El Hijo del hombre es señor del sábado - Alfa y Omega

El Hijo del hombre es señor del sábado

Viernes de la 15ª semana de tiempo ordinario / Mateo 12, 1-8

Carlos Pérez Laporta
Foto: Freepik.

Evangelio: Mateo 12, 1-8

En aquel tiempo, atravesó Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas.

Los fariseos, al verlo, le dijeron:

«Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado». Les replicó:

«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes.

¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa?

Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo.

Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificio”, no condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».

Comentario

No sabemos con qué conciencia cogían espigas del campo los apóstoles. Mateo refleja sencillamente «que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas». Por eso, Jesús alude al hambre de David y los que le acompañaban. Dios no condenó entonces y no condena ahora, indica Jesús. No porque desprecie el sábado y todo lo que en él se significaba; sino porque hay una ley más importante, que es la misericordia: «Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificio”, no condenaríais a los inocentes». Jesús no pretende derruir las costumbres de Israel, sino hacerlas porosas al amor de Dios. La finalidad de toda la religiosidad de Israel no fue otra que la de acercar a la vida del pueblo el amor que Dios le tenía. Las leyes, el descanso sabático, los sacrificios no pretendían otra cosa que posibilitar que los israelitas experimentasen el amor que Dios les tenía. Cuando todos esos preceptos dejan de buscar la misericordia y solo buscan su autojustificación, pierden su sentido.

Pero, ¿cómo conocer la misericordia de Dios? Si las instituciones judías tendían a olvidar la misericordia de Dios es porque lo habitual es precisamente perderla de vista. También nos ocurre a nosotros como Iglesia: o bien despreciamos los preceptos para aplicar una falsa misericordia genérica, sin rostro, que en realidad es indiferencia; o bien olvidamos la finalidad de la misericordia, y sostenemos nuestras instituciones por sí mismas.

El necesario conocer la misericordia de Dios, su rostro concreto, que es el de Cristo. Es necesario interpretar los preceptos desde la relación viva, personal y concreta de la Iglesia con Cristo: «hay uno que es más que el templo»; «el Hijo del hombre es señor del sábado». Sin esa presencia, la misericordia se termina perdiendo en el olvido.