José María Rodríguez Olaizola: «La sociedad lanza mensajes que penalizan lo adulto»
Empezamos una contraportada en la que dar vida a los libros a través de sus autores, con los que rascaremos eso que se ha quedado en el tintero. Comenzamos bailando con el tiempo, la última propuesta del jesuita José María Rodríguez Olaizola en la editorial Sal Terrae. Un volumen que recuerda que los 40 no son los nuevos 20, sino los exactos 40 que cumplimos.
Primero bailó con la soledad y ahora con el tiempo. ¿Por qué eligió estos dos miedos de la sociedad?
La soledad, porque me propusieron hablar de ella y me di cuenta del potencial enorme que tenía para tocar vidas, porque al final es algo que experimenta todo el mundo. Desde entonces tuve claro que con lo siguiente que bailaría sería con el tiempo, porque es algo presente en todas las vidas y en todas ocurre lo mismo, que no es neutro: aprendes a vivirlo como una amenaza o como un aliado. El paso de la vida es percibido como algo peyorativo, pero yo digo que ni hablar. Que igual que la soledad, ni es buena ni mala; solo hay que lidiar con ella.
¿Está dirigido especialmente a adultos con el síndrome de Peter Pan?
Hay dos destinatarios, pero a cada uno le ofrezco algo distinto. Para los jóvenes es una propuesta para valorar lo que tiene la juventud y, al mismo tiempo, para no quedarse atascados en ella. La propuesta para los adultos es insistir en que hacerse mayor es bueno, pero hay que saber cómo hacerlo.
Envejecer da miedo. Pero no solo es una cuestión psicológica, sino que estamos insertos en un engranaje social que nos provoca dicho miedo, porque hay un negocio en torno a la juventud.
Hay toda una serie de industrias: la estética, la alimenticia, el ocio, el consumo. Y también hay una parte social, porque casi se impone como un deber el permanecer joven. Si no lo eres, es porque no quieres, porque no te cuidas. Esto genera en los adultos una presión engañosa, pero hay otro elemento interesante, que es que si los adultos juegan a ser jóvenes, tratan a los jóvenes como a niños.
Habla de ambiciones buenas en los jóvenes, pero [generalizando] son intolerantes a frustrarse.
En esta cultura mediática, desde muy pronto las figuras de referencia son coetáneos por esa absolutización de lo joven. Hay cosas en las que se identifican, pero hay otras en las que la comunicación debería ser mucho más intergeneracional. La propia sociedad lanza mensajes que penalizan lo adulto.
Y esto provoca lo que usted llama la «blandura social».
Pero pasa con jóvenes y adultos. Lo maduro es aprender a lidiar con la frustración y con el conflicto, y en eso toda la sociedad se está infantilizando. Estamos entrando en una pérdida de hondura en el discurso y de cintura para aceptar la diferencia… y esto pasa en la sociedad y también en la Iglesia. La descalificación del otro, la prohibición de la expresión del otro se está dando en toda la sociedad.
Las nuevas tendencias se obsesionan con el aquí y ahora. Lo que supone que cuando tenemos un día gris es una catástrofe.
Solo existe el presente. No caben los límites, no cabe no darse un capricho en este momento. Uno de los mejores aprendizajes es amar los días grises. No todos los días pueden ser feria, porque dejan de tener valor.
Como propuesta, educar la mirada y tener una fe madura.
La mirada no es neutra; vemos los mismos lugares pero no nos quedamos con las mismas cosas, porque tiene detrás nuestra propia historia. Hoy es muy egocéntrica. Lo que yo deseo, necesito, lo que tú me aportas a mí. Y también hay una fe infantil, pero la vida te enfrenta con la duda, con la soledad, con el sufrimiento y con la muerte. Y eso requiere el paso a una fe adulta.