A las puertas de unas elecciones generales es apropiado que el católico se pregunte por la razón de ser de su voto. Ya sabemos que la doctrina es clara con relación al legítimo pluralismo de las mediaciones, como lo es con relación a las cuestiones que no son accidentales. Sin embargo, quizás haya cuestiones previas que no tengamos tan claras. Como, por ejemplo, el lugar de las creencias religiosas en el proceso político, la relación de la autoridad política con el ejercicio de la libertad de conciencia, el sentido y alcance del deber de obedecer en conciencia. La finura con la que el magisterio político de Pablo VI y Benedicto XVI ha abordado estas cuestiones bien merece la atención sosegada de los católicos. Lejos de la polémica y de la apologética, los Papas Montini y Ratzinger han puesto el acento en la razonabilidad de la fe cristiana, en la existencia de unos fundamentos objetivos del orden político, así como en la posibilidad de normas objetivas para una acción justa de gobierno.
El cristianismo —leamos con atención el discurso que Benedicto XVI pronunció en el Bundestag en septiembre de 2011— «jamás ha impuesto un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación». Tanto es así que ha favorecido la evolución de una cultura jurídica de la que han brotado la Ilustración y la Declaración de los Derechos Humanos. Grandes teóricos de la política como Giovanni Sartori o Mateo Bobbio nunca lo dudaron. El diálogo entre la fe y la política es problemático, pero también es fructífero en la medida en que la razón purifique las tentaciones fundamentalistas de la religión y la fe haga lo propio con los reduccionismos ideológicos de la política. Dicho esto y dado que las pretensiones perfeccionistas de la política son inmorales, como bien enseñaba el filósofo Maritain, sigue siendo oportuno, quizás más que en otros tiempos, encontrar juntos los fundamentos de las deliberaciones políticas. Y esto porque la política no puede ser el simple fruto de la razón técnica, del funcionalismo o del positivismo. En campaña y antes del día 23 es más que oportuno dedicar un tiempo a pensar estas cosas. Quizás sea más sencillo, después, votar en conciencia.