El Papa afirma que la Iglesia que estamos llamados a soñar es «servidora de todos»
Ha presidido la Misa conclusiva del Sínodo recordando que no se puede «encerrar el amor de Dios en nuestros esquemas» o «pensar que podemos controlar a Dios»
El Papa Francisco ha presidido este domingo la Misa de clausura de la Asamblea General del Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad en la basílica de San Pedro, engalanada como en las grandes ocasiones. Ha celebrado el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo y una de las piezas claves de este proceso sinodal. Este sábado, durante la última congregación general de la asamblea, el Papa le agradeció especialmente sus esfuerzos y las horas de sueño de las que se ha privado para sacar adelante los trabajos.
En su homilía el Santo Padre, a partir de la lectura evangélica en la que un doctor de la Ley quiere poner a prueba a Jesús, se ha preguntado cuál es el principio rector de todo. La respuesta es «“amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu”. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”».
Adorar y servir
Francisco ha invitado a todos los creyentes a ceñirse a estos dos principios, amar a Dios y al prójimo, y dejar de lado «nuestras estrategias, los cálculos humanos, modas del mundo». Ese «impulso de amor» se traduce en dos «movimientos», como los ha definido el Papa, que regirían la vida de la Iglesia: adorar y servir.
Porque «amar es adorar». Es la respuesta que podemos ofrecer al amor de Dios y además es esencial en la Iglesia: «Adorar significa reconocer en la fe que solo Dios es el Señor y que de la ternura de su amor dependen nuestras vidas, el camino de la Iglesia, los destinos de la historia. Él es el sentido de la vida, el fundamento de nuestra alegría, la razón de nuestra esperanza, el garante de nuestra libertad».
El Pontífice ha explicado que en la adoración descubrimos la libertad y nos liberamos de la idolatría: «Quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen». Porque los ídolos «son obra del hombre y son manipulados por él» hasta el punto de que nos pueden conducir a hacernos una idea equivocada de Dios. Por eso, «es un riesgo que podemos correr siempre: pensar que podemos “controlar a Dios”, encerrando su amor en nuestros esquemas. En cambio, su obrar es siempre impredecible, y por eso requiere asombro y adoración».
Idolatrías que proceden de la vanagloria personal
«Debemos luchar siempre contra las idolatrías; las mundanas, que a menudo proceden de la vanagloria personal, —como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez del dinero, la seducción del carrerismo—, pero también las idolatrías disfrazadas de espiritualidad: mis ideas religiosas, mis habilidades pastorales. Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios», ha advertido el Papa. Además, ha pedido «que la Iglesia sea adoradora; que se adore al Señor en cada diócesis, en cada parroquia, en cada comunidad». Porque adorar es la clave «para dirigirnos a Jesús y no a nosotros mismos», ha señalado.
En cuanto al servicio, ha recordado que «amar es servir» y que «no hay amor de Dios sin compromiso por el cuidado del prójimo. De otro modo se corre el riesgo del fariseísmo». Francisco ha explicado que cualquier idea hermosa para reformar la Iglesia tiene que partir de la adoración. Por ello, ha instado a «ser Iglesia adoradora e Iglesia del servicio, que lava los pies a la humanidad herida, que acompaña el camino de los frágiles, los débiles y los descartados, que sale con ternura al encuentro de los más pobres».
Iglesia que acoge, sirve, ama y perdona
Hablando de los descartados y pobres, Francisco ha lamentado las atrocidades de la guerra, la pobreza, la situación de «los aplastados por el peso de la vida; de quienes no tienen más lágrimas, de quienes no tienen voz». «Y pienso en cuántas veces, detrás de hermosas palabras y persuasivas promesas, se fomentan formas de explotación o no se hace nada para impedirlas. Es un pecado grave explotar a los más débiles, un pecado grave que corroe la fraternidad y devasta la sociedad. Nosotros, discípulos de Jesús, queremos llevar al mundo otro fermento, el del Evangelio. Dios en el centro y junto a Él aquellos que Él prefiere, los pobres y los débiles», ha afirmado el Papa.
A continuación, Francisco ha formulado cómo es la Iglesia que desea: «Esta es la Iglesia que estamos llamados a soñar: una Iglesia servidora de todos, servidora de los últimos. Una Iglesia que no exige nunca un expediente de “buena conducta”, sino que acoge, sirve, ama, perdona. Una Iglesia con las puertas abiertas que sea puerto de misericordia».