Son las 5:30 horas del domingo 6 de agosto. En el Campo de Gracia reina la calma casi absoluta. La inmensa mayoría de los peregrinos duerme. Se oye, de vez en cuando, algún ronquido. También algún móvil que suena. Hay quienes se van despertando. Una joven se maquilla sobre su saco, otro fuma porque tampoco es que haya dormido mucho, aquél se está bebiendo una coca cola…
Margaret y Verónica, de Polonia, están recién despertadas. Han dormido bien, dicen, aunque solo tres horas. Se tienen que ir al sector C, donde hoy les tocará prestar servicio. Lo que sí empieza a estar concurrida es la zona de los baños. El trasiego es constante. En estos hay hasta lavabos; conforme nos vamos alejando por sectores del escenario que acoge el altar, los baños serán portátiles y las fuentes de agua, en lugar de las estructuras de diseño del comienzo, cañerías con llaves de paso.
En los aseos de chicas están Charlene y Maria, de Australia, que no han dormido nada bien, reconocen. Es su primera JMJ y no estaban preparadas para esto, pero a pesar de todo no dudan en afirmar que ha sido una gran experiencia para ellas. ¿Y qué se llevará Maria de regreso a casa en el corazón? Aquello que dijo el Papa en la ceremonia de acogida, «que no estamos aquí por casualidad». Avanzamos y vemos a otra María, esta vez de Córdoba, con una amiga sevillana, otro madrileño y otro portugués. Los cuatro, que venían cada uno con su grupo, se encontraron en la vigilia y han estado toda la noche paseando. Como ya entre unas cosas y otras era la hora, se han apostado frente a una valla para ver amanecer. Así puestos, nos cuentan lo que más les ha impactado de lo que ha dicho el Papa, que todo es de la vigilia del sábado por la noche, que congregó a un millón y medio de personas. Coinciden en señalar aquello de que la única vez que hay que mirar desde arriba a alguien es para darle la mano y ayudarle a que se levante, y que lo único que es gratis en esta vida es el amor de Dios.
Poco antes de las 6:30 horas los sacerdotes que van a concelebrar ya están ocupando sus sitios. Allí está Armelin de Sousa, de Caracas (Venezuela), que ha venido con un grupo de 39 personas. Es su décima JMJ, «sí, ya es un vicio». Reconoce que se hay sacrificio, «pero al final es una experiencia bonita de Iglesia y de juventud». A y media en punto comienza a sonar la música por los altavoces. Es la hora de irse levantando. Los jóvenes tendrán que asearse y desayunar para estar listos a las 9:00 horas, cuando comenzará la Misa de envío, presidida por el Papa Francisco y concelebrada por centenares de obispos y millares de sacerdotes. Estrenan para la ocasión una casulla con una líneas que simbolizan el camino, en los colores rojo y verde de Portugal, y oro del Espíritu Santo.
Aprovechando una de las esquinas de los corralitos en los que se ha dividido el Campo de Gracia se ha situado un grupo proveniente de Seúl (Corea del Sur). Alberto según su nombre de Bautismo o Jung Chan Park según su nombre civil se sonríe cuando le preguntamos qué pensaría si la próxima JMJ fuera en su país. Por su reacción, no debe ser ajeno a un rumor cada vez más extendido. «Sería un gran honor invitar a todos los cristianos a Corea; si fuera cierto me sentiría genial», sostiene, aunque le preocupa pensar que su país es «muy pequeño y con mucha población, no estoy seguro si hay un lugar para tanta gente».
Es de los primeros que se ha levantado de su grupo, aunque no porque haya dormido mal. De hecho, destaca que lo ha hecho mejor que cuando estaba en el ejército. «Porque soy coreano trabajé en la armada tres años», aclara. Alberto está impresionado por la cantidad de gente que ha visto en la JMJ: «Me hace pensar que, a pesar de todo, tenemos que seguir creyendo y me hace tener fe». De las palabras del Papa se queda con que, «a pesar de que tengo muchos pecados, Él me llama por mi nombre [esto lo dijo el Papa en la ceremonia de acogida] y nunca me deja». Y esto, afirma, «me hace seguir adelante y seguir a Jesucristo».
La música, de repente, pasa a ser una sesión disco a cargo de un sacerdote que levanta la euforia de todo el Campo de Gracia con sus temas. La mesa de mezclas está instalada ante el altar, y ante ella van pululando obispos ya revestidos que no dejan de asombrarse con este DJ con alzacuello. Este domingo, 6 de agosto, el centro de la catolicidad está en Lisboa. El padre Eduardo, sacerdote peruano, de camino al Campo de Gracia al comienzo de la jornada, apuntaba: «Hoy va a ser una gran efusión del Espíritu Santo».