El Parque del Perdón, la zona donde miles de jóvenes reciben el amor de Dios
La fila para confesarse es larga y hay que esperar cerca de una hora. No importa. Los peregrinos quieren reconciliarse con Dios
Francisco se ha confesado con Francisco. Un joven español peregrino de nombre Francisco ha recibido en la mañana de este viernes, 4 de agosto, el sacramento de la Reconciliación de la mano del Papa. Al terminar, ha recibido los aplausos del público que se había congregado en el Parque del Perdón, donde hay instalados 150 confesionarios que fabricaron para la ocasión presos de tres cárceles portuguesas. Poco tiempo después nos dirigimos hacia allí. Instalado en los jardines Vasco de Gama, entre Belém y el monasterio de los Jerónimos, la zona es ya un hervidero de jóvenes. La organización ha llamado a este espacio Ciudad de la Alegría, y en él también se encuentra la Feria de la Vocaciones.
Nos hemos desplazado en metro y tren acompañando a un grupo de mexicanas, 24 en total, originarias de Monterrey. Duermen con otras canadienses e italianas en el gimnasio de un colegio de Lisboa. Martha, de 19 años, forma parte de la expedición. Hasta hace dos años, era una joven católica por tradición. Escuchó el plan de la JMJ y pensó que por qué no, puesto que había visto a amigas que en otras ocasiones «volvían tan cambiadas». «Quiero ver cómo es eso», se dijo. Influyó también que «en los últimos años ha mejorado mi relación con Dios; tengo una amistad más fuerte con Él, le he puesto las riendas de mi vida». Y sentencia: «Todo empieza cuando tú empiezas a querer, porque Dios siempre quiere». De momento ya está recogiendo frutos, porque lo que dijo este jueves en el Papa en la ceremonia de acogida la impresionó: «Que Dios te quiere como eres y no como tú quisieras ser, que si eres cristiano es por algo, que si Dios te ha llamado es porque te ama, que la inquietud de los jóvenes es el mejor remedio para la rutina y que nunca se apague esa chispa…».
«Un novio bueno»
Sacó provecho Martha de las palabras del Papa porque además, «al hablar en español, no se pierde ni un poco del significado». Y luego, que Martha es de «mucha porra», o sea, de «mucha celebración», y está en su salsa con tanta cantidad de peregrinos. «Nunca me imaginé que iba a ser así; te da mucha confianza en que no eres el único, que hay muchos jóvenes, todos de tu edad, buscando lo mismo». Y eso, reconoce con candidez, «te da esperanza de que puedas encontrar a alguien». «Un novio bueno», aclara.
En el tren de camino a Belém se va como sardinas en lata. Pero a los jóvenes esto parece no importarles mucho porque, además, el transporte público en Lisboa les entraba en la inscripción. «Qué más da tener que estar una hora y media para llegar si es gratis», resuelven. Allí se juntan con los que lo usan habitualmente para ir a trabajar, como Eduardo, al que el estar espachurrado parece no importarle mucho porque da la sensación de que a él, que también es joven, lo que le encantaría es estar en el lado de los peregrinos. La llegada a Belém es volver a respirar de nuevo, aunque las multitudes de chavales aún persisten, pero ya al aire libre es otra cosa. Salimos de la estación de nuevo con Martha. Sus amigas la están animando a que se confiese, aunque a ella el hecho de que sea sin rejilla le da un poco de apuro. Le puede que quiere tener la experiencia de confesarse en el Parque del Perdón. «Si todo va fluyendo rápido, sí que me meto».
Fluir, fluir, no fluye mucho. Llegamos a la zona de los confesionarios, una gran explanada, y nos encontramos con una imponente cola que, según los voluntarios, puede ser de 40 minutos aunque hay algunos que hablan de «una horita» tranquilamente. Impresiona ver tantas almas queriendo recibir el perdón de Dios. Hay cinco filas, una por cada uno de los cinco idiomas oficiales de la JMJ: portugués, español, inglés, francés e italiano, aunque también hay, en determinadas horas, confesiones hasta en otros 50 idiomas. Los voluntarios van llamado y los van distribuyendo a medida que el confesionario se va quedando libre. Como a primera hora ha estado el Papa, todavía hay menos confesionarios habilitados y hay sacerdotes que están confesando, sentados en el suelo, en los alrededores.
«Hay quienes están empezando en la fe y te preguntan cómo rezar»
Allí está el padre Patrick, jesuita del estado de Nueva York (Estados Unidos), que hoy es su primer día en el Parque del Perdón pero que ya lleva unas cuantas confesiones a sus espaldas estos días, y donde sea porque los chavales se lo piden. «Esto es muy emocionante, te mueve el corazón, es increíble la fe de los jóvenes». Lo mismo apunta el sacerdote belga que está cerca de él. «Los jóvenes vienen con mucha sinceridad, muy conscientes de sus pecados y con muchas inquietudes, problemas, algunos con algún amigo que se ha suicidado…». Tienen ganas de hablar, comenta, y aunque la mayoría ya son chavales de Iglesia, «hay quienes están empezando en la fe y te preguntan cómo pueden rezar o que les expliques cosas».
«El mundo está muy necesitado del amor de Dios», corrobora el padre Pablo, también mexicano, que acaba de terminar su turno. «No se puede vivir una moral sin antes haber vivido el amor; la moral es correspondencia a este amor». Y la gente, continúa, «está sedienta de este amor» y de descubrir que «somos hijos amados de Dios», en este mundo «con tanta carencia de paternidad». El sacerdote descubre también en el confesionario la «necesidad de ser escuchados, de experimentar el perdón; venir a recibir consuelo es muy reconfortante». Como le sucedió la otra mañana, cuando una mujer que pasaba por allí se sintió impulsada a acercarse, después de años sin confesarse. «Aquí se nota que la gracia de Dios actúa». En el Parque del Perdón los sacerdotes confiesan en turnos de dos horas, aunque el padre Pablo ha estado tres. En ese tiempo ha confesado a ocho personas, «suelen ser confesiones muy largas». Un total de 2.660 sacerdotes se acreditaron para las confesiones.