Caminar por las calles de una ciudad inmersa en una JMJ es siempre un espectáculo. Visual, en primer lugar, los jóvenes acuden con las banderas de sus países: ondeándola, atada al cuello, a la cintura, portándola como si estuvieran en un desfile militar… Todo está bien. En Lisboa 2023 se han congregado todos los países del mundo excepto Maldivas, con lo que el colorido estaba asegurado. Algunos grupos van ágiles. Bien porque se están moviendo por las distintas opciones que les propone la JMJ, como el Festival de la Juventud, con exposiciones, conferencias, conciertos, bien porque están de regreso a sus alojamientos.
Otros están parados. En la JMJ esto también es frecuente. Son las esperas: para los autobuses, para la comida, para que empiece tal o cual evento religioso… No importa porque en estos momentos también se hace JMJ: se habla con el de al lado que quizá es de otro país, se canta, se reza. Sobre la comida hay variedad de opiniones. Hay quienes, incluso, se han quedado sin cenar en algún momento y otros a los que no les ha supuesto ni medio problema. Todo depende de dónde vaya uno, afirman con sencillez y sentido común a la par unas chicas de Madrid, de los franciscanos conventuales. La app de la JMJ les indica aquellos establecimientos que están más llenos o menos. «Es cuestión de alejarse». Coinciden en que el menú del peregrino está muy bien. Eso, si uno no se queda sin el código QR, que ya lo advirtió el martes 2 de agosto la Policía portuguesa: se están produciendo robos y, entonces, el peregrino no tiene posibilidad de comer. No pasa nada; el resto de amigos suple. Esto es, también JMJ.
Es también JMJ que los autobuses den la bienvenida a los peregrinos en sus rótulos, que las farolas estén llenas de banderolas temáticas y que los mayores observen encantados a los jóvenes. Como Emilia y Cándida, sentadas en un banco junto a la explanada del mercado de Sao Domingos de Rana para ver a los chavales y, ya de paso, quedarse a la Misa. «La juventud es alegría», dicen estas mujeres recias, que nos cuentan que llevan toda la vida trabajando para sacar adelante una familia en una población que, en los 70, era solo «piedras y cardos». La catolicidad de la Iglesia, se puede ver sencillamente en el autobús, por ejemplo, 736, de camino al centro de Lisboa. Unas cordobesas que cantan canciones de Estopa y, de repente, sin solución de continuidad, entonan el Tú has venido a la orilla, junto a unos eslovenos amigos, Dimitar y Peter, uno de los salesianos y otro de los jesuitas, alucinados de ver a «tanta gente, todos como hermanos para proclamar nuestra fe en Jesucristo».
Cambia el foco
A partir de este sábado, 5 de agosto, el foco de atención de la JMJ Lisboa 2023 pasará al Parque Tejo o, como lo ha llamado la organización, el Campo de Gracia (a 11 kilómetros de la catedral). Allí se celebrará la vigilia por la noche, con adoración al Santísimo, y la Eucaristía del domingo por la mañana. La ciudad de Lisboa se irá vaciando a lo largo del día y dirá adiós a los peregrinos. Dejarán de verse los cientos de miles de grupos diseminados, alegres y enérgicos. El marqués de Pombal, regio en su estatua, ya no observará a los cientos de miles de jóvenes que han llenado estos días la colina ascendente que custodia. El Parque Eduardo VII, que la organización ha llamado Colina del Encuentro, donde se han celebrado la Misa de apertura de la JMJ, la ceremonia de acogida con el Papa Francisco y el vía crucis, quedará vacío.
Un vía crucis que, por cierto, se ha seguido este viernes, 5 de agosto, no solo desde allí. También en otros puntos de la ciudad, como en parques y plazas. E incluso en concesionarios de coches, a través de la tele. Se vaciarán de jóvenes peregrinos las iglesias que estos días los han acogido a oleadas. Entre ellas, la erigida en el lugar en el que la tradición cuenta que nació san Antonio, que no fue en Padua aunque parezca que sí. Riadas de chavales a rezarle a este santo universal aunque hay una joven especialmente conmovida, Angelina, precisamente de Padua, que toda su vida la ha dejado en sus manos, y no solo lo de buscarle un novio. Ríe.
Volverán a la normalidad de sus vidas, aunque nunca ya serán iguales porque se llevarán esta experiencia, Salomao y Sebastian, portugueses, que acudieron con sus padres a la ceremonia de acogida, estos emocionados porque son ya unas cuantas JMJ las que han vivido y quieren que sus hijos sigan su estela. No está con ellos, porque ha ido de voluntario con su parroquia, el hijo mayor, en sus 17 adolescentes años. «Se cuestiona todo, y ahora está feliz de ser parte de algo». Dejará Lisboa también Darío, de México, que decidió hace una semana que se apuntaba a la JMJ porque era «o irme a París, o no hacer nada», y Dios le trajo aquí. Que ya lo dijo el Papa en la acogida, «nadie estamos aquí por casualidad». Y así Darío se sintió impulsado una mañana a ir al Parque del Perdón a confesarse porque cómo va a ser él apóstol si no, sin la gracia. Irán hacia el Campo de Gracia esos peregrinos que nos encontramos bailando al son de tambores y los que son oriundos de la isla Reunion, al este de Madagascar, o aquellos de Timor, con su bandera a cuestas. También los pakistaníes, los indios, los israelíes, los cubanos, los angoleños, los italianos… El Campo de Gracia toma el relevo.