Mirarse desde Dios - Alfa y Omega

Mirarse desde Dios

Martes de la 4ª semana de Cuaresma / Juan 5, 1-16

Carlos Pérez Laporta
Cristo cura al paralítico de Betsaida. Malarz Francuski. Museo Nacional en Varsovia, Polonia.

Evangelio: Juan 5, 1-16

En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.

Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.

Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:

«¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó:

«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice:

«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».

Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.

Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:

«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó:

«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”». Ellos le preguntaron:

«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».

Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa de ese gentío que había en aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:

«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».

Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

Comentario

Lo más revelador del Evangelio siempre es la mirada de Jesús. Él ve, y con sus ojos entiende lo que nadie podía entender. Con su vista entiende el problema, capta la urgencia. Porque no ve solo la forma fija del que tiene delante; es como si en la actualidad de su interlocutor viese toda su historia, todas las vivencias que tensan el rostro que ahora le mira. Por eso dice el evangelista que Jesús habló al paralítico «al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo». Sabía el tiempo que llevaba echado, porque supo ver ya era mucho, que era excesivo. Estaba agotado. La impaciencia que Jesús había leído en su expresión se manifiesta después en cada palabra del enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».

Los judíos no sabían ver como Jesús. Ven al hombre ya sano con su camilla y pasan por alto el milagro: no ven los signos de alegría de aquel hombre. Iba de camino al templo con la camilla. ¿A quién se le ocurre en sábado? Pero los judíos no ven el milagro divino en la cara del hombre. Solo ven lo que se debe ver. No están dispuestos a ver nada más. Pero él no podía hacer de otra manera, está movido por la disposición divina que le ha sanado: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”». Si va al templo es porque no le basta con el milagro. Necesita ser mirado por Dios otra vez. Aquella curación había comprendido todo su sufrimiento, toda su historia. Había entendido toda su desesperación. Necesitaba volver a mirarse con aquella mirada que habían relampagueado en los ojos de aquel hombre que «no sabía quién era». Por eso, cuando «lo encuentra Jesús en el templo», le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más». Le enseña a mirarse desde el milagro, con los ojos de Dios, a no desesperar porque Dios siempre tiene la última palabra. Dios siempre puede más.