Antonio Prieto: «Me preocupa que se reduzca la fe a elementos culturales»
Este sábado se convertirá en obispo de Alcalá de Henares tras ocupar numerosos puestos de responsabilidad en Córdoba. Ha sido rector del seminario y sus prioridades se han dirigido a la familia, las vocaciones y el diálogo entre fe y cultura
Antes de entrar en el seminario estudió unos años de Medicina. ¿Por qué?
En esa decisión influyó mi hermano mayor, que es médico. Me gustaba mucho lo que hacía, dedicarse a los demás y a solucionar problemas de salud. Pero en mi corazón ya estaba la vocación sacerdotal, sobre todo atraído por el testimonio del párroco de mi pueblo, La Rambla (Córdoba). Tuve indecisión a los 17 años, pero a los 20 me decanté por el sacerdocio.
¿Qué le hizo tomar ese camino?
En primer lugar, el testimonio alegre y la cercanía de mi párroco. También fue importante conocer a los seminaristas y el seminario, ver que eran como yo. Y, por último, la necesidad de explicar el Evangelio a los jóvenes de mi tiempo. Tenían prejuicios contra la Iglesia que se debían a una mala explicación de la fe y quizá yo podía aportar un grano de arena para que Jesucristo fuera más conocido y el mundo un poco mejor.
Tras ser ordenado se marchó a Roma para estudiar Teología del Matrimonio y la Familia. ¿Por qué?
El obispo que me ordenó, Javier Martínez, le daba mucha importancia a la pastoral familiar, en sintonía con la idea de Juan Pablo II de que el futuro de la Iglesia y la sociedad dependen de la familia. Por tanto, era necesario que sacerdotes se formaran y conocieran la familia de una manera interdisciplinar y así poder servir a los matrimonios.
Sigue siendo un reto hoy, ¿no?
El futuro de la Iglesia depende de la familia y hay una urgente necesidad de anunciar el Evangelio de la familia. Es comunidad de amor, santuario de la vida, Iglesia doméstica y célula fundamental de la sociedad. Cuando la familia está fuerte, la sociedad está fuerte.
Pero el ambiente no es propicio.
El Papa Francisco nos ha dicho en Amoris laetitia que la familia tiene retos dentro y fuera. Hacia dentro, cuidar el amor conyugal, la educación de los hijos y la espiritualidad. Fuera está lo que él llama el desafío antropológico y cultural. No estamos solo en una época de cambios, sino en un cambio de época, que es un desafío para el camino cristiano de la familia.
¿No ha sido la propuesta de la Iglesia en este campo presentada de una forma demasiado negativa?
No me gusta hablar de familia tradicional, hay que hablar de familia cristiana en positivo. Es importante recuperar la expresión «Evangelio de la familia», la buena noticia, que no es algo retrógrado, del pasado, sino una propuesta de ilusión, de construcción del futuro.
Usted ha sido también rector del seminario. ¿Qué papel juega la familia en las vocaciones consagradas?
La familia es el primer seminario. Por ejemplo, cuando sostiene la catequesis de cualquier etapa, esta es mucho más eficaz, lo mismo que la educación en la fe. Cuando hay familias que apoyan esta vida surgen vocaciones sacerdotales y religiosas.
No son tiempos de abundancia. ¿Qué está pasando?
No hay crisis de llamada, sino crisis de respuesta. Dios sigue llamando, pero es muy delicado en el respeto de la libertad de la persona. No es invasivo, sino que va proponiendo. Es necesario saber escuchar el lenguaje de Dios, que habla en el silencio del corazón, para escuchar la llamada. Hay tanto ruido ambiental que es difícil que los jóvenes la perciban. Hay otros retos, como la baja natalidad. Pero, repito, cuando hay una vida cristiana que cuida la oración, la vida sacramental, la pertenencia a la comunidad y la dimensión caritativa, se genera un caldo de cultivo para que surjan vocaciones.
Participó en la creación del Foro Osio en Córdoba para la promoción cultural desde la Iglesia. ¿Por qué es importante el diálogo entre fe y cultura?
Una fe que no se hace cultura no es una fe madura, según dijo san Juan Pablo II. Me preocupa que se reduzca la fe a elementos culturales. Esto es un peligro. El proceso suele ser el contrario: cuando hay una fe muy viva, esta se transforma en arte, en música, en belleza… Ahí está el patrimonio tan rico que tenemos y que hay que poner al servicio de la sociedad. Es un instrumento de evangelización, un atrio de los gentiles, como decía Benedicto XVI.
En su carta de saludo a los fieles de Alcalá dijo que los más pobres y los que sufren tendrán preferencia.
Creo que debe ser el amor preferencial del buen pastor, del obispo, de cualquier sacerdote y de la Iglesia en general. Son tantos nuestros hermanos migrantes, enfermos, pobres, mayores solos… que no podemos olvidar esta dimensión de la vida cristiana.
¿Se ha fijado en alguien como modelo de obispo?
Desde que recibí la noticia me vino a la mente san Juan de Ávila [patrón del clero español]. Vincula Córdoba con Alcalá, donde estudió seis años. Recurro a él con frecuencia, pues es una fuente de inspiración.
Ha sido una acogida multitudinaria la que la diócesis de Alcalá de Henares ha dado a su nuevo obispo. Antonio Prieto ha respondido con el mismo cariño: «A todos los alcalaínos quiero deciros que os siento ya como a mi familia, y como un enorme regalo que Dios me hace. Tengo un gran deseo de iros conociendo, poco a poco, y de poner toda mi persona y mis pobres recursos a vuestro servicio».
El nuevo obispo de la diócesis madrileña ha estado arropado en su ordenación episcopal, en primer lugar, por su madre y su familia, además de por sus paisanos del pueblo cordobés de La Rambla, de la curia diocesana de Córdoba y de los fieles de la parroquia de San Miguel de Córdoba. Y durante su acción de gracias no se ha olvidado de nadie: ni de sus predecesores en Alcalá, ni del cardenal Osoro, ni del Nuncio, ni del obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, -su obispo durante trece años-, ni de los obispos Mario Iceta, Santiago Gómez y Francisco Jesús Orozco, compañeros de sacerdocio en Córdoba. Ni tampoco de las autoridades civiles que han acudido a la ceremonia.
«No soy más que otro eslabón en la cadena de la sucesión apostólica de esta diócesis, rica en historia, y, al mismo tiempo, viva y joven», ha dicho. Una diócesis que ha elogiado por su rica historia de «humanistas, científicos y literatos». Y a cuyos feligreses ha pedido que recen por él y un poco de paciencia: «Os ruego encarecidamente que sigáis rezando por mí, para que pueda ser el buen pastor que la iglesia de Alcalá necesita. Muy pronto empezaréis a constatar mis errores e inexperiencia. Tened paciencia y misericordia conmigo. Espero mucho de vosotros para que me enseñéis a ser Obispo. Por mi parte, no quiero ahorrarme ni un solo sacrificio si es por vuestro bien. Como San Pablo, querría gastarme y desgastarme por vosotros».