La fuerza de un juramento
La Guardia Suiza está adiestrada con las técnicas más novedosas para combatir posibles actos terroristas o ataques y amenazas de cualquier género. Pero en realidad encierra palabras cruciales a todos los niveles: lealtad, honestidad, honradez, respeto y obediencia
«Juro servir fielmente, lealmente y honoráblemente al Pontífice reinante y a sus legítimos sucesores, dedicarme a ellos con todas mis fuerzas, sacrificando, si es necesario, incluso mi vida en su defensa. ¡Lo juro! ¡Que Dios y nuestros santos patronos me ayuden!». Desde que estoy en Roma he tenido la fortuna de asistir a momentos únicos e inolvidables, pero puedo asegurar que pocas ceremonias ponen los pelos de punta como el juramento que los nuevos reclutas de la Guardia Suiza realizan cada 6 de mayo. Tradición, historia y la potencia de una decisión voluntaria de entrega se funden en la fuerza y pasión con la que cada uno de los soldados grita con todas sus fuerzas ese juramento de fidelidad al Papa hasta la muerte. Utilizo la palabra gritar porque así, desgañitándose uno a uno, los reclutas confirman su promesa agarrando el estandarte de la guardia con la mano izquierda mientras que alzan al cielo la derecha con el dedo pulgar, índice y medio extendido, simbolizando las tres personas de la Santísima Trinidad.
Ningún detalle se escapa en esta profunda ceremonia, única en el mundo, porque la fe es parte esencial en su vida, y por eso estremece el grito de cada soldado poniendo a Dios por testigo de su entrega. En la arenga que les dedica su capellán, recuerdo una ocasión en la que les decía que su juramento era, en sí mismo, un acto de veneración a Dios. En un momento en el que las promesas parecen devaluadas y todo conspira para aguar las demostraciones de fidelidad, el Papa les recordó durante la audiencia previa que la misión que desarrollan en el Vaticano «es un camino que el Señor les ha abierto para vivir su bautismo y dar testimonio gozoso de su fe en Cristo».
Cada 6 de mayo es como si también estuvieran presentes las generaciones de los soldados que les precedieron, incluidos los únicos 42 supervivientes de los 189 guardias suizos que, en las escaleras de la basílica de San Pedro, hicieron de escudo a Clemente VII y consiguieron ponerlo a salvo en el castillo de Sant’Angelo tras conducirlo por el pasillo secreto, el passetto, que lo une al Vaticano. Las palabras de este juramento pueden habitarse como se habita una casa, como se afianza la viga maestra de una vida, porque presuponen ante todo valentía, fidelidad y lealtad.
Volviendo a la fórmula del juramento con la que hemos iniciado este texto, se podría pensar que tiene muy poco que ver con la vida cotidiana de un soldado profesional, porque la Guardia Suiza está adiestrada con las técnicas más novedosas para combatir posibles actos terroristas o ataques y amenazas de cualquier género. Pero en realidad encierra palabras cruciales a todos los niveles: lealtad, honestidad, honradez, respeto y obediencia. Sin estos ingredientes todos terminamos tropezándonos con el mundo. No está dicho que enrolarse en el Ejército más pequeño del mundo sirva de salvoconducto para el cielo, pero puede ser la mejor cicatriz. Y todos necesitamos las cicatrices para seguir caminando. Por cierto, Francisco les dio una última recomendación: «¡No pierdan el valor y la pasión por descubrir cosas nuevas!». Va como anillo al dedo con el lema de la Guardia Suiza: Acriter et fideliter (Valiente y leal), o como dicen entre ellos: «Si una vez eres guardia, siempre eres guardia».