Dependencia de Dios
Miércoles de la 5ª semana de Pascua / Juan 15, 1-8
Evangelio: Juan 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Comentario
Nuestro mundo quiere borrar la marca de nacimiento de la criatura humana. Nuestro modelo es la autorrealización, la autonomía, la independencia. Con su inercia nos hace creer que nos hacemos a nosotros mismos, que nos llenamos a nosotros mismos con nuestros actos. Esto nos hace profundamente egoístas, porque nos pone a nosotros mismos como meta de todos nuestros esfuerzos: el trabajo es para nuestra realización, pero también las relaciones afectivas. Por eso, pueden los padres ser indiferentes a sus hijos y seguir viviendo sus vidas. Por eso, el trabajo pasa por encima de todo. Por eso, nada pasa por encima que nuestras cosas individuales: nuestros placeres, nuestra tranquilidad, nuestra conveniencia.
Pero el gran drama es que ese modelo es falso y nos obliga a vivir en una ficción irrealizable: porque el ser humano es creado por Dios y para Dios, por lo que no se hace a sí mismo, y su finalidad no es él mismo. Por eso su verdadera alegría nunca podrá llegar como proyecto de sí mismo y para sí mismo. Sin Dios no existiríamos, y nuestra «nuestra suficiencia viene de Dios» (2 Cor 3, 5).
Por eso, la dependencia que Jesús nos propone es lo más adecuado a la naturaleza humana: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada». La dependencia de Dios, de quien nacemos y en quien nuestra vida se cumple, en Cristo se concreta: el origen y el servicio a Dios podrían parecer demasiado remoto y demasiado lejano, respectivamente; en Cristo se convierten en algo humano. Podemos partir cada día la relación personal con Él, como se vive de la seguridad de la relación con un padre; y podemos servir a Cristo en su misión, para realizar nuestra vida.