Monseñor Mauro Piacenza hace balance. El Año Sacerdotal, un año de purificación para la Iglesia
El Año Sacerdotal, que se clausurará mañana, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, ha contribuido a purificar la Iglesia, presentando el verdadero papel del presbítero: «Hombre que habla a los hombres de Dios y a Dios de los hombres». A esta conclusión llega el arzobispo Mauro Piacenza, quien, como secretario de la Congregación vaticana para el Clero, ha sido la persona a quien el Papa ha encomendado la organización de las actividades que han tenido lugar en este año
El Año Sacerdotal nació para celebrar el 150 aniversario de la muerte (dies natalis) del sacerdote francés Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, patrono de los párrocos. Con esta iniciativa, el Papa buscaba indicar el camino de vida que debe seguir todo sacerdote, pues la santidad es la verdadera posibilidad de renovación para la Iglesia y el mundo. La Providencia ha permitido que en estos doce meses los medios de comunicación hayan dado un enorme espacio a noticias de pecados cometidos por los sacerdotes. Mientras tanto, el Año Sacerdotal traía a toda la Iglesia una purificación radical.
Diez mil sacerdotes celebrando
El Año Sacerdotal culminará mañana viernes, solemnidad de Sagrado Corazón de Jesús, con una de las celebraciones eucarísticas más imponentes de la historia: unos diez mil sacerdotes se unirán a la Santa Misa presidida por Benedicto XVI en la plaza de San Pedro, del Vaticano. En los días precedentes, estos sacerdotes se han reunido en la basílica de San Pablo Extramuros para vivir una experiencia única: meditar en su propia conversión, en su llamada a la santidad. En este sentido, el testimonio más elocuente es el de ver a estos sacerdotes acercarse a recibir el perdón de Dios en el sacramento de la Confesión.
Hombre de la trascendencia
Monseñor Piacenza, arzobispo italiano de 65 años, al hacer un balance de este año, considera que el gran resultado ha sido el de poner la santidad y la oración en el centro de la vida de los sacerdotes, que en ocasiones están ocupados en mil actividades. Ésta es la gran purificación que demandaba y que está transformando a la Iglesia en estos momentos. «Creo que la oración, en cierto sentido, conforma al sacerdote, pues es el hombre de la trascendencia, el hombre que habla de Dios a los hombres y que habla de los hombres a Dios», explica. «Al igual que sucede con los bajorrelieves en mármol, en piedra, el sacerdote queda esculpido de manera viviente en la Santa Misa. Allí es donde se comprende su identidad», asegura, pues en la celebración eucarística se revive y actualiza el misterio de la Cruz, con el que Cristo salva a la Humanidad.
Una vida a ritmo de oración
El Año Sacerdotal ha servido para hacer redescubrir a muchos sacerdotes que su vida encuentra sentido en la oración y con la oración. «Su vida debe ser toda oración», aclara monseñor Piacenza. Ante todo, esto significa que la prioridad para el sacerdote debe ser la celebración de la Santa Misa, también cuando está de viaje o en situaciones que complican la celebración del Sacramento. «En la Misa, el sacerdote es verdaderamente útil; es más, es indispensable para el mundo», afirma el prelado, aclarando que el valor de la Misa no depende de la cantidad de gente que participe en ella, sino que el valor es Jesucristo: «Es el sacrificio de la Cruz». La Eucaristía es la prioridad para el sacerdote.
Además de la Eucaristía, este año ha promovido entre los sacerdotes la celebración del Breviario, o la Liturgia de las Horas, esa oración de la Iglesia alimentada por la palabra de Dios y los escritos de los Padres de la Iglesia, que imprime el ritmo del día de los sacerdotes. «Aunque el sacerdote viaje en avión, cuando celebra el Breviario con un ordenador o un teléfono móvil, repasando los salmos, de todos modos, siempre se trata de una celebración. Por tanto, debe tener conciencia de que también en ese momento es sacerdote, y recoger las aspiraciones del mundo entero, incluidas las aspiraciones de quienes no rezan, de quienes no creen, también de quienes los escupen en la cara (sobre todo las de ellos). Pone ante Dios a quienes se encuentran sufriendo en el lecho de un hospital, a los agonizantes, los matrimonios, los niños, todos los ancianos que se sienten solos… Cuando el sacerdote celebra la Liturgia de las Horas y celebra en Cristo, es, en cierto sentido, una caricia para el mundo», afirma.
