La casa de las misioneras se convirtió en una pasarela - Alfa y Omega

La casa de las misioneras se convirtió en una pasarela

16 mujeres italianas y refugiadas han aprendido a coser y han desfilado con las prendas confeccionadas gracias al taller Fili di speranza, en Roma

Rodrigo Moreno Quicios
Clara y su madre buscan piso cerca de Chaire Gynai para seguir cerca de las scalabrinianas. Foto: Vanessa Gamero.

Clara tiene 4 años, ha nacido en Italia y acaba de desfilar ante 90 personas con un traje típico de El Salvador, el país de su mamá. Es la modelo más joven de las diez que el 23 de julio pusieron el broche a la primera edición de Fili di speranza (Hilos de esperanza), la iniciativa textil que ha reunido a varias asociaciones italianas para dar una alternativa a mujeres vulnerables. La pasarela ha tenido lugar en los jardines de Chaire Gynai, una casa de acogida coordinada por las misioneras scalabrinianas donde Clara y su madre viven desde hace un año.

«Aquí me siento en casa porque todas las personas están muy pendientes de nosotras, el proyecto nos hace sentir como una familia», cuenta a Alfa y Omega Vanessa Gamero, la madre de Clara. Ha contribuido con el desfile preparando tacos, mojitos y piña colada. Subraya que, a diferencia de otros proyectos, el de Chaire Gynai —palabras en griego que significan «bienvenidas mujeres»— realmente le ha empujado a ser más autónoma. Para entrar en él las misioneras exigen un empleo, aunque sea modesto, y su objetivo principal es que las usuarias salgan de allí capaces de pagarse un alquiler por sí mismas.

Dentro de muy poco, Clara y Vanessa tendrán que abandonar la casa, aunque seguirán visitando a las scalabrinianas. El tiempo de estancia en Chaire Gynai para mujeres sin cargas familiares es de seis meses y de un año para las madres. «En ese tiempo tienen la posibilidad de reforzarse a nivel económico buscando un segundo trabajo o un mejor contrato que mostrar al propietario de la casa que alquilen», cuenta Raffaella Bencivenga, una de las responsables de este centro de acogida cuya creación pidió el Papa en junio de 2018. Pero la salvadoreña está tranquila, porque ahora cuenta con un contrato fijo cuidando ancianos en una cooperativa de inspiración cristiana. Dice que ha sido gracias al empujón de las misioneras. «Aquí se enfocan mucho en lo emocional, es la base de la personalidad que te permite tomar buenas decisiones».

«Es necesario un trabajo psicoeducativo para afrontar la vida autónoma», explica Bencivenga. Procura construir una atmósfera más familiar que las de otros centros de acogida, también útiles, pero que no ofrecen un horizonte a sus usuarias. Las hay de Somalia, Nigeria o Ucrania. «Son personas acostumbradas a vivir en la emergencia y aquí les enseñamos a proyectar su propia vida, a creer que pueden realizar su sueño si se esfuerzan a lo largo del tiempo. Intentamos volver a encender la esperanza, a veces apagada por las fatigas de huir de un país en guerra».

Las usuarias de Fili di speranza tienen entre 40 y 60 años. Foto: Fili di speranza.

Vanessa y Clara se han sumado a la última fase de Fili di speranza por la casualidad de vivir en una casa que abrió sus jardines para un desfile. Pero este taller de costura también ha beneficiado a otras 16 mujeres desempleadas que han aprendido un oficio con el apoyo de la asociación Terra e Missione, la confraternidad Santa Maria del Rosario, el Ayuntamiento de Ladispoli, Cáritas Porto-Santa Rufina y la escuela salesiana Ciofs Fp Lazio, quienes les dan un título oficial de costura al fin de la iniciativa. «Pensamos en ofrecer la oportunidad de formarse y las mujeres que han terminado el curso han recibido también un pequeño ingreso», explica Anna Moccia, una de las organizadoras. En un primer momento pensaban priorizar las plazas para refugiadas y migrantes, especialmente de Albania y Rumanía, pero al encontrar también italianas en situaciones límite se abrieron a perfiles de todos los orígenes. «Hemos elegido a las más mayores porque las jóvenes tienen más opciones para acceder a cursos gratuitos», cuenta Moccia. Todas tienen entre 40 y 60 años, la mayoría con cuatro o cinco hijos, y quieren reengancharse al mercado. Durante el desfile de moda han vendido algunas de sus creaciones y en septiembre harán otra subasta. Todos los beneficios los destinarán a una segunda edición de Fili di speranza, que arrancará en octubre y en la que otras mujeres recibirán sus mismas oportunidades.

Anna Moccia celebra que la organización de Fili di speranza «ha sido muy bonita, porque hemos hecho amistad entre nosotras, las asociaciones nos hemos puesto en contacto y otras usuarias podrán en el futuro participar en el curso». Reivindica el buen entendimiento con Chaire Gynai. «Hemos visitado la casa muchas veces y eso hace a las muchachas sentirse muy valoradas». Y cuenta que, inspiradas por la experiencia de sus usuarias, «una de las piezas que hemos elaborado está compuesta solo por retales de otros vestidos para demostrar que el material descartado puede volverse muy valioso».

Anna Moccia concluye que Fili di speranza también ha sido «un modo para acercar a las mujeres a la fe». «Una mujer que no había recibido ningún sacramento ha hecho la catequesis y se casará por la Iglesia». Considera que este acercamiento se ha producido de un modo «muy natural» porque, aunque no hablan explícitamente de la fe, «lo que hace falta realmente es vivir el Evangelio». Al final del taller, la mujer que se ha convertido ha decidido donar el pequeño ingreso que le hacía el curso al campanero de la parroquia.