«Cada vez llegan a nuestro comedor de Alepo (Siria) más personas y más desnutridas»
Siria está agonizando. Casi seis de cada diez personas no ingieren los nutrientes necesarios. A pesar de esto, el Programa Mundial de Alimentos ha cesado la ayuda por la falta de donaciones internacionales
En 2013, el eco lejano de una explosión confirmó a la familia Lamar que la ferocidad del Estado Islámico estaba a las puertas de su casa en Yacoubieh, en la provincia siria de Idlib. Metieron lo justo en una bolsa y huyeron del reguero de muerte que los terroristas iban dejando a su paso. Tras varios meses bajo la carpa gastada de un campo de refugiados llegaron a Latakia, la ciudad portuaria más importante de Siria. Once años después, a Hazzah, a su mujer y a sus cinco hijos, rostros del éxodo sirio, ya no les preocupan las bombas, sino poner en la mesa algo de comida. «Están desesperados. A veces pasan varias semanas sin poder comprar carne, que cuesta una media de diez euros, cuando el sueldo medio no llega a 25», asegura el franciscano Fadi Azar. Su parroquia corre con los gastos del alquiler de su casa.
En un país donde el 90 % de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, la inflación ha terminado de desangrar a las familias. El valor de la moneda siria ha caído un 50 % en el último año y el salario medio solo cubre el 29 % de las necesidades básicas de un hogar. Nunca se habían registrado porcentajes tan altos de desnutrición: afecta a cerca del 55 % de los sirios, según datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA). Por eso, la decisión de esta entidad de cerrar el grifo de la ayuda humanitaria en el país ha caído como una auténtica condena a muerte. «En mi parroquia repartimos cada mes paquetes de alimentos para 305 familias con aceite de oliva, azúcar, garbanzos, atún… Pero la ayuda que venía del PMA era complementaria. Ellos traían, por ejemplo, arroz y leche para alimentar a los bebés porque comprar esto en el supermercado es un lujo», relata Azar.
La agonía comenzó en julio del año pasado, cuando el PMA anunció una notable reducción del tamaño de las cestas de productos básicos que hasta ese mes distribuía a una media de 5,5 millones de sirios. Después llegó otro recorte que limitó la ayuda a 3,4 millones de personas. El 2024 será el año más difícil. El PMA seguirá apoyando a las familias afectadas por emergencias y catástrofes, pero suspenderá las ayudas ordinarias. La agencia de la ONU lo justifica por la drástica merma de las donaciones. De 2022 a 2023 pasaron de 14.172 millones de dólares a 8.467, un 40 %. Las aportaciones de Estados Unidos, Alemania, la UE, Canadá y el Reino Unido, que suponen cerca de dos tercios del total, se redujeron más, un 48 %. «El PMA necesitaba unos 1.500 millones de dólares para poder ayudar a nueve millones de personas en situación de inseguridad alimentaria en Siria a lo largo de 2023». Sin embargo, el organismo «solo recibió el 35 % de la financiación requerida y tuvimos que dejar a más de cuatro millones de personas fuera», detalla una fuente que prefiere no identificarse. «Siria sigue siendo una de las operaciones humanitarias más complejas del mundo. Además, la importación de alimentos es aún más cara debido a la depreciación de la moneda y al aumento de los costes mundiales de los alimentos y las materias primas. Todos estos factores han minado nuestra capacidad de respuesta». Desde Siria, creen que los motivos del recorte del PMA también son geopolíticos. El estallido de la guerra en Tierra Santa ha puesto el foco del tablero humanitario en Gaza, relegando a Siria al olvido. «No pueden dejarnos así. Nos están abandonando. No entiendo qué quieren», exclama con desesperación Bahjat Elia Karakach, franciscano de la Custodia de Tierra Santa y párroco latino de Alepo.
La situación ya era catastrófica antes, señala. El mortífero terremoto del 6 de febrero del año pasado se cebó con esta región. Y los precios del combustible están disparados. «Tenemos solo dos horas al día de electricidad. Un generador privado cuesta entre 25 y 30 euros al mes, para poder tener solo encendida alguna luz en casa», resalta el marista Georges Sabe. Los recortes del PMA la agravan aún más. «La gente aquí se muere de hambre. Tenemos un comedor benéfico donde vienen cada día casi 2.600 personas. Pero cada vez llegan más personas y más desnutridos. Es frustrante no poder atenderlos a todos», lamenta Karakach. Su grito desesperado es como una lija para afinar la conciencia de la comunidad internacional.