La vida de los pobres - Alfa y Omega

La vida de los pobres

Lunes Santo / Juan 10, 31-42

Carlos Pérez Laporta
María unge los pies de Jesús (detalle). Anónimo. Escuela alemana del siglo XVI.

Evangelio: Juan 10, 31-42

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.

María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:

«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».

Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando. Jesús dijo:

«Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».

Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.

Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Comentario

«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Esa es la tentación siempre de la bondad. Dar todo a los pobres hasta la desaparición. Juan aclara que no es ese el caso de Judas —«lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón»—. Pero es muy probable que Judas hubiese acabado siendo un ladrón por la desesperación de una bondad desbocada: el problema es que nunca podemos darnos por completo a los pobres, porque nunca podemos darnos hasta que no nos quede nada, hasta que no nos quede nada de vida, hasta sacrificarlo todo para que los pobres vivan nuestra vida por nosotros. Y al no conseguirlo nunca es muy fácil pasar de la pretendida generosidad absoluta al egoísmo más descarado.

Lo realmente difícil con los pobres, con los que sufren, es lo que dice Jesús: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis». Lo difícil es tener al pobre para siempre. Lo difícil es rehuir de la tentación de resolver la vida del pobre, de sustituirle con nuestros bienes. Lo difícil es sostener al pobre, mantener la tensión entre su debilidad y nuestra fuerza, entre su libertad —muchas veces fallida y fracasada—, y la nuestra. Lo difícil es ofrecer al pobre un camino de restablecimiento, y sostenerle en él, siguiendo su ritmo de crecimiento. Así lo dice el catecismo: la ayuda directa «no basta para reparar los graves daños que resultan de situaciones de indigencia ni para remediar de forma duradera las necesidades. Es preciso también reformar […y] sostener el esfuerzo» (CIgC §2440).

Para eso es necesario tener algo «guardado para el día de la sepultura» de Jesús. Celebrar la pasión de Cristo, celebrar la muerte de Cristo es lo más importante en la ayuda a los pobres. Porque solo la muerte de Cristo puede dar el valor suficiente a la vida fallida de los indigentes, ofreciéndoles la esperanza de una resurrección.