Exceso - Alfa y Omega

Exceso

Viernes de la 2ª semana de Pascua / Juan 6, 1-15

Carlos Pérez Laporta
El milagro de los panes y los peces. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Juan 6, 1-15

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea, o de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.

Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:

«¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?».

Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó:

«Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:

«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es eso para tantos?».

Jesús dijo:

«Decid a la gente que se siente en el suelo».

Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil.

Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:

«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda».

Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:

«Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo».

Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Comentario

Si los discípulos de Emaús reconocieron al resucitado al partir el pan, nosotros también podemos hacerlo. De hecho, lo reconocieron: «La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: “Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo”». Habían podido reconocerlo porque al compartir el pan con ellos podían experimentar la sobreabundante vida de Dios.

Por eso, les dice: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». No se puede hacer esa experiencia, no se puede reconocer la vida de Dios si no se recoge el exceso. De lo contrario, no haremos esa misma experiencia de abundancia en la Eucaristía, signo de la vida eterna de Cristo. Es necesario acoger el exceso, lo divino dentro de lo terrenal. Es necesario reconocerle vivo presente al partir el pan. De lo contrario, asimilamos el pan a nosotros y no nos asimilamos nosotros al pan. Nos acostumbramos a la Eucaristía, y desechamos la abundancia divina.

Por eso, «Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo». Jesús se oculta cuando observa que lo normalizamos, que queremos hacerle rey mundano. Cristo se aparta en la comunión en el sentido de que se esconde y trasciende, para levarnos a lo alto, junto a Dios, a lo escondido.