Un corazón en la ventana de Fany acaba con la angustia de su padre
Luis ha cuidado de su hija hasta que la demencia hizo que ambos acabaran en una residencia. Allí tuvieron que separarse por las necesidades del primero, pero han encontrado la forma de verse
La historia de Luis y Fany es la de un padre que ha cuidado a su hija, con síndrome de Down, hasta la extenuación. El nombre técnico que los médicos le han puesto a lo que le ocurre a este antiguo trabajador del campo es afasia. «Se trata de una alteración del lenguaje. No es capaz de expresar sus necesidades y, por lo tanto, tampoco las de su hija», explica Vanesa López, psicóloga del Centro Casaverde de Villa de Catral (Alicante). Allí tuvieron que ser ingresados padre e hija hace ahora nueve meses.
El problema es que la demencia senil que sufre Luis, y que se manifestó en forma de afasia, provocó que tuviera que ser derivado a una unidad específica del centro donde no le podía acompañar su hija, algo que no fue nada fácil para él. Era la primera vez en los 38 años de vida de Fany que se separaban. «Llevo toda la vida cuidándola. La quiero mucho», acierta a decir Luis a este semanario entre una maraña de palabras inconexas.
La historia de Luis y Fany se hizo pública a través del Facebook del Centro Casaverde. Cuando apareció el mensaje «recibimos muchísimos comentarios». Según Vanesa López, fue uno de los post más compartidos de cuantos han publicado. «Hubo mucha gente que los conocía y tildaban a Luis de padre coraje». Más tarde, el impacto social se convirtió en impacto mediático e infinidad de medios, como Telecinco o RTVE, se hicieron eco.
El amor del padre por su hija le hizo revelarse ante una situación que, por su demencia, no entendía. «Él lo que veía es que unos señores a los que no conocía —que eran los auxiliares del centro— se estaban llevando a su hija de su lado», recuerda López. La misma situación se repetía cada vez que Fany iba a visitarlo a su habitación y, un rato después, se volvía a la suya, que está situada al otro lado del jardín interior del complejo. Al final, según la psicóloga, las visitas eran un drama: «Luis se alteraba mucho, intentaba por cualquier medio que no le separasen de su hija y terminaba llorando, angustiado».
Fany, sin embargo, se había adaptado mucho mejor a la residencia. Los últimos meses en casa de su padre habían sido difíciles para ella a causa de los problemas médicos de su progenitor y ahora se encontraba feliz en su nuevo hogar. «La adaptación fue rápida. Enseguida conectó con sus compañeros y disfrutaba mucho de todas las actividades», asegura la psicóloga. A pesar de ello, la joven quería seguir viendo a su padre. «Lo quiero demasiado. Mucho. Mucho. I love you», dice Fany, mientras lanza un beso al aire, cuando Alfa y Omega le pregunta por él.
Ante esta situación, el Centro Casaverde ideó un método para que la enfermedad no ganara la batalla al amor que sentían el uno por el otro. Utilizó para ello el símbolo universal del amor: un corazón. «Cuando los auxiliares me avisaron de lo que estaba pasando, me acerqué a ver a Luis para ver cómo podíamos solucionar el problema». La psicóloga se lo encontró leyendo e, inmediatamente, agarró papel y boli y le escribió una nota. En ella, le decía que Casaverde era su nueva casa, que Fany también vivía en ella y que lo único que ocurría es que esta era muy grande. «“Si quieres verla, lo que tienes que hacer es asomarte a la ventana. Su habitación es la que tiene un corazón”, le puse». Antes de dársela, la psicóloga se fue al cuarto de Fany y colocó un enorme corazón rojo sobre el cristal. En cuanto Luis se asomó a la ventana y vio la señal se le esfumó la ansiedad de golpe. «Se dio cuenta de que nadie se había llevado a su hija, sino que seguían viviendo juntos», asegura la psicóloga.
Ahora, todas las mañanas se saludan a través del patio, de ventana a ventana. Luis agita su mano y Fany le suelta un: «¡Guapo, te quiero mucho, padre precioso!». Y no solo eso; el padre ha mejorado tanto que ahora hace un sinfín de actividades con su hija. «Se van de paseo o a la cafetería a tomar algo. En Navidad comimos y cenamos todos juntos. Ahora se les ve felices», confirma López, que se siente «una privilegiada por haber podido ayudar a una persona a entender que no está sola en esta vida» y por haber sido testigo del «increíble amor que tienen el uno por el otro». «Es digno de admirar», destaca, al mismo tiempo que reflexiona sobre la importancia de la familia en la vida de cualquier persona. «Es fundamental. Nosotros, de hecho, tenemos unidades en las que ingresan familias enteras —siempre que no tengan patologías que requieran de cuidados específicos—, precisamente, por lo nuclear que es», concluye.