Viaje al horror del siglo XX
Centro Sefarad-Israel ofrece un recorrido por la memoria compartida entre judíos y republicanos españoles en el campo de Mauthausen
La historia del siglo XX, el siglo de los campos de exterminio, registra momentos tenebrosos. Los totalitarismos —el comunismo, el fascismo, el nacionalsocialismo— pretendieron construir un orden prescindiendo del valor intrínseco de la vida humana y de la dignidad inalienable que le corresponde. Por el camino, millones de seres humanos encontraron el sufrimiento, el encierro y la muerte. Entre 1933, año del ascenso de los nazis al poder en Alemania, y 1945, con la derrota del III Reich, sobre Europa se cernió la más oscura de las sombras.
A ese tiempo vuelve la mirada la exposición Mauthausen: memorias compartidas que, a partir de uno de esos momentos terribles del siglo pasado y a las puertas del día que el mundo dedica a recordar a las víctimas del Holocausto —este viernes, 27 de enero—, nos conduce a una reflexión sobre la condición humana, el dolor y la memoria. La muestra, que puede visitarse en la sede madrileña del Centro Sefarad-Israel hasta el próximo 17 de junio, tiene el objetivo de «dar a conocer y reflexionar sobre la trayectoria compartida por los republicanos españoles y los judíos que fueron internados en el campo de concentración de Mauthausen». Comisariada por Josep Calvet, investigador del Servicio de Historia, Patrimonio y Documentación de la Universidad de Lérida, sus contenidos combinan, como reza el folleto informativo que se puede recoger a la entrada, «el recorrido por los escenarios previos a la deportación con el día a día de los prisioneros que permanecieron en Mauthausen o en alguno de sus numerosos campos anexos». A lo largo de la muestra pueden leerse citas y escucharse testimonios de los supervivientes, que contaron su historia en entrevistas y libros. Cuando las tropas estadounidenses liberaron Mauthausen el 5 de mayo de 1945, la pancarta que les dio la bienvenida rezaba en nuestra lengua: «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras».
La visita a la exposición depara momentos conmovedores, como la presencia del checoslovaco Arthur London (1915-1986), cuya vida resume el horror y el desgarro de nuestro tiempo. Pasó de ingresar a los 14 años en el Partido Comunista a combatir en las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española, de ahí a la resistencia francesa y, finalmente, a Mauthausen para cumplir una condena de diez años de trabajos forzados. London sobrevivió, pero el terror no lo abandonaría. En 1949 recibió el nombramiento de viceministro de Asuntos Exteriores de la Checoslovaquia comunista. Cayó en desgracia y, en 1951, terminó arrestado. En 1952 sufriría el juicio farsa conocido como el Proceso de Praga. Torturado y condenado a cadena perpetua, solo la muerte de Stalin permitió que, en 1956, su caso fuera revisado y lo pusieran en libertad. Este prisionero de Mauthausen, cuyo internamiento se narra brevemente en esta exposición, contó su historia en un libro memorable y desgarrador: La confesión, publicado en París en 1968. Mientras veía la exhibición, recordaba el pasaje en que cuenta cómo «nevaba aquel 1 de mayo del 45», cuando había desfilado por la capital francesa, «que saludaba en nosotros a los primeros deportados regresados de los campos de la muerte».
La contemplación de este uniforme de preso y estas fichas de prisioneros que se exhiben en un panel escalofriante
—vean aquí la de Miklos Schwartz, natural de Tokaj, Hungría— trae a la memoria al Semprún de los libros sobre Buchenwald: El largo viaje (1963) y La escritura o la vida (1994). Entre los dos, una experiencia de militancia comunista, clandestinidad y expulsión del partido por disidente. Leo nombres que me recuerdan otros nombres, como los que se repiten sin cesar en el Memorial de los Niños en Yad Vashem. Hay poca gente a esta hora de la tarde, así que reina el silencio en la sala. Me parece escucharlos. Escribe Semprún: «Más tarde, dentro de algunos meses, sabré qué clase de viaje mandan hacer a los judíos». Estas fichas testimonian un viaje que, en la mayoría de los casos, condujo a la muerte.
Recuerdo las palabras de Benedicto XVI durante su visita a Auschwitz-Birkenau, el 28 de mayo de 2006: «El lugar donde nos encontramos es un lugar de la memoria, el lugar de la Shoah. El pasado no es solo pasado. Nos atañe también a nosotros y nos señala qué caminos no debemos tomar y qué caminos debemos tomar. […] Detrás de estas lápidas se oculta el destino de innumerables seres humanos. Sacuden nuestra memoria, sacuden nuestro corazón. No quieren provocar en nosotros el odio; más bien, nos demuestran cuán terrible es la obra del odio. Quieren hacer que la razón reconozca el mal como mal y lo rechace». Ojalá el visitante salga no solo conmovido, sino comprometido con esa resistencia.