Conoce nuestro nombre
Martes de la 4ª semana de Pascua / Juan 10, 22-30
Evangelio: Juan 10, 22-30
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente». Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado, es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».
Comentario
«Yo, el Señor, exploro el corazón», le dice a Jeremías. Dios conoce nuestro oscuro corazón porque es capaz de explorarlo por completo. Es su voz la que puede atravesar todos los vericuetos desperdigados del corazón. Porque el Señor conoce lo que late en la profundidad de cada deseo. «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».
Su voz puede recorrer todos los rincones de nuestro interior, desde los más luminosos y amplios, hasta los más angostos y oscuros. No necesita unificar el corazón cerrándolo sobre una sola de sus versiones. Tampoco no necesita desoír ninguna de sus peticiones. Es más que todas las cosas. Nada le es extraño al Señor en nuestro corazón. Es como si su voz estuviera en consonancia con todo lo que nos sucede por dentro. Todo aquello a lo que aspira nuestro deseo, y que parece necesitarlo, puede encontrarlo en Él. Nada le escandaliza, ni lo más ruin de nosotros. Conoce nuestro nombre. Conoce lo irreductible de nosotros, lo que no puede unificarse en una idea, sino que necesita un nombre. Es como si todos los caminos que querría recorrer nuestro corazón le buscasen a Él. Incluso los caminos del pecado.