Han sonado duras las palabras del arzobispo de Viena, el cardenal Schönborn, en la presentación del Congreso europeo de la Misericordia, que comienza en Roma el próximo domingo. Testigo directo de lo que está aconteciendo en el limes oriental con la llegada masiva de refugiados, Schönborn ha advertido del peligro de un nuevo telón de acero en el viejo continente, pero esta vez para los prófugos e inmigrantes.
Para afrontar el peligro, ha evocado el ejemplo de Robert Schumann, uno de los padres fundadores de la Unión, destacando que vivió la dimensión de la misericordia en su acción política. Una provocativa imagen a la vista de nuestro actual debate político. Schumann vivió el drama de la división en Europa, y unió en su persona y en su fe las dos culturas, las dos sensibilidades, francesa y alemana. Y así, junto con De Gasperi y Adenauer, puso en marcha ese gran proyecto de paz que fue la Unión Europea, que en este sentido, estima el cardenal, fue también un proyecto de misericordia.
En su reciente discurso al cuerpo diplomático, el Papa ha tomado nota con gran seriedad del desafío que la emergencia migratoria plantea a las propias bases del espíritu humanista que desde siempre Europa ha amado y defendido. Francisco ha lanzado un llamamiento que sin exageración puede calificarse de dramático, al recordar que «no podemos consentir que se pierdan los valores y los principios de humanidad… a pesar de que puedan ser, en ciertos momentos de la historia, una carga difícil de soportar».
En esa línea, el cardenal Schönborn advierte que frente al desafío de los migrantes y de los prófugos existe el riesgo de que cada uno se retire dentro de sus límites, que vuelvan los muros, que se levante un nuevo telón de acero. Para los cristianos este desafío se traduce en que «la prudencia, la caridad y la misericordia puedan vencer los miedos», como sucedió en la posguerra.
En el mencionado discurso al cuerpo diplomático, Francisco apuntaba que el vacío de ideales y la dramática pérdida de identidad religiosa de occidente alimentan ese miedo del que es testigo en su propia diócesis el arzobispo de Viena. La cuestión grave es que hoy no tenemos en Europa figuras como Schumann, De Gasperi o Adenauer. No hay más que contemplar las dificultades que afronta estos días Ángela Merkel, que camina en el alambre por su política de acogida a los refugiados. Y más inquietante aún es si tenemos un pueblo capaz de generarlas y sostenerlas. Ahí se sitúan el drama y la tarea.