Ya, pero todavía más - Alfa y Omega

Ya, pero todavía más

1er Domingo de Adviento / Marcos 13, 33-37

Jesús Úbeda Moreno
'Cristo predicando' de Jacques-Philippe Le Bas. Rijksmuseum, Amsterdam (Holanda)
Cristo predicando de Jacques-Philippe Le Bas. Rijksmuseum, Amsterdam (Holanda). Foto: Rijksmuseum.

Evangelio: Marcos 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.

Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encar- gando al portero que velara.

Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.

Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!».

Comentario

¿Cómo ha ido el examen de fin de año litúrgico? Las lecturas de la solemnidad de Cristo Rey nos daban los criterios para que pudiéramos verificar cómo ha ido el año. Todavía resuena: «Venid benditos de mi padre […] apartaos de mí, malditos». A los que hemos suspendido Dios nos da una nueva oportunidad. ¡Un nuevo año litúrgico!

Con el Adviento comenzamos esta nueva andadura con una dimensión doble: el tiempo de preparación para la solemnidad de la Natividad del Señor, con la que se inaugura el tiempo de Navidad, y la expectativa de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos. Comenzar un nuevo año litúrgico, lejos de ser parte de una rutina cíclica, responde más bien a la esencia de la vida cristiana, que consiste en «ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin» (san Gregorio de Nisa, Hom. in Cant., 8). Este primer domingo está centrado en la dimensión de la segunda venida de Jesucristo a partir de su promesa. El texto es la última parte del discurso escatológico de san Marcos, que ocupa todo el capítulo 13. La parábola invita a la vigilancia tanto a los criados como al portero: todos deben encontrarse despiertos a la llegada del Señor de la casa, cada uno con su tarea, haciendo las cosas que tienen que hacer. Es una espera y una vigilancia proactiva y, por tanto, en el surco de la cotidianidad de la vida con todas sus vicisitudes. El hecho de que solo el Padre conozca el día y la hora de la parusía no tiene la intencionalidad de infundir un continuo temor, sino de enardecer el deseo y la espera cada instante de la vida. La venida del Señor es algo tan real que debe encender nuestro deseo y esta actitud de un deseo intenso es la que nos conduce a vigilar.

El que ha venido en la plenitud de los tiempos y ha prometido volver al final de la historia «viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento» (Prefacio I de Adviento). Aquí reside nuestra gozosa esperanza; por eso necesitamos caminar y sostenernos juntos para tener el corazón despierto a la realidad que tenemos delante, «porque no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa» (Mc 13, 35). Es importante señalar que la vigilancia a la que se nos llama coincide con el tiempo en el que existe algo de oscuridad (Cf. Mc 13, 35). La llamada a estar en vela es el tiempo hasta que despunte el día y el lucero nazca en nuestros corazones (Cf. 2 P 1, 19). Pero no es un ya, pero todavía no, sino un ya, pero todavía más. El amanecer o alba anuncia que la noche ya ha pasado, aunque no se muestra todavía la íntegra claridad del día. Es lo que la liturgia llama «prenda», «arras» o «primicias». Es un adelanto que tiene que ver con una forma de posesión de la vida eterna, de los bienes definitivos, y que constituye el fundamento de la certeza en la que se sustenta la esperanza. A este respecto son impresionantes las palabras con las que san Pablo nos habla en este primer domingo de Adviento que hemos comenzado: «No carecéis de ningún don» (1 Co 1, 7). Dios pone todo lo necesario a nuestro alcance para que nuestra vida se cumpla, para que ya en esta vida y después eternamente podamos experimentar ese «venid, benditos de mi Padre». Dios nos dona su presencia incomparable e inconfundible a través de la vida entera de la Iglesia. No nos falta nada para poder encontrar la dicha como una prenda de la vida eterna. Y entonces, ¿por qué hemos suspendido? ¡Estad atentos! ¡Vigilad! ¡Velad! Esta es la razón por la que no aprobamos: porque faltamos nosotros, con toda nuestra humanidad despierta y necesitada, ese don irrevocable que es la espera indómita de una belleza infinita que dé sentido y significado a la vida entera. Nuestro corazón está hecho para el infinito, para un amor incondicional, eterno. Como me dijo una niña de 7 años la semana pasada, «¡para un amor gigante!».