La zona del «gran San Blas» estaba, hace unos años, «en franca decadencia». Muchos jóvenes murieron a causa de las drogas en los años 80 y 90 y otros se fueron en cuanto pudieron, dejando familias destrozadas y un barrio envejecido. A ello se sumaban los problemas a los que se enfrentaban los inmigrantes recién llegados. «Las iglesias también iban decayendo», relata el sacerdote Antonio García. En la actualidad las dificultades sociales continúan, pero el ambiente en las parroquias ha cambiado.
En vez de agotarse para dar catequesis a un puñado de niños, cada parroquia se encarga de preparar para la Primera Comunión a un solo grupo con unos 30 niños de toda la zona, nacidos el mismo año. Cáritas ha sustituido los servicios de acogida de unas pocas horas por un proyecto piloto en el que seis equipos cubren todos los días, mientras voluntarios recorren las calles visitando a los drogadictos que quedan y escuchando a los vecinos. Quien desee rezar puede elegir entre adoración al Santísimo, la oración del nombre de Jesús al estilo del libro El peregrino ruso o danza contemplativa, según el templo al que vaya. Hay siete pequeños grupos que se reúnen para meditar el Evangelio en las casas. «Ha crecido el número de gente y de voluntarios. Se están creando grupos de personas mayores que son una delicia y hay talleres de costura y pintura», enumera García. «Ahora queremos hacer más excursiones, porque muchos no pueden ir de vacaciones».
El cambio lo marcó la creación de una unidad pastoral que permitió a las parroquias de San Blas, Virgen del Mar, Virgen de la Candelaria y San Joaquín y a los colegios religiosos de la zona aunar fuerzas. La idea partió en 2015 de José Cobo, al poco de llegar a la vicaría II. Aunque, a diferencia de las unidades pastorales de otros lugares del mundo, él y el cardenal Carlos Osoro apostaron por mantener las cuatro parroquias. «Hemos intentado la cuadratura del círculo». Así describe García, que ahora coordina la unidad pastoral, una experiencia en la que no han faltado desafíos. Sobre todo a la hora de armonizar las visiones de sacerdotes de diferentes países, edades y sensibilidades. «Todos hemos sufrido mucho», hasta el punto de pensar en tirar la toalla. Pero asegura que, al mismo tiempo, han constatado los frutos de este «laboratorio de comunión» y la labor del Espíritu Santo. Los primeros años fue clave el acompañamiento de Cobo, que «hablaba mucho con todos y con cada uno y fue tomando decisiones» y reorientando el rumbo.
Otra de las niñas de los ojos del arzobispo electo cuando era vicario fue el residencial JMJ 2011 para familias, puesto en marcha por Cáritas Diocesana de Madrid en el distrito de Canillejas. Aunque se inauguró en 2014, en cuanto llegó a la Vicaría II en 2015 Cobo siguió acompañando su crecimiento. No solo «manifestó su cercanía a los más débiles» visitando y haciéndose presente en el centro «muchas veces», asegura Mar Crespo, su directora durante aquella época. «Los primeros Reyes procuró que todos los niños tuvieran los juguetes que deseaban» y acudió en varias ocasiones a bautizar a pequeños. También «impulsó que todas las parroquias del entorno lo apoyaran». Y tanto al equipo de Cáritas como a la comunidad de religiosas que vive allí, «nos insistía en estar presentes con nuestra entrega».