Tanto en R. D. Congo como en Sudán del Sur, el Papa ha hablado mucho de las manos. No tanto de las que hacen falta en esas tierras, sino de las que hay. Porque son muchas, jóvenes y fuertes, «únicas e irrepetibles». Para que esas manos hagan su parte hay otras que, indudablemente, tienen que quitarse de en medio. En Kinsasa hay manos que no llegaron para depredar, sino todo lo contrario, lo hicieron para servir. Son las de la asturiana sor Ángela y las de la congoleña Lina, hermanas hospitalarias que tejen, en sentido literal y figurado, un mañana para las personas con enfermedades mentales. Las manos de estas escarban en la basura de esa inmensa ciudad para llevarse algo a la boca. Las manos de ellas lavan sus cuerpos, alivian sus llagas y apaciguan sus mentes quebradas por tanto sufrimiento en el centro Télema.
Las manos en Congo se han sumergido en sangre durante mucho tiempo, tanto que ya no se distinguen entre la mole de muertos. «Me violaba como un animal, varias veces al día, horas, durante un año y siete meses», contó Bijoux a Francisco que escuchaba horrorizado. El Papa, con sus manos, bendijo y tocó con delicadeza el rostro de Bijoux sustituyendo así la atrocidad de aquellas manos del torturador con la dulzura del Creador. Ese día supimos que hay a quien el Congo ha costado las manos. Vimos sus muñones en alto y, paradójicamente, esas manos ausentes fueron capaces de señalar con fuerza la indiferencia de un mundo que nunca estuvo allí para evitarlo. El Papa fue acogido por muchas manos, innumerables. Todas celebrando su presencia como si fuera la estación de la siembra. A conocer las mejores técnicas para la cosecha en una tierra cada vez más seca como es la de Sudán del Sur ayudan las salesianas del centro Gumbo de Yuba y un zamorano, Fernando. Tienden sus manos hasta las manos de las madres que amamantan hijos mientras cargan con todo el peso de la vida. En Yuba había manos que han sostenido más AK-47 que lápices y manos vacías de sueños. Pero la última mano de la capital sursudanesa era diferente, pequeña e inocente. Su madre lo tenía en brazos durante la Misa en Yuba y movía su bracito para decirnos adiós. En esa manita, con todo su potencial, se contiene el futuro. Ojalá crezca sin que la mutile el odio. Esa manita puede cambiar la suerte de África… si le dejan.