Sacerdote nicaragüense: «Por amor al pueblo no debo decir lo que pienso» - Alfa y Omega

Sacerdote nicaragüense: «Por amor al pueblo no debo decir lo que pienso»

Sentado en el primer banco de Misa en una localidad nicaragüense, nuestro colaborador observa a asistentes que graban la homilía del cura: «Supe que habría consecuencias y dije otra cosa»

E. M.
Católicos en oración en la catedral de Managua
Católicos en oración en la catedral de Managua. Foto: Reuters / Stringer.

Nos cuesta entender que alguien no pueda entrar a una iglesia por temor a represalias o que le impidan reunirse con amigos para rezar. Pero Nicaragua se está convirtiendo en una cárcel a cielo abierto para todo aquel que no piense como el Gobierno de Ortega y Murillo. Pruebas de ello son el encarcelamiento del obispo Rolando Álvarez, la cantidad de sacerdotes y opositores arrestados hasta ahora, que Nicaragua ocupe la posición 50 en la Lista Mundial de la Persecución según el informe de Open Doors, o el último informe de la Comisión de Estados Unidos sobre Libertad Religiosa Internacional (USCIRF por sus siglas en inglés), relativo al año 2022. En él, la entidad recomienda al Departamento de Estado —equivalente a un Ministerio de Exteriores— del país que incluya en su lista de Países de Particular Preocupación en este ámbito a 17 naciones, frente a las 15 que recomendaba el año pasado. Esta lista incluye a Nicaragua, que había entrado el año pasado por primera vez en la lista del Departamento de Estado. El informe señala que en 2022 «el régimen incrementó bruscamente su persecución contra la Iglesia católica encarcelando a clérigos, cerrando organizaciones afiliadas a la Iglesia y prohibiendo celebraciones católicas».

«El otro día, en la celebración de la Eucaristía, el Evangelio me sugirió una homilía sobre cómo debemos estar al lado del que sufre y cómo Nicaragua debe ser un país libre en el que escuchemos y respetemos», me contaba el padre R. «Pues tuve que callarme. No pude decir lo que pensaba. En los primeros bancos había gente grabándome descaradamente con sus teléfonos móviles y supe inmediatamente que, si decía aquello, los del Frente [Frente Sandinista de Liberación Nacional] se lo tomarían como una provocación y habría consecuencias. Así que me fui por las ramas y dije otra cosa».

Explica el sacerdote que le supone «un dilema hacerme eco del Evangelio con todas sus consecuencias y acabar en la cárcel, o ser prudente y hablar hasta donde sé que no pongo en riesgo a la gente». «Por amor al pueblo no debo decir lo que pienso. Los sacerdotes en Nicaragua no somos libres en las homilías; al final nos acostumbramos a hablar y comunicarnos con la mirada, con los gestos, de otra manera». La persecución religiosa en Nicaragua también la sufren todos esos sacerdotes, que han aprendido a reconvertir sus palabras en público.

A la sombra de esta represión crece una Iglesia perseguida y pobre que resiste y confía. Que mira la realidad desde abajo y respira con la gente. Cuando entras a una de las iglesias rurales en las comunidades más pobres y lo que ves en las paredes son trozos de cañas, en el suelo la misma tierra donde están las gallinas y un crucifijo de madera en una pequeña mesa, te das cuenta de todo lo que te queda por aprender.

  • El obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, ha sido condenado a más 26 años de prisión.
  • Más expulsiones: a mediados de abril echaron del país a dos religiosas más.
  • En total, 3.243 ONG han sido cerradas en los cinco años de Ortega en el poder.

La Iglesia perseguida y pobre que conocí en Nicaragua trabaja en red y desde lo pequeño. Sin aspavientos ni medallas. El padre A. se levanta a las seis de la mañana y recorre en su furgoneta cuatro comunidades rurales para celebrar con ellos la Eucaristía, conduciendo por carreteras imposibles llenas de baches y charcos profundos. «Seguro que con esta lluvia torrencial no habrá nadie en Misa», pienso cuando lo acompaño. Sin duda, una de las cosas más bonitas que tiene el trabajo en red es la confianza. ¡Claro que fue gente a la Eucaristía! Niños, abuelos, madres, todos preparados con su hoja de canciones y plenamente dispuestos.

Pero el padre A. no está solo. Su estrecha relación y apoyo en otros sacerdotes hace que no sea ningún héroe, sino un misionero más en su tierra. Igual que S. y que E., que no son sacerdotes, pero también recorren otras comunidades rurales acompañando a las familias más necesitadas, celebrando con ellos la liturgia de la Palabra, ayudándolos con el alimento y estando cerca cuando se inundan sus casas de madera y chapa.

Todos ellos se sienten parte de una gran familia de familias empezada por otros hace tiempo y que se sigue cultivando día a día. Esa vida entregada es la que escribe la historia de los pueblos y su memoria. La que sostiene el testimonio vivo de una Iglesia perseguida.