Dos años después de la publicación de Hamnet, donde recreaba la muerte del hijo de Shakespeare, Maggie O’Farrell regresa al siglo XVI, dispuesta a repetir la fórmula del éxito de su ficción histórica. Esta vez la norirlandesa se inspira en el personaje real de Lucrezia de Médici (1545-1561), hija de Cosme I de Médici y de la española Leonor de Toledo, para contarnos una historia entre trágica y terrorífica de una mujer por el hecho de serlo en el seno de una de las familias más influyentes del Renacimiento. Lucrè, como la llaman sus hermanas, es una niña introvertida pero sumamente inteligente, perspicaz y con un talento natural para el dibujo, a la que le truncan su tranquila vida familiar en el palacio florentino cuando la obligan a casarse, a los 15 años, con Alfonso d’Este, de casi 30, primogénito del duque de Ferrara. Lejos de reconocerse en una relación matrimonial de cariño semejante al que ha visto profesarse a sus progenitores, y a pesar de su ingenuidad, Lucrezia pronto sospechará que su esposo es un déspota capaz de asesinarla si no le da la descendencia que busca desesperadamente para dar continuidad al título.
El problema que nos plantea el primer contacto con O’Farrell es que cuesta entrar en el anacronismo. La protagonista tiene una mente preclara, propia no de su tiempo sino del siglo XXI, para analizar, desde la más tierna infancia, la privación de libertad sobre su propio destino y rebelarse. Hasta el punto de la ucronía, nos atrevemos a decir. Llega sin paños calientes, contemporáneo y reactualizado, en este sentido, el leitmotiv de denuncia, aplicado con afán quirúrgico al explicitar los recovecos de una educación perversa que infantiliza a las mujeres y las condena a una cadena perpetua de fragilidad, despojadas de toda herramienta para defenderse de los abusos que los varones a su alrededor ejercen sobre ellas, impunemente, y sin escrúpulos, durante toda la vida. Mientras que ellos son forjados para sobrevivir, las damas son instruidas en el arte de replicar flores con hilos de seda de colores.
Tras las 100 primeras páginas, Maggie nos habrá ganado cualquier pulso. Quedará superado, además, el bache de algunos pasajes poco afortunados a causa del bombardeo metafórico (qué poca gracia tiene la identificación de la protagonista con Ifigenia o, peor, con esa tigresa que llega a la Toscana para ser enjaulada en la Sala de los Leones de palacio). Seguiremos así, narcotizados, hasta el final: la novela ya habrá cogido su velocidad y volaremos con la prosa introspectiva de O’Farrell. Puede calificarse de exquisita, casi poética. Eso sí, no olvidemos que la novela transita de la belleza al horror psicológico en apenas unos párrafos, en el mejor de los casos. Y vuelta a empezar. Porque iremos descubriendo, al ritmo de los altibajos emocionales de la protagonista, dos pasitos hacia adelante y uno hacia atrás, hasta dónde será capaz de llegar Alfonso, cada vez más cercano a la figura de Enrique VIII, cuyas maneras de depredador se evidencian en la primera descripción de sexo sin amor. Lucrezia esperará atemorizada en el lecho una caricia honesta de buenas noches que jamás llegará.
Sufriremos con el maltrato que la inocente duquesa de Ferrara recibirá bajo la complicidad del entorno. Nos resarciremos con la red de afectos que veremos entretejer a las mujeres para cuidarse secretamente entre ellas, en la medida de lo posible, y que implicará a personajes como la entrañable aya Sofía; la doncella y hermana de leche, Emilia o, incluso, Elisabetta, la hermana de sangre de Alfonso, que propiciará alguna bocanada de aire fresco en la corte de Ferrara. Las trampas narrativas, aquí, son las que más indulgencia nos suscitan.
Maggie O’Farrell
Libros del Asteroide
2023
400
23,95 €