas desiguales y por eso, con China a la puerta, África está entre la espada y la pared.

¿Cuál era su objetivo al fundar el Centro Kukah?
Creé el centro porque creo que los problemas no son insuperables. Tuve ese impulso cuando estuve en Oxford. Había servido diez años en la conferencia episcopal y me había sentado con todos los presidentes desde 1979 y con funcionarios de alto nivel. Necesitaba una plataforma para promover la visión que había desarrollado; asumir una responsabilidad y dejar de lamentarme. Con un fundamento ético sólido se puede aprender buena gobernanza y convertir los corazones de los funcionarios de la cultura de la corrupción a la del servicio, poner fin a la instrumentalización de la identidad religiosa y étnica y trabajar hacia la armonía nacional. A finales de este año el centro se transformará en una Escuela de Gobierno para personas implicadas en la vida pública, ya sea desde la Iglesia, la sociedad civil o todos los niveles de la Administración. Buscamos alianzas y Mundo Negro nos ha abierto una puerta.

Bio

Nacido en una familia pobre de Kaduna en 1952, Kukah pronto destacó con sus artículos en prensa. Formado en cuestiones políticas en Reino Unido y la Universidad de Harvard, fue vicesecretario general de la Conferencia Episcopal Nigeriana. Ha participado en comisiones para resolver conflictos ambientales, investigar violaciones de derechos o reformar la ley electoral.

¿Qué ha logrado el centro desde 2008?
Nuestro trabajo se centra en varias áreas: Preservación de la Memoria, Diálogo Interreligioso, Buena Gobernanza, Políticas Públicas, Desarrollo y Formación del Liderazgo. Grupos locales e internacionales suelen acercarse a nosotros con propuestas de colaboración. Por ejemplo, en 2015 el exsecretario general de la ONU Kofi Annan me invitó a convocar un Comité Nacional para la Paz para evitar la violencia ante las elecciones. Tuvo éxito y ahora se ha integrado en todos los comicios. También tenemos un acuerdo con Profuturo [plataforma educativa digital de la Fundación LaCaixa y Telefónica, N. d. R.] que ha ayudado a que muchos niños sigan en el colegio.

Hablando de elecciones, las del año pasado fueron decepcionantes para muchos. ¿Por qué se vieron frustradas sus esperanzas de cambio?
Como en cualquier juego, hay ganadores y perdedores. Es bueno que estos últimos llegaran hasta la Corte Suprema y hubiera una sentencia [rechazando la acusación de fraude, N. d. R.]. Todas las partes han asumido que la vida sigue. Ahora hay que decir adiós al politiqueo: la buena gobernanza requiere que todos se pongan manos a la obra. El presidente y la oposición han aceptado reunirse en el Centro Kukah para trazar un mapa para avanzar. Es el tipo de conversaciones que queremos organizar para mejorar la confianza en los procesos políticos.

Este fin de semana participará en el Encuentro África de Mundo Negro sobre la democracia. ¿Ve mejoras?
Estamos contentos de que se esté empujando para ello. Los golpes de Estado militares son una aberración. Por ellos, Níger, Malí y Burkina Faso están sufriendo tras su expulsión de la Unión Africana. Los militares han demostrado ser una cura peor que la enfermedad. Las autocracias y las dictaduras no tienen futuro: entorpecen el desarrollo, aumentan las tensiones y sobreviven mediante la violencia. La democracia en África aún queda lejos de donde deberíamos estar, pero hace falta ser pacientes. Los nuevos medios son un problema añadido porque nuestros jóvenes no entienden que construirla es un trabajo de más de una o dos generaciones. Unas malas elecciones se pueden corregir solo con otras, no con un golpe. El futuro de África es enorme. Saldremos adelante más pronto que tarde. El continente tiene demasiado talento como para fracasar. Las nuevas generaciones están mejor equipadas, cada vez más africanos están haciendo cosas estupendas en la diáspora. Si eso se une a los recursos locales nuestros países podrán navegar estas aguas turbulentas.