Sus ángeles están viviendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial - Alfa y Omega

Sus ángeles están viviendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial

Lunes de la 26ª semana del tiempo ordinario / Mateo 18, 1-5. 10

Carlos Pérez Laporta
Jesús y el niño pequeño. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York (Estados Unidos).

Evangelio: Mateo 18, 1-5. 10

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

«¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?». Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:

«En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge en mí. Cuidado con despreciar a uno estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial».

Comentario

Sigmund Freud escribió que la fe en la omnipotencia de un Dios Padre provenía de la decepción ante la impotencia de los padres de carne y hueso: el adolescente habría así desmitificado a los progenitores que había idealizados durante la infancia, proyectando en un ser superior la necesidad de esa protección en un mundo que escapa a nuestro control.

Esa crítica de la religión, en realidad, constituye una hermosa prueba de nuestra necesidad religiosa: sin Dios nos vemos esclavos de las inclemencias del mundo y de la historia. Pero, ¿es real ese Dios o es una proyección de nuestras frustración?

Quien conoce a Cristo se sabe amado con un amor insuperable de Dios. Quien ha conocido el amor de Cristo sabe nada puede separarle de ese amor eterno. Que cada instante de la propia vida está lleno de ángeles que custodian en la presencia de Dios nuestro porvenir. Que la atención es personal, por cuanto cada uno contamos con uno ángel que nos resguarda de la victoria definitiva del mal: «Sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial». Así, sabiéndonos en las manos del Padre podremos vivir con la paz del niño que no teme a nada, porque sabe que sus padres reinan en el mundo: «si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos».