Dice Milo Manara que él tiene el vicio de embellecer la realidad. Que todos los vicios fueran como ese. El primero de los dos volúmenes que compondrán El nombre de la rosa (Lumen, 2023), la adaptación gráfica de la novela que le han encargado al dibujante italiano los hijos de Umberto Eco, es un ejemplo perfecto de este principio. Lejos del ambiente gótico que reinaba en la adaptación cinematográfica —que más que gótico puro era la idea tenebrosa que tenían los románticos del XIX de este periodo—, Manara nos muestra una Edad Media llena de luz y de humor, de la fantasía de la marginalia y de la imaginación y la fe. Porque, al igual que la de Eco, su Edad Media no está hecha de tinieblas, y quizá sea esta luminosidad que se cuela en muchas de las viñetas la que hace que la oscuridad de la historia destaque tanto mejor.
No creo que haya nadie que pueda hablar de El nombre de la rosa sin acordarse de la película, con ese Sean Connery bordando el papel de Guillermo de Baskerville, el franciscano que investiga una serie de asesinatos en una abadía benedictina de los Alpes italianos. Manara no lo tenía nada fácil para hacernos olvidar al escocés, pero tuvo la genial idea de escoger como modelo para su protagonista a Marlon Brando, que tiene un físico igual de potente y atractivo (o más) y resulta tan perfecto que, una vez que lo ves aparecer en el primer dibujo, no te vuelves a acordar de Connery en toda la lectura. Deshacerse del imaginario de la película ha sido uno de sus mayores desafíos; yo diría que lo ha resuelto de una forma inteligentísima.
Las primeras 100 páginas de El nombre de la rosa suceden, según Eco, a ritmo de abadía. De hecho, cuando sus amigos y editores leyeron el manuscrito le sugirieron que abreviase porque las encontraban muy exigentes, demasiado difíciles. Él se negó: si alguien quería entrar en la abadía y vivir allí durante siete días, debía hacerlo al paso del monasterio. Esas 100 primeras páginas eran una suerte de penitencia por la que debía pasar el lector; si a alguno no le gustaba, peor para él. Me encanta —y me da envidia— esta seguridad del escritor italiano en lo que era, al fin y al cabo, su primera novela. Y es fantástico ver cómo el público le dio la razón.
En la adaptación gráfica, sin embargo, se nos ahorra este sufrimiento —o disfrute, según— y en seguida nos adentramos en el mundo de los monjes con gran soltura. Es un cómic delicioso, preciosísimo, elegante. Se lee muy bien, la historia encaja fenomenal en las manos de Manara y yo creo que estéticamente no se le puede poner un pero. Hay escenas de una belleza extraordinaria y, si me dieran a escoger una viñeta de entre todas, me costaría mucho decidirme. Quizá me decantase por ese scriptorium inundado de luz o por la llegada de Guillermo y Adso al monasterio, caminando sobre la nieve bajo los árboles desnudos. Pero no termino de escribir esto y ya se me atropellan en la memoria la cocina y su chimenea descomunal, la visión de Adso a las puertas de la iglesia o esa abadía colgada en la pared de roca negra… Al indudable valor artístico hay que añadir, además, la magnífica capacidad del dibujante para destilar el contenido de 350 páginas en 72 sin perder nada fundamental por el camino. Su trabajo es intachable.
En lo que se refiere a la edición sí he echado de menos algún que otro detalle. Habría estado muy bien, por ejemplo, dedicar más de una página a explicar el contexto histórico, que se queda como cogido con alfileres: 1327 nos resulta muy lejano a la mayoría de los lectores. Tampoco habría estado de más un plano de la abadía y una chuleta con las horas canónicas (como en la novela) para seguir cómodamente el desarrollo de la historia. Seguro que habrían aportado más que los bonitos bocetos a lápiz de las páginas finales. A pesar de estas cosillas, el cómic se sostiene muy bien solo y no necesita el apoyo del libro del que bebe ni de la película de la que huye. Dichoso sea el vicio de Manara si nos regala libros como este.
Umberto Eco (ilustraciones de Milo Manara)
Lumen
2023
72
19,85 €