Si él no cree en la adoración…
El tercer acto de oración que ha permitido redescubrir este Año Sacerdotal para promover la santificación de los presbíteros es la adoración eucarística, la contemplación del sacramento de la Eucaristía, en el que Cristo está realmente presente. En este sentido, monseñor Piacenza es claro: «O creemos, o no creemos. Pues si no, todo se cae. Un sacerdote que no cree en esto quizá es mejor que se marche lejos. Quizá así se salvará más fácilmente. La adoración eucarística es estar con Cristo, es responder a lo que Jesús dice a los apóstoles: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré». Ya añadió: «Por tanto, en medio del dinamismo de cada día, la adoración es un momento sumamente productivo. No es improductivo. No es descanso en el sentido mundano de la palabra, sino que es descanso en el sentido espiritual: retomar energías para caminar mejor. El sacerdote debe tener claro que él no es nada y es todo. No es nada como hombre, pues es un hombre cualquiera, es inútil que se vanaglorie. Pero, al mismo tiempo, es un hombre grandísimo y, por desgracia, cuando queda desfigurado por el pecado, se convierte en una tragedia enorme, pues es la presencia de Jesús en medio de la gente».
Varias instituciones de diferentes continentes han lanzado de manera más o menos uniforme, en este Año Sacerdotal, una campaña de oración bajo el lema Adopta a un sacerdote.
Uno de los movimientos que impulsa la iniciativa, Lazos de Amor Mariano, nacido en Colombia, explica que «pocas veces en la historia de la Iglesia los sacerdotes se han visto sometidos a tantas agresiones, y a tentaciones que intentan separarlos de la excelsa misión para la que el Señor los ha llamado». Por ello, invitan a comprometerse a orar todos los días por un sacerdote amigo, familiar, conocido, de modo que sea su intención espiritual particular, y a ofrecer sacrificios por él. La campaña ha tenido gran éxito este año en Internet, y ha sido retomada por numerosas páginas web católicas.
La oración enseña al sacerdote lo que dice san Pablo: Para mí la vida es Cristo; no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. En esto consiste la productividad del sacerdote, asegura monseñor Piacenza.
Redescubrir el Rosario
El último acto de oración que ha redescubierto entre los sacerdotes el Año Sacerdotal es el Rosario. «Cuando yo tengo muchas cosas que hacer, trato de detenerme un momento, un cuarto de hora, para rezar el Rosario. Es como reclinar la cabeza sobre el hombro de la Madre. Revivimos los misterios de Cristo, los misterio de la salvación, y lo hacemos con aquella que los vivió más internamente. Es un inmenso tonificante», dice.
La sabiduría de la Palabra
En términos generales, este Año Sacerdotal ha servido para que los sacerdotes redescubran la sabiduría que encierra la palabra de Dios. «Yo creo que la vida de cada cristiano, y en particular la vida del sacerdote, es un rumiar la sabiduría de Dios, pues la familiaridad con la palabra de Dios, meditada, se convierte en sabiduría operativa en las opciones de cada día», afirma.
Familiarizado con la palabra de Dios, el sacerdote puede ofrecer respuestas iluminadas a quienes le interpelan, sean creyentes o no. Esto no significa, concluye monseñor Piacenza, que las veinticuatro horas del día del sacerdote estén dedicadas a la oración. Lo que este Año Sacerdotal ha subrayado es que, cuando el sacerdote atiende a los que le necesitan en el ejercicio de sus actividades, no hace más que prolongar su oración. «La oración está en función del crecimiento de la santidad del mundo, del amor de Dios en el mundo, de modo que, si yo ardo de amor, y se me acerca una vela apagada, se encenderá, pues yo estoy lleno de Dios».
En España quizá alguno no lo crea, pero cada vez hay más jóvenes en el mundo que quieren ser sacerdotes. Se trata de una tendencia que se ha consolidado, a nivel mundial, en los últimos nueve años: de 405.178 presbíteros que había en 2000, se ha pasado a 409.166 en 2008, según el último Anuario Pontificio. El 47,1 % de los sacerdotes del mundo están en Europa; el 30% en América; el 13,2 % en Asia; el 8,7 % en África; y el 1,2% en Oceanía.
El descenso del número de sacerdotes que se vive en España afecta también, en general, aunque no en todos los países, a Europa: en 2000, el clero del Viejo continente constituía el 51,5% del total, mientras que ahora constituye el 47,1 %. Ahora bien, los seminarios de Hispanoamérica, África y Asia están viviendo el fenómeno contrario, que explica el decidido aumento de presbíteros en el mundo.
También aumenta el número de seminaristas: de 115.919 en 2007, a 117.024 en 2008. El aumento ha tenido lugar en África (3,6 %), Asia (4,4 %) y Oceanía (6,5 %); mientras que en Europa disminuyen los candidatos al sacerdocio (menos 4,3 %).