El niño de 8 años que cruzó solo la frontera
«Mi llegada fue un escándalo. Era una novedad que un niño tan pequeño viajara solo», rememora Mohamed, que se empeñó en su formación hasta que ha conseguido labrarse un futuro como trabajador social
Hoy Mohamed el Harrak, de 25 años y origen marroquí, representa el rostro de una Iglesia misericordiosa y acogedora que se desvive ante el drama humanitario que se padece en la frontera sur de España. Como miembro de la Fundación Centro Tierra de Todos —vinculada al Secretariado de Migraciones de la diócesis de Cádiz y Ceuta—, se dedica a hacer de enlace entre los migrantes recién llegados y el futuro incierto que les espera. Un trabajo que está avalado no solo por sus estudios universitarios en el sector sino, principalmente, por su experiencia personal. El Harrak cruzó la frontera cuando tan solo tenía 8 años. «Mi llegada se vivió como un escándalo. Era una novedad que un niño tan pequeño viajara solo», rememora el joven en entrevista con Alfa y Omega.
Mohamed se vio abocado a dejar su casa —para no generar más gasto a la maltrecha economía familiar— cuando encarcelaron a su padre. El puerto de Tánger quedaba a apenas 200 kilómetros de su lugar de residencia y el niño no se lo pensó dos veces: dejó atrás a los suyos con la esperanza de poder labrarse una vida en España. Pero no fue fácil. «Lo intenté un montón de veces. Lo peor era cuando te descubría la Policía marroquí. Más de una vez me llevé un paliza tremenda», denuncia. Entre una tentativa y otra, el pequeño vendía pañuelos en los semáforos situados cerca del puerto. Así podía ir estudiando los vehículos que embarcaban hacía Europa y tratar de colarse en uno de ellos. «No te puedes meter en cualquier sitio. Hay muchos chicos que mueren aplastados», lamenta.
Al final, cruzó en los bajos de un camión que iba en dirección a Algeciras. El pequeño inmigrante fue descubierto nada más poner un pie en tierra. Lo atrapó la Policía Nacional. Pero los agentes, en vez de atizarle como sus colegas marroquíes, le proporcionaron algo de comida. En los días posteriores a su llegada, El Harrak pasó de una comisaría a otra hasta que fue trasladado a El Cobre, un centro de acogida. «El problema es que yo no estaba acostumbrado a las normas. No hacía nada malo, pero me costaba regirme por un horario», recuerda. El niño se escapaba constantemente y llegó a pasar por hasta seis residencias distintas sin que nadie consiguiera aplacar su descontrol.
Todo cambió, sin embargo, cuando Mohamed recaló en el Centro de Menores Divina Infantita de Cádiz, regentado por las Esclavas de la Inmaculada Niña y en el colegio salesiano de la zona. «Me sentí acogido y cuidado, tanto por las religiosas como por el equipo del centro y por mis compañeros de clase». Allí permaneció cerca de diez años, un tiempo en el que se afanó en su formación. «Pasaba casi más tiempo en la biblioteca estudiando que en casa». El esfuerzo tuvo su recompensa. Acabó el colegio, un grado en atención a personas en situación de dependencia, otro en animación sociocultural y turística y, por último, se licenció en la Universidad de Cádiz como trabajador social.
El joven se pudo matricular en la universidad gracias a una beca, pero también a un trabajo de 40 horas semanales que le permitió mantenerse mientras estudiaba. Cuando un menor tutelado cumple 18 años, deja de depender de la Administración y se tiene que buscar la vida para no acabar en la calle. «Por eso te suelen sugerir insistentemente que te busques un trabajo y muy pocos pasan a la universidad». Mohamed El Harrak, sin embargo, escogió otro camino, el del esfuerzo y la formación. «En realidad, creo que esto ha sido la clave para haber logrado aquello con lo que soñé de pequeñito». Es, además, «el mensaje principal que les doy a los chicos recién llegados: “La mejor manera de conseguir una oportunidad es formarse para ella”», concluye.
El año pasado aumentó un 82,1 % el número de personas migrantes que llegaron a España. Según datos del Ministerio del Interior, en un año se ha pasado de 31.219 a 56.852 migrantes. De entre todos ellos, 5.151 han sido niños menores de 18 años, lo que se traduce en un incremento anual del 116,8 %. No son todos los que salieron. Se estima que al menos 51 menores murieron en 2023 intentando llegar a España, según ha informado la Organización Internacional de las Migraciones. Aunque el dato real podría ser mucho más elevado, reconoce la entidad. Hay pateras que salen del continente africano y a las que se les pierde la pista, pero como no se ha recuperado ningún cuerpo estas muertes no figuran en ninguna estadística oficial. En total, contando también a los adultos, la OIM ha contabilizado a 1.411 muertos.