El alimento que perdura - Alfa y Omega

El alimento que perdura

Lunes de la 3ª Semana de Pascua / Juan 6, 22-29

Carlos Pérez Laporta
Foto: Cathopic.

Evangelio: Juan 6, 22-29

Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar.

Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.

Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:

«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó:

«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron:

«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús:

«La obra de Dios es Esta: que creáis en el que él ha enviado».

Comentario

«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Esa misma pregunta podían haberse hecho los discípulos cuando, encerrados a cal y canto por miedo a los judíos, se habían visto sorprendidos por la visita de Jesús resucitado de entre los muertos. No lo preguntaron porque lo habían visto morir, por lo que, en puridad, no podía venir en ningún momento. No lo habían estado buscando, siguiendo sus pasos humanos, porque había dejado de caminar. Sencilla y gratuitamente había ido donde estaban ellos, estando reunidos.

Por eso, a estos que ahora preguntan «Jesús les contestó: «En verdad en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Entonces prefiguró —sus palabras lo indican— su resurrección: la compañía de Jesús no se tiene por cálculos humanos. Él viene de forma gratuita, cuando quiere y porque quiere. Si le buscamos con interés humano no lo encontraremos.

Es necesario trabajar por el alimento que no perece para encontrarlo. ¿En qué consiste ese trabajo? «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». El verdadero trabajo consiste en creer en Él. No porque la fe sea fruto del mero esfuerzo, sino precisamente porque lo es de la gracia. Lo trabajoso de la fe está en creer, en tener fe, porque significa depender de Él. En lugar de buscarlo para que nos resuelva los problemas, fiarnos a la presencia de Cristo resucitado. Si Él está, no nos falta nada